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Natsuki fue andando despacio hasta la larga galería, muy
consciente de la mano enguantada que descansaba ligeramente sobre su manga; muy
consciente de la hermosa mujer que iba caminando a su lado.
“Ha despertado mi interés, miladi”
“Del mismo modo que usted el mío, señorita Fujino”
El contacto de la delicada mano de la joven irradiaba un
tibio hormigueo que le subía y bajaba por el brazo. No estaba segura del motivo
por el cual ella le provocaba semejante reacción, pero no había duda de que así
era.
Se detuvieron frente al primer lienzo. Con el rabillo del
ojo, Natsuki observó cómo examinaba la pintura con la cabeza ladeada, primero a
la derecha y luego a la izquierda.
- Es muy... interesante –comentó Shizuru por fin.
Natsuki contempló la mezcolanza de colores oscuros.
- Es sencillamente horroroso –dictaminó.
Un ruido que sonó sospechosamente a una risita salió de la garganta
de Shizuru, que se apresuró a toser. Luego miró a la condesa, que quedó
sobrecogida al ver sus ojos..., unos ojos en los que brillaba una aguda
inteligencia y que parecían agrandados por las gruesas lentes de las gafas. Le
recordaban a dos rubies... llameantes, luminosos y de una claridad perfecta.