NUNCA DIGAS
ADIOS
Capítulo 21
parte I
La verdad de
Kiyohime
Los versos de tus labios
fueron como besos
Besos secretos que acariciaron
al alma mía,
Fueron suspirados tus cándidos
sonrojos
Sonrojos que arderían en mi
lúcida fantasía
Perlas de cristal se
deslizaron por tu piel
Piel dulce y nacarada que en
sueños besé
Fueron gotas de rocío con
dulce sabor miel
Como farolas con propia luz
destellaron tus ojos
Fueron temblorosos cuando
acaricié en hinojos
Ascendían en gozo esos
momentos dichosos
Bellos mechones fueron
castaños de tu pelo
Hebras ansiaban tocar mis
dedos con desvelo
Deseos y pasiones que silencio
con denuedo
Susurros que no añoraría de un
adiós postrero
Si al despertar en tu lecho
marcharme no quiero.
Serían musitadas palabras de
amor sincero
En la honesta mirada que
significa te quiero.
(Tú sabes que lo
inspiraste...)
Una fuerza superior, un calor
intenso arde en mi alma, ahora estoy en igualdad de condiciones con ella, mi
protegida. Abrir los ojos a la luz de un nuevo día y saber que mis temores son
cada vez más tangibles. Pero ¿Importa eso cuando estoy junto a la razón de mi
existencia? Lo cierto es que se puede acabar el mundo en este momento y yo
fallecería feliz. Me levantó de la cama con sigilo, abandono el lecho con
pesar, porque en él también reposa la figura actual de mi amor pasado, son tan
parecidas... Natsuki y mi Nataru. Sonrió amargamente al encontrar en ella,
Natsuki Kuga, la marca que le es herencia y fuente de su poder, uno místico más
allá de las Nanomáquinas que recorren su cuerpo, la bendición y maldición de
una diosa, de la que detesto, esa a quien llaman Yuki Onna. Deslizo mis dedos
sobre su piel, un lobo en su espalda desnuda y percibo también el aroma de
pieles, de éxtasis en el aire.
Se ha consumado lo que estaba escrito
en las memorias de mi pasado y no necesito verlo, simplemente sé que esa
estrella esta ahí en el cielo, aguardando el momento en que nuestras vidas se
apaguen, como la última vez. Cierro los ojos y me dejo ir una vez más, para que
ella pueda tomar el lugar que le corresponde al lado de su amor, nuestro amor.
No tengo derecho a robarle ni un solo instante más... sus últimos de dicha. Me
transporto entonces a ese lugar en el que me escondo del mundo y veo a través
de esos ojos sangría, una peculiaridad que en antaño también poseía yo y
poseía... la primera de nosotras también. Sonrío al pensar que esta joven tiene
el nombre de aquella que veneré durante toda mi vida, una deidad... un figura
de un cuento de hadas ¿O no?
Aguardo en un sitio que existe y
no existe en el mundo material, es como permanecer eternamente en el limbo de
las emociones... de otra persona. Puedo tomar la forma de una criatura que es a
su vez el símbolo de nuestra familia, ser el Child denominado Kiyohime, que es
también mi nombre, o lo fue hace ya un tiempo remoto. Tengo la facultad de
darle poder y fuerza a mi depositaria, aunque ya no puedo ser materializada por
ella, esta gran cantidad de energía sigue intacta en ella, solo necesita el
conducto adecuado, la emoción perfecta, las palabras correctas... ¿De quién
hablo? Su nombre es Shizuru Fujino Viola, la descendiente más joven de nuestro
antiguo linaje y mi portadora, la dueña de mí esencia en su alma, su corazón y
su cuerpo. La escogí entre muchas opciones de nuestra casta por una simple
razón, tiene una voluntad tan férrea que no he conocido igual, quizás solo
Natsuki Kuga le iguala, pero ella es la reencarnación de esa persona especial
para mí. Shizuru es capaz de amar con la misma intensidad que yo lo hice un
día... aun lo hago, es solo que mi amor esta cada vez más lejos de mi alcance,
cada instante la esencia de mi Nataru se apaga, como la última vez que la vi.
Sin embargo es relevante que al fin cuente mi historia, para que ella pueda
encontrar una cura a esta maldición que se cierne sobre todos nosotros, y que
yo he cargado sobre los hombros durante casi 500 años, pero no puedo quejarme,
todo ello fue... por mi culpa.
En el año 1611, Senguki
Jidai (Kioto)
Aquello aconteció en lo que los
historiadores llaman el periodo Sengoku Jidai, casi a finales del
Azuchi-Momoyama, algunos años antes del periodo Edo. El Sengoku fue una guerra
civil que tuvo lugar en una época de anarquía, prolongada durante al menos 100
años tras la revuelta de Onin en mi prefectura. En aquella época el gobernador
al servicio del emperador en la prefectura de Kioto el Shogunato de Ashikaga,
había sucumbido a los rebeldes partidarios de la antigua dinastía y por ello,
los nobles tenían a su servicio pequeños ejércitos para mantener el orden en
sus territorios. Vivimos una época semi-feudal en aquellos años, casi cual
castillos y ejércitos dueños de su propia ley, pese a las cartas del emperador
y la monarquía que aún es persistente. Mucho antes de que yo naciese y al
principio de la guerra en 1473, el llamado monasterio Yoshizaki en Echizen, fue
convertido en una fortaleza, la primera de muchas... desde entonces los centros
de resguardo de los guerreros proliferaron en los monasterios de todo Kioto,
incluso Japón. Por tanto ya no era posible distinguir monjes de guerreros, los
segundos se escondían en la imagen de los primeros. Mi historia aconteció 4
años antes del Edo, cuando la guerra civil estaba por concluir, El Edo fue una
era en la que según supe vino la paz y prosperidad a nuestra nación... pero
como todos han de saber, ese brillo siempre tiene un precio y yo no estuve allí
para verlo.
Nuestra familia no era la
excepción a lo antes mencionado, teníamos una guardia personal compuesta por
los Samurái, también en secreto algunos Ninjas de la familia Okuzaki, leales a
nosotros durante muchas generaciones, o al menos hasta que ocurrió el incidente
con Hanamichi Viola 50 años después, pero esa es otra historia que no es de mi
interés contar. Nos sentíamos demasiado seguros de nuestros serviles, tan
confiados que en mi vida jamás temí por mi seguridad. Además yo podía
defenderme bastante bien a decir verdad, porque en nuestra familia ha sido por
largos años una tradición, el que las doncellas tengan absoluto dominio de la
lanza extensible o dicho de otro modo, la Naginata. Sin nada que temer, una
vida prospera y una armada propia, era algo común dar cobijo a monjes y
guerreros que luchaban por restablecer el orden, unos con las armas, otros con
la oración.
Nataru Blan fue uno de los
numerosos hombres que desfilaron por los monasterios y recibieron resguardo en
la gran casa de Shouji Viola, mi padre, un ferviente creyente de los ideales
que aquellas gentes defendían incluso con su vida. Pero si he de ser franca, le
conocí antes de eso en el río Hidaka. Allí llevaba a cabo la ceremonia del
Misogi, mediante la cual purificaba mi mente, cuerpo y espíritu soportando la
caída de la cascada sobre mi cuerpo. Aquella era una tradición familiar
recurrente cuando una doncella cumplía los 15 años, este era el signo inequívoco
de su madurez y fertilidad, el reconocimiento irrefutable de su feminidad, de
su amanecer como mujer. Yo estaba lista para contraer nupcias con el hombre que
me fue escogido desde el nacimiento, el segundo hijo de la casta Kanzaki. Lo
cierto es que mientras meditaba soportando el inclemente golpe del agua fría
sobre mi cuerpo, apenas cubierto con un Kimono y mi cabeza portando una diadema
blanca, no percibí la intromisión de un grupo armado, bandidos por decir lo
poco redujeron con suma facilidad a mi escolta, pues eran numerosos.
Nunca supe la intensión tras las
acciones de aquellos hombres, si bien fuera un secuestro con la idea de obtener
un jugoso botín o meramente el deseo de profanar mi cuerpo. Solo pude ver una
figura descendiendo de salto en salto sobre las resbaladizas rocas de la
cascada, el filo de los metales chocar y a los asaltantes, uno a uno caer al
agua manchando con su sangre el agua cristalina del río. En cuanto el guerrero
terminó con ellos, se dio vuelta para mirarme, acto que corrigió con prontitud
pues la tela blanca se notaba translucida por el agua. Por suerte para mí había
concluido el ritual, porque me era difícil no contemplarle, estaba fuera de mí
cualquier pretensión de continuar meditando. Él tenía una figura atlética y una
piel tan pálida como la nieve, el cabello negro de un tono cobalto y recogido
en una coleta propia de los Samurai más jóvenes, cuyo flequillo aún cubría
parte de su rostro, tenía unas facciones muy finas, era un hombre muy delicado
pero ágil y mortal con la espada. Lo más hermoso de toda su anatomía, eran sus
ojos... tenían un tono esmeralda único, salvaje pero melancólico, siempre
ligeramente cubiertos por su melena azabache.
En cuanto estuve nuevamente
presentable, aquel hombre me escoltó en todo momento, caminaba a mi espalda
como lo haría un servil y aquello suponía una gran diferencia social entre él y
yo. Me guió a salvo con otros escoltas de la familia y entonces esa persona se
evaporó, mucho antes de que pudiera agradecer su ayuda o conocer su nombre. La
siguiente oportunidad en la que le vi, fue precisamente un día en el que un
grupo de monjes y guerreros que se desplazaban al monasterio del norte, a unos
cuantos kilómetros atravesando las tierras de los viola. Llegada la noche sin
poder avanzar en su camino, se vieron
obligados a solicitar acilo en nuestra casa. Se me envió para ordenar a las
doncellas como servir a nuestros huéspedes y mis ojos, así como secretamente mi
corazón se llenó de dicha con solo verle. Mi padre apreciaba no solo el servicio
de aquellos hombres, si no también sus relatos de las otras provincias y
prefecturas, aquella era una forma común de enterarse de las noticias, ya que
habitualmente el correo era interceptado y no siempre llagaba a su destino. He
de confesar que deseaba oír su voz, pero él no habló... la curiosidad estaba
matándome, cuando se sirvieron las copas el muchacho declinó, y los otros
alegaron que era aun muy joven para beber Sake entre los hombres.
Pasadas unas horas, se retiró con
el permiso de los demás y secretamente le seguí hasta la fuente en el centro de
nuestro jardín, allí sentado contemplaba su propio reflejo en el agua
cristalina, pero estoy segura había notado mi presencia. -Ara, me cuestiono si
mi joven protector es mudo, hizo un voto de silencio o es la timidez la que le
impide el habla- Me atreví a decir.
-Se equivoca mi señora... no soy
mudo y tampoco he hecho un voto- Se puso de pie, hizo una reverencia y
pretendió marcharse sin más a sus aposentos.
Esto me ofendió en sobremanera.
-Si es el caso, me sorprende que un fiero guerrero como usted tema y huya de mí
sin ninguna sutileza- Dije sin ningún recato y mis palabras le detuvieron.
-Un hombre no debe posar los ojos
donde no le es permitido, si mirase a la luna en el firmamento... pasaría por muchos
sufrimientos al no poder tenerla- Me miró de soslayo antes de marcharse.
Hablaba con voz grave, pero suave
y hasta delicada. Sus enigmáticos ojos supieron cautivarme con aquella tacita
declaración realizada. Había sido hábil al no darme su nombre, pero si expresar
su debilidad por mí de forma respetuosa, incluso poética. Me hallé sola en
aquel bello paraje observando los pequeños pétalos rosa caer de los arboles,
sus actos habían incrementado mi curiosidad o eso quise pensar en aquel
momento. Entonces decidí hablar cautelosa con sus compañeros de viaje,
intentando saber su nombre, pero todos lo llamaban 'el monje'... nadie conocía
su verdadera identidad, luchaba por la causa y era un chico honorable a pesar
de su juventud, por tanto no hacían preguntas. Al cuestionar la razón del
apodo, muchos sonrieron...
-Realiza una danza mortal, su
espada tiene voz propia en cuanto abandona la funda como si fuera el canto de
un Shinigami (Dios de la muerte). Cualquiera pensaría que sin ella 'el monje'
es nada, dado que el chico es algo bajo de estatura... pero le aseguro señorita
que él es todo menos indefenso, aún sin su arma- Afirmó el más veterano y por
tanto líder Ankara-san. Yo agradecí con una sonrisa y una venía la colaboración
que sin saberlo me había prestado el hombre mayor.
En cuanto la noche avanzó un poco
y todos yacieron dormidos, me escabullí de mi cuarto y la escolta. Los cuales
admito muy cómodos y borrachines como para ser buenos en su labor. Me deslicé
por los pasillos y me introduje en el cuarto de aquel joven que movía la más
intensa curiosidad en mí. Al acercarme lo encontré dormido, se antojaba tan
dulce en el sopor de sus sueños, que quise retirar los hilos negros de su
rostro para observarle mejor, pero un movimiento brusco me arrojó sobre el
lecho, una mano tapó mi boca y una daga se posó amenazante en mi cuello.
-Ki...Kiyohime-sama- Una vez me
reconoció me soltó más que apenado, guardó la daga entre sus ropas y se sentó a
una prudente distancia de mí. -Tal parece que mi señora ha equivocado su
cuarto, un error poco común en alguien que conoce esta casa como la palma de su
mano- Muy respetuoso y hasta inocente diría yo, cualquier otro hubiera dudado
de mi honra en ese momento.
-Sus bienvenidas son algo poco
habitual... señorrr...- Dejé mi inquietud sobre el tintero.
-Si quería saber mi nombre solo
ha debido preguntarlo Viola-sama...- Me dedicó una sonrisa en las sombras y
lamenté en mi interior no contar con algo de luz para apreciarla mejor. -Yo soy
Nataru Blan, y es un honor conocerla- Inclinó su cabeza ante mí con un porte
que no distinguí la primera vez que le vi.
-Blan... ese apellido me resulta
familiar...- Mis ojos se ampliaron. -¡Son los terratenientes del Norte!-
-Shhhh- Me silenció con el ademán
de un dedo en mis labios y me hizo estremecer en el solo tacto, algo atrevido
para ser Nataru un 'monje'. -No desea ser encontrada en mis aposentos, a mi me
matarían y su virtud sería puesta en tela de juicio... procuré por favor hablar
más bajo- Tampoco esperaba tal agudeza de su parte.
-¿Un hábil espadachín como usted
teme a la muerte?- Le miré curiosa, procurando seguir su consejo, hablar en un
susurro.
-De ningún modo... temo más al
deshonor que mis actos puedan traer a mi familia- Admitió Nataru con tierna
vergüenza.
-Me parece que Blan-sama se
escabulle de mí como si estuviera en serio peligro...- Me acerqué un poco más a
él y este se tensó en el acto.
-Prefiero hablar con usted a la
vista de todos, que en la intimidad de esta habitación. No olvido la
hospitalidad de su padre- Hablaba formal, muy distinto a la fluidez de su
lengua en la fuente.
-Y así todos pueden dar fe de su
caballerosidad y rectitud- Sospechaba algo diferente en él, pero cuanto más
cerca le tenía mayor era mi deseo por eliminar toda distancia. Aquello lo sabía
impropio, sabía que jugaba con fuego pues cierto era que si él se dejara
arrebatar por sus bajas pasiones, muchas cosas estarían perdidas. Excepto
porque una parte de mí anhelaba ver completo ese momento, a sabiendas de las
consecuencias y tristemente apenas le conocía, ¿Como podía tener tal efecto en
mí? Pero ¿Y si yo no fuera de su gusto...? Temí. -¿O es acaso que mi aspecto le
resulta desagradable?- Me fingí dolida.
-No me malentienda Viola-sama...
cualquier caballero afirmaría que su belleza es apenas comparable a la de una
deidad, por favor sepa disculpar mi tosquedad si es eso lo que le hicieron
pensar mis torpes palabras- Él había eliminado la distancia para sujetar mis
manos con suplica, noté entonces que eran suaves, delicadas y delgadas. El entendimiento
llegó para mí como un disparo, tan rápido que me costó bastante el no desmayar
allí mismo. Al notar mi palidez se apartó silencioso y bajó la mirada. Se supo delatada,
pero yo le debía la vida... o así lo justifiqué, para no prestar atención al horror
que suponía saberle una criatura con cuerpo de mujer escudada en un disfraz.
Saberla mi congénere, muy a mi pesar no disminuyó en lo absoluto mi deseo, por
ella clamaba con fuego mi piel, aun con más fuerza que antes.
-Ara, parece que Blan-sama es un
hombre poco experimentado con las mujeres- Compuesta mi fachada y oculta mi
inquietud decidí jugar un poco.
-¿Ein? Bueno yo... soy un
caballero y nosotros no tenemos memoria- Su sonrojo era tan hermoso, como la
deleitable vista que contemplaba de sus piernas apenas ocultas en la Yukata.
-No debe ocultarlo... es usted
aún muy joven para ser maestro en las artes amatorias- Seguramente Nataru
estaría cuestionándose el como llegamos a tener esa conversación. Sin embargo
sus tiernos gestos me incitaban a molestarle un poco más, fue desde entonces mi
debilidad. -Aunque... es culto de nuestras castas que las hijas de grandes
señores sean instruidas por Geishas para la complacencia de sus futuros
esposos... ¿no fue este su caso Nataru-san?- Insinué con toda desfachatez.
-¿De... de qué habla?- Se puso de
pie y me dio la espalda. -Esa es... la peor ofensa que me haya sido hecha en
toda mi vida- Presionó los puños, mientras yo le miraba desde mi cómoda
posición en el futón. -Le suplico se marche Viola-sama... o seré yo quien se
vea obligado a partir en medio de la noche y seguir con mi camino- Había total
determinación en su voz.
-Si lo hace yo diré a mi padre
que usted me ha deshonrado- Refuté inmediatamente, sin pensar que mi egoísta
deseo de no dejarle partir le metería en un aprieto y tendría que responder
como el honorable 'hombre' que era.
Se giró bruscamente posando su
atención en mí, sus ojos verdes me miraban contrariados. -No sería capaz de
mentir... ¿O si?- Usé mi faz inexpresiva para esconder la verdad, porque
ciertamente yo no mentiría de esa forma y mucho menos pondría en riesgo a
Nataru-san, pero necesitaba con desesperación que me creyera y después de un
corto silencio así fue. -¿Qué quiere de mí?- Tomó asiento al frente con
expresión derrotada.
-Su sinceridad... ¿Por qué se
oculta en las vestiduras de un hombre? Un guerrero al cual todos temen y
admiran, sabe usted que si alguien supiera esa verdad moriría en la horca o
decapitada Blan-sama- Una nota de temor escapó de mis labios, la sola idea era terrible.
Nataru suspiró pesadamente, para
negar con la cabeza. -Debí haber aceptado ese Sake en la velada con su padre
Viola-sama- Frunció el ceño y me miró con cierta frialdad. -Me abruma que una
doncella como usted haya podido descubrir mi secreto con solo rozar mis
manos... cuando he podido mantener a salvo mi identidad, en la cotidianidad de
un grupo de hombres apestosos, que no tienen el más mínimo reparo en ir medio
desnudos por el campamento- Retiró algunos cabellos de su rostro, en un ademán
completamente femenino. Curiosamente parecía fastidiada de ver tantos hombres
semidesnudos... extraño, aquel sería el sueño de toda señorita que presa por la
curiosidad desearía ver a un hombre en una posición tan 'varonil', aunque yo
tampoco me contaba en esa lista de mujeres.
-Entiendo... pero eso no responde
mi pregunta- Insistí con suplica en los ojos, con su mano tan cerca de la mía y
sin atreverme a tocarla. -Juro por lo más sagrado que este será nuestro
secreto- Le imprimí la mayor sinceridad de la que era capaz a mi voz.
Nataru asintió suavemente. -Para
ellos es timidez el que no me duche en el río con todos, dicen que soy un niño
todavía pues solo tengo 16 años... pero esta es edad suficiente para ser la
cabeza visible de la casa Blan, al menos en teoría. Mi padre murió en un ataque
realizado por los partidarios del antiguo régimen, cuando yo tenía 8 años. Mi
pequeño hermano contaba con apenas 2 años de vida tras el incidente y ello lo
hacía un heredero completamente incapaz. Se corrió la voz de la muerte de
Kioshiro Blan y muchos señores fueron a visitarnos para cerciorarse de aquella
circunstancia... entonces mi madre urdió un plan para evitar que esos hombres,
cuyo fingido pesar era evidente, no pudieran apropiarse de todo lo que era
nuestro... al menos hasta que mi hermano Saito sea un hombre en capacidad de
defender sus propiedades- Tensó la mandíbula desviando el rostro a un lado.
-Usted no lo entiende porque su padre esta vivo y tiene 2 hijos varones que
pueden sucederlo cuando muera, Kami-sama retrase este hecho muchos años-
Inclinó la cabeza con devoción, en aquella implícita suplica que me enterneció
enormemente. -La idea de mi madre fue clara, cuando aquellos hombres nos
visitaron yo dejé de ser una niña para convertirme en el heredero de nuestra
casa, se me obligó a vestir las prendas e insignias correspondientes. Muchos de
aquellos señores creyeron nuestra falacia, mi aspecto les convenció porque yo
soy el vivo retrato de mi padre y por ello respetaron el linaje de nuestra
familia. Sin embargo mi madre debió desposar a uno de los tantos pretendientes
que llegaron después de algunos meses, alguien tenía que hacerse cargo de todo
puesto que yo todavía no estaba en posición, edad, ni mucho menos conocimiento
de como administrar mi herencia. Finalmente mi madre se vio obligada a enviarme
lejos para que su esposo jamás descubriera la verdad sobre mí y claro esta, no
tomará nuestras vidas como dictan las costumbres... así fue como viajé a
Indonesia con un fiel sirviente y protector llamado Rayzo... allí, él me
instruyó en el arte de la espada, pero también se me admitió como alumna en un
templo tras superar numerosas y difíciles pruebas, todo para aprender el Pencak
Silat... hace un año, he debido abandonar tal instrucción puesto que mi madre
me solicitó que volviese con urgencia, el honorable Keita Sakamoto había
fallecido al parecer, y con su muerte la que creía sería mi libertad se
convirtió en algo inalcanzable. Tuve que escapar del templo y Rayzo sacrificó
su vida para que yo pudiera volver... esas eran las reglas- Una pequeña lágrima
en la memoria de aquel leal sirviente bajó por su mejilla y sin mediar
pensamientos, con mis dedos la retiré sintiendo mío su pesar.
-Lamento escuchar eso Nataru...
sin embargo su pequeño hermano ahora debe tener 10 años, una edad razonable que
ahora los otros señores tienen que respetar- Intenté atisbar una luz de
esperanza en aquella lastimera historia, no imagino cuantas dificultades tuvo
que superar para estar de vuelta en Japón o cuanto dolor tolerar en la lejanía
sin su familia.
Me sonrió amablemente, retiró mi
mano de su hermoso rostro... pero pude atisbar un dejo de nostalgia en su
mirada esmeralda y ello, comprimió mi corazón de una extraña forma. Algo dentro
de mí gritaba que no querría escuchar sus siguientes palabras. -Volví a mi
hogar y al ver a mi querido Saito me he sentido orgullosa, él será un gran
señor dentro de algunos años, ya pronto alcanzará mi estatura y le será
designada una esposa... solo debo esperar unos cuantos años más, antes de
desaparecer discretamente. Es por esta razón que después de unos meses en casa,
me uní a este grupo de monjes y guerreros... tenemos que viajar hasta Echizen
para apoyar la avanzada y recuperar el control de la prefectura, pero yo, mi
querida Kiyohime... no tengo planes de volver con mi familia por mi propio pie-
Sentada como un hombre, ya hablaba como uno... era cruel, dolorosamente injusta
su situación solo por ser mujer y ese tono de luto algo horroroso. Quien vive y
lucha una guerra de tantos años, no esta destinado a volver a su hogar en vida.
-¡No!- Sujeté sus ropas negándome
a tal realidad. -¿Por qué no puedes volver? ¿Por qué no puedes fingir
eternamente?- Sonaba tonto incluso para mí, pero tenía que convencerla de algún
modo.
Llevó su mano sobre la mía en su
brazo derecho. Me miró a los ojos con ternura, era tan dulce su forma de verme,
que ya sería imposible para mí desprenderme de ella. -Porque soy mujer
Viola-sama... una doncella como usted ha descubierto mi secreto con tan poco.
Yo no puedo fingir ser un hombre para siempre... en cuanto cumpla con el deber
de desposar a una doncella, esta me delataría y sería mi fin, así como el de mi
madre y mi hermano, yo no podría perdonarme tal deshonor o perderlos- Volvió a
separarme de sí, quería esconderse en sus cabellos para que las puertas de su
alma no delataran lo que vi... Deseas vivir ¿No es así Nataru?
-Podría... encontrar una
jovencita que por amor guarde tal secreto- Insistí, aunque la sola idea de ver
a otra mujer cerca de Nataru resultaba odiosa.
Una risa muy poco recatada manó
de aquellos labios rosáceos. -Me parece que Viola-sama ha leído muchos libros
de amores e idilios... una mujer no querría renunciar a una vida normal, con el
vilo del miedo a cada instante, en un matrimonio sin hijos y en compañía de
otra... que teniendo un cuerpo como el suyo jamás podría amarla como un hombre
puede- Arguyó finalmente con pesar.
Me mordí los labios queriendo
afirmar que era posible, que yo misma me ofrecería para la tarea de pasar una
vida junto a mi Nataru y que renunciaría a ser madre, solo por la maravilla de
su compañía. Que encontraría la forma de amarla, pues a fin de cuentas aquello
no debe ser tan distinto de las instrucciones de Madame Yuriko, la Geisha que
me instruyó en las artes amatorias. Pero que podría decir yo, que también estoy
presa en mi pequeña jaula de oro... hasta la fecha nunca vi tan inconveniente
la idea de ser la prometida de Ikeda Kanzaki. -Entiendo la dificultad...- Me
separé lentamente de Nataru, para quedarme hechizada nuevamente en el profundo
verde de esos ojos tristes. Una idea se arremolinó en mi cabeza, ¿y si pagara
por una doncella?... no precisamente una doncella, una dócil concubina a cambio
de su silencio y su... ¡No! ¡No quiero tal cosa!
-Veo pesar reflejado en su lindo
rostro Kiyohime. No debe angustiarse por un simple conocido, alguien que esta
de paso... así que por favor no se preocupe por mí, en cuanto me vaya hará bien
en olvidarme- Sonreía comprensiva, pero el efecto era contrario en mí, en nada
me alentaban sus mustias palabras.
-Nataru es cruel al pensar que le
olvidaré con tanta facilidad- Reclamé enojada por su intensión.
-No digo que lo hará... digo que
todo sería más fácil de ese modo- Ella me instaba a reír con una mueca algo
cómica en su cara, pero solo lograba que yo deseara sollozar. -Debe irse, si no
desea ser descubierta en su 'pequeña' travesura-...
Esa noche ella no osó tocarme un
solo cabello, aunque yo no he de negar que lo deseara. En los días venideros,
repetí mi acto de aparición en su cuarto, hablamos incansablemente de su vida y
de la mía, relatos de sus viajes, anécdotas de mi infancia y Nataru me prestaba
atención como pocas personas en mi vida. Ni siquiera mi madre, para quien
tristemente era como una joya que se vende al mejor postor y con la que nunca
pude hablar de cosas que no fueran el como servir el té y disponerlo todo para
mi futuro esposo. En cambio esa persona se comportaba de una manera extraña
para mí, era un caballero en toda la extensión de la palabra, pero a la vez una
comprensiva mujer que pese a vivir oculta en ropas de hombre, aun conservaba
destellos de su feminidad en cada uno de sus movimientos. Era un placer
prohibido contemplarla cada día, tan prohibido como lo era para las jóvenes que
servían en nuestra casa.
Por primera vez experimenté el
sentimiento que nace del amor, el insufrible monstruo de los celos. Odiaba a
toda insensata que osaba acercarse a mi Nataru con la más tonta excusa, entre
ellas la de entregarle los alimentos. Rabiaba de ira cuando ella blandía su
espada con gallardía y con ello suspiraban enamoradizas las jovencitas. Se hizo
común en aquellos días de alojamiento, el que los invitados hicieran gala de
sus habilidades con la espada en presencia de mi padre y con el animo de
divertir a los comensales improvisaban pequeños espectáculos. Escuchaba con
molestia los parloteos de las mujeres, que si bien no expresaban sus febriles
deseos en presencia de los hombres, si lo hacían en el anonimato de las duchas,
donde los baños de rosas eran una práctica común y una zona de chismorreo
segura. Nataru se hacía cada vez de más adeptas y algunas inclementes, no
procuraban mantener en secreto sus fantasías con el agraciado espadachín. ¡Mía!
repetía en mi mente para apagar el deseo de manchar con sangre las termas.
Caía con cada furtivo encuentro,
todos mis deseos y sentimientos se incrementaban hasta hacerme soñar más de lo que bajo esas circunstancias
podía permitirme. Pero allí estaba cada tarde en la fuente, esperando su
llegada y su voz, ya que con su sola presencia volvía a respirar, a sentir
vida... una verdadera, tras los muchos años de monotonía. Acontecieron noches
en las que volví a escabullirme en su cuarto, aún si gruñía molesta por los
riesgos que 'me gustaba' correr, siempre delataba comodidad y contento con mi
presencia en los instantes siguientes, comenzaba a usar mi nombre en secreto y
mi apellido ante las gentes. Me había enamorado de ella, pero dudaba que mis
sentimientos fueran correspondidos y ello ahondaba una terrible pena en mi
pecho. No importaba cuantas frases e insinuaciones empleara, cuan cerca de su
deseado cuerpo estuviera, nunca bajo ningún concepto Nataru transgredía la
línea de la amistad que estábamos viviendo. Comenzaba a cuestionarme
seriamente, si su actitud era caballerosa o francamente idiota.. llegué incluso
a pensar que era una mujer como todas, de las que hubieran deseado un gentil
esposo y muchos hijos, pero lo deseche rauda al notar el desprecio con el que
se refería a los hombres, ninguno le había gustado nunca.
El tiempo de una semana
transcurrió con velocidad pasmosa, como si la vida se empeñara en hacerme
pensar que solo estaba soñando, me despedí sonriente aquella noche, solté su
mano con cierto pesar y logré volver a mi cuarto antes del amanecer. No pude
conciliar el sueño, no tuve otra opción que contemplar con ensoñación desde la
ventana de mi cuarto, los tenues rayos del sol que acariciaban las montañas y
así fue hasta iluminar los campos de arroz en la distancia de las tierras de mi
padre.
Con la llegada del día algo
insoportablemente doloroso para mí acontecería. Nataru y sus acompañantes
continuarían con su camino y yo, supe que mi corazón se iría con ella en
dirección de Echizen. Tenía por todos los dioses que arrancarle una promesa o
algún pacto con el que logrará verla otra vez, mas solo contaba con unas horas
para eso. Ordené mis ropas, me dispuse en un atuendo respetable para la
ocasión, oculté con habilidades aprendidas de mi apreciada Yuriko las ojeras,
puesto que esas amenazaban con delatar mi escaso sueño ante mis padres.
Finalmente me encaminé al comedor para tomar el desayuno.
En la gran mesa sirvieron primero
a los hombres de la familia, Ren y Yuto me sonrieron enormemente, mis hermanos
estaban de vuelta pero en mis cavilaciones casi no logró percatarme de eso. Nos
desplazamos a un lugar más privado en el cuarto del té y ellos no me dieron
oportunidad de hablar con Nataru, ocuparon valioso tiempo relatando anécdotas
de su viaje y las 'buenas' noticias que traían consigo. Le anunciaron a mi
padre el próximo arribo de mi prometido, en un tiempo estimado de un mes y
medio. Guardé los modos con una sonrisa amable, en una careta muy ensayada que
se aprende para jamás develar en presencia de los señores, las emociones que a
una mujer de mi categoría pudieran afectar.
Fue así como finalmente
aguardamos solas mi madre y yo, pues tales asuntos solo debían ser tratados
entre mujeres. Ella no ocultó su alegría, no hizo otra cosa que hablar de los
preparativos de mi boda y de la dicha que traerían a nuestra casa los posibles
nietos resultantes de la unión. Pero yo solo podía pensar en mis hermanos y
padre, que habían ido a despedir a los invitados que partirían en algunos
minutos. Fue como si mi corazón se rompiese en tantos fragmentos, que
seguramente no lograría reconstruirlo ni con el paso de una vida entera. Mi
Nataru se marchaba sin siquiera una despedida... y el llanto amenazaba con
salir de mis ojos.
-Mi dulce Kiyohime lucirá tan
bella que será recordada por generaciones enteras, una tan solo comparable a la
de la hermosa Shizuru- La voz de mi madre me trajo de vuelta a la realidad. No
podría reír, mucho menos llorar... ¿Cómo osaba compararme con esa divina mujer?
Cuenta la leyenda que Shizuru fue una criatura tan grácil y dotada de tal
hermosura, que con su sola presencia logró cautivar a un dragón y robarse su
amor, unida, fundida con aquel ser divino dio paso al primer descendiente de la
familia Viola. Es esa la razón por la cual todas las mujeres de nuestra
familia, tatúan en su espalda la figura arcana de aquel ser místico, somos una
con el dragón de fuego y él nos regala sus dones... según nuestras creencias,
somos descendientes de esa pareja primigenia y todas nuestras tradiciones se
rigen en base a esa unión. Esto claro, solo aplica a las mujeres... porque mi padre
tiene otras creencias y considera tal relato un simple cuento para niños.
-Madre no debería compararme con
aquella que es divina, ¡Es casi sacrílego!- Musité temerosa.
-Ara, me agrada el respeto que mi
Kiyo-chan tiene con el legado, lo importante es que ella transmita nuestra fe a
sus hijas como yo lo hice con ella, así como las enseñanzas que le he
entregado- Acariciaba mi mejilla, una pequeña punzada y una sonrisa falsa en
respuesta a sus maternales palabras.
Lo cierto es que nunca la había
visto tan contenta, se notaba a leguas que la idea de ser abuela llenaba su
mente de grandes ilusiones, pero era tan poco creíble al mismo tiempo. Ayame
Viola... siempre tan calculadora e influyente en las determinaciones de la
familia, verla ceder a los años y los tiernos pensamientos de la familia,
resultaba un dolor de cabeza para mí. Mi padre es la cara visible, pero nada
ocurre sin que ella lo urda en el lecho, manipulando completamente la familia a
través de Shouji. Un matriarcado invisible gobierna a la casa de los Viola y es
algo que solo ella y yo sabemos. Se nos enseñó que el matrimonio es una forma
de liberación, en mi casa, en mi unión con Ikeda Kanzaki, sería yo al final...
la que moviese los hilos de su vida, su gente y de ser posible todo su mundo. Esto
era hasta hace poco un gran consuelo, pero cuando he conocido el amor, prefiero
la muerte a permitir que ese hombre posé un dedo sobre mí en lo que a la noche
de bodas respecta.
El sonido de un gran revuelo
entre la servidumbre que caminaba de un lado para otro fuera de la puerta, nos
alertó a mi madre y a mí. Ayame abrió la puerta corrediza y detuvo a una de las
mujeres. -¿Qué pasa?-
-Los invitados requieren monturas
mi señora, Viola-sama ha dado la orden... van a repeler un ataqué en las
afueras, los opositores están quemando y saqueando uno de los poblados cerca de
la montaña, hace un momento ha llegado una paloma mensajera dando el aviso-
Musitaba nerviosa la jovenzuela.
-¿Los invitados?- Inquirí. Pero
eso significa que...
-Ellos se han ofrecido para la
tarea en agradecimiento por la hospitalidad de su padre Ojou-sama- Me respondió
extrañada la chica, dado que no es propio que yo haga esa clase de preguntas,
como mujer estoy relegada en ese tema, es cosa de hombres.
-Ve entonces y apúrate, vidas inocentes
pueden estar siendo cegadas en este momento- Imperante mi madre cerró la puerta
antes de mirarme. -Ara, es una suerte que tu padre no estuviera cerca... esos
asuntos no son de nuestra incumbencia hija-
-Pero tú lo has dicho madre,
vidas inocentes...-
Me interrumpió con presteza. -Son
modos Kiyohime... modos de disuadir mi intervención abogando por aquellos que
están a nuestro servicio, tú en cambio has sido muy enfática en tu interés por
los invitados de tu padre... esperemos que solo te preocupen sus vidas y no
otra cosa querida- Su mirada quiso leerme, pero escondí mis emociones tan
pronto sus ojos negros se posaron sobre mí.
-Cuestionaba si esta en manos
capaces la tarea, solo confío como tú dices en aquellos que están a nuestro
servicio... hubiere sido más apropiado enviar a nuestra armada- Desvié el tema
lo suficiente para hacer que mi madre no prestase atención a sus suposiciones.
-Aun te falta por aprender
pequeña... tu padre es sabio. No arriesga la vida de nuestros hombres, sino la
de voluntarios confiados. Por el número de hombres que comanda Ankara-san, no
tendrán problemas en repeler el ataque, sin embargo... seguramente habrá bajas
y no serán nuestras- Sonrió ante las facilidades que eso suponía, cuando un
Samurái al servicio de nuestra familia muere, es costumbre que los señores
feudales se hagan cargo de sus cercanos, siendo estos esposas e hijos, hijos
que serán nuestros vasallos Samurái en el futuro. -Dejemos este tema atrás,
confía en el criterio de tu padre... nunca olvides que este tipo de
conversaciones solo debes tenerlas conmigo, porque las mujeres...-
-Las mujeres no debemos
inmiscuirnos en temas de guerra, hemos de estar al regreso de nuestros esposos
e hijos para serviles- Completé la expresión que tenía calada en la cabeza
desde la más tierna infancia.
-Así es... mi hija me
enorgullece, será una maravillosa esposa y es eso en todo lo que debe pensar...
su madre sabrá mover sus influencias como mejor puede para garantizar el
bienestar de su Kiyo-chan- Los dedos de mi madre acariciaron mi rostro,
mientras sus palabras apacibles solo me frustraban por dentro. Pese a ello
sonreía como era costumbre y enseñanza, siempre oculta en una mascarada.
Sonrisas, llanto, o seducción... esas son las caretas fundamentales en nuestro
aprendizaje. Todas ellas matizan dependiendo del uso y la situación... mientras
que las verdaderas emociones siempre están en lo profundo donde nadie puede
acceder a ellas, están envueltas en una fortaleza amurallada.
Pasó la tarde, incluso llegó la
noche sin que el grupo de rescate volviese. En mis pensamientos solo se
preservaba una idea... más bien una suplica ante nuestro antepasado, rogaba al
dragón de fuego y a su adorada esposa, por la seguridad de mi amada Nataru,
solo ellos entenderían mi sentir... porque ellos superaron la barrera que
supone la diferencia. Aun así me agobiaba la angustia y las anteriores noches
en vela comenzaban a hacer mella en mí, por lo que fui temprano a mi cuarto
alegando un poco de fiebre. Fue creíble porque en verdad tenía calentura,
tantas tensiones enfermarían a la más saludable de las mujeres. Mi madre me
suministró horas más tarde un té, del que por su aroma supe se trataba de un
somnífero. Accedí sabiendo que mis preocupaciones no me dejarían dormir y
claramente esto no mejoraría fuese cual fuese el destino de mi amor en esos
momentos.
Al despertar, sentí el peso de mi
cuerpo apenas recuperarse de mis agitaciones recientes... no imaginaba que
fuera tanto mi agotamiento y comenzaba a preocuparme que quizás los desvelos
que le hice pasar a Nataru también hubieran mermado sus fuerzas para la
confrontación. Casi como una premonición, un revuelo turbó mis sentidos
nuevamente, busqué luz apartando los cerrojos de mis ventanas y noté que ya era
de tarde ¿Cuánto tiempo dormí? Eso se hizo lo menos relevante, el sonido de
caballos y el ajetreo de la servidumbre me daba la noticia que tanto estaba
esperando.
Odié cada nefasto segundo que
debí agotar en estar presentable y una vez libre de semejante labor, me moví a
la sala principal, donde comúnmente se llevan a cabo las recepciones y grandes
banquetes. Allí estaba mi Nataru, que alivio, que forma de recuperar el alma
misma. Le servían una copa de Sake que esta vez decidió degustar, mas solo fue
una. Contuve mis deseos de mostrarme, pero en mutismo, desde prudente y
escondido sitio le observé silenciosa.
Esta vez noté una diferencia, en
cuanto sus amistades le daban una palmada en la espalda a mi Nataru, esta
gruñía. Tampoco su postura era la acostumbrada y su ropa estaba cambiada. Decidí
irme, esperando una oportunidad de verla otra vez, pero en privado y aclarar
mis dudas. -¡Miren! Ha llegado la luz de mis ojos...- La voz de mi padre
interrumpió mis intensiones, mis hermanos a su lado sonrieron contentos al
saberme mejor.
-Ara, ignoraba que estuvieren
festejando y no he deseado importunar, solo quería hacerte saber que mi salud
esta bastante mejor padre mío...- Totalmente servil ante el señor de la casa,
con una venía y sin mirarlo directamente a los ojos. Pero de soslayo noté el ceño
fruncirse en mi amada, extraño en verdad ¿Será acaso mi mente la que me engaña
o estaba preocupada?
-Ven pequeña... me alivia
profundamente que estés mejor, anda... toma asiento junto a tu anciano padre,
te he echado en falta estos dos días, ya era un mar de angustias en pos de ti-
¿Dos días? Oculté mi sorpresa y obedecí a sus palabras, muy pronto me senté a
su izquierda como él deseaba. -Si Ankara-san gusta continuar su relato, yo
estaré encantado de oírlo y seguro mi Kiyo-chan también- Dijo Shouji de lo más
cordial, mientras tomaba otro trago de Sake.
-No es problema, casi
terminaba... iba en que... nos superaban en número pero no en habilidad, los
más débiles sucumbieron en la primera oleada de nuestro ataque, mientras
algunos apagaban el fuego de la aldea, nuestro pequeño amigo se debatía contra
3 hombres mucho más grandes que él...- Ankara-san, un hombre curtido por los
años y además lleno de cicatrices palmeaba el hombro de mi Nataru con un gesto
de admiración. -Sucumbieron bajo el filo de su espada, sospecho que no supieron
del todo que les pasó... lamentablemente algunos de nosotros descuidamos un
instante a los que estaban ocultos y un par de flechas se dirigieron hacía 'el
monje', él logró atrapar una entre sus manos, pero la otra lastimó su costado...
y mira que es terco el muchacho, fiel a los principios de un guerrero, no dudó
en continuar hasta que vimos completada la victoria- Fruncí el ceño un corto
instante, así que mi amada se había expuesto tan deliberadamente y por ello su
cuerpo estaba herido. -Al final se ha ocupado de las heridas él solo, no se si
es un valiente entre valientes o un cabeza dura- Ankara-san sacudió los
cabellos negros en su enorme mano.
-No quería incordiar Ankara-sama,
los demás estaban ocupados ayudando a extinguir el fuego, así como en atender a
las personas con heridas más severas y si he de ser franco, una doncella se
ofreció amablemente en la tarea de limpiar los cortes...- Desvió la mirada
sonrojado.
Las risas estallaron desde todos
y cada uno de los hombres en la sala, incluso los serviles. Nataru se había
delatado, hacían sorna del tierno y pudoroso gesto de momentos atrás. Para
todos estaba claro que 'él' todavía no se había convertido en un hombre, no al
menos en el sentido practico de la palabra. Mi amada era evidentemente virgen y
eso para mí tenía una clara significación, pero ¿Y ellos? Ellos resolverían ese
aspecto a la brevedad posible, por lo que presioné los puños sobre el tatami
¿Qué otro modo de expresar mi frustración podría ejecutar en medio de aquellos
ojos vigilantes? -Kiyohime... por favor ve con tu madre y ocúpate de que todas
las sirvientas estén en sus habitaciones a horas recomendables- Susurró en mi
oído mi padre, yo solo asentí.
Me despedí protocolaria y un
sutil ademán con la cabeza indico a las mujeres que me siguieran. En el pasillo
se escucharon abucheos y comentarios divertidos, brindis de copas mientras una
a una las mujeres llegaban a mi lado. -Mi padre ha ordenado que todas ustedes
vayan a sus aposentos a la brevedad posible, antes de dejar sus pendientes
deben solicitar su reemplazo en los hombres a nuestro servicio- Una vez dadas
las respectivas instrucciones, acudí presurosa a mi habitación.
En la privacidad de mi cuarto,
tomé tinta y un papiro, escribí raudamente un mensaje que sellé con resina y la
marca del anillo de serpientes en mi mano. Luego busqué entre mis ropas espada
corta, en cuya empuñadura colgaba un pequeño cascabel, con un movimiento
ensayado, una serie de cortes que evocaban el Kanji de mi nombre, reproduje un sonido
particular. Sin tardanza una sombra apareció en mi cuarto a mi espalda.
-Okuzaki-san- Dije suavemente antes de mirar la figura de la Ninja que me fuera
designada desde el nacimiento.
-Estoy a su servicio Ojou-sama-
Inclinaba su cabeza oculta por la tela negra.
-Quiero que hagas algo por mí-
Pareciera una solicitud comedida, pero necesitaba con premura los servicios de
aquella mujer.
-Sabe que para eso existo- Musitó
sin levantar la cabeza.
-Seguramente habrás notado el
movimiento en la casa- La joven asintió con la cabeza a mis palabras. -Esta
noche los hombres irán a visitar la casa de citas del Dragón Rojo- Pude divisar
una sonrisa divertida en los labios carmín de la Okuzaki, mas contuve un dejo
de molestia ante su muestra de emociones, a mí no me hace gracia en lo
absoluto. -Quiero que remitas este mensaje a Yuriko-sama- Mi voz fría apagaba
en la mente de la chica cualquier intensión de replicar. -Sabe que espero su
total colaboración y confidencialidad, yo sabré compensarla por tus servicios- La
Okuzaki asintió antes de marcharse por la ventana con el manuscrito en sus
ropas.
No tuve otra opción que confiar y
esperar con la paciencia que no tenía a mi servil. Para la tarea fue
indispensable una tetera completa y mi exclusiva reserva de té verde, mientras
mi mente divisaba las posibilidades de lo que estaba apunto de hacer, una gran
deshonra acaecería sobre mí de ser descubierta. Una hora después volvió a
presentarse la joven Ninja con mi pedido, depositó perfectamente dobladas unas
prendas negras frente a mí, era un atuendo masculino de color negro.
-Yuriko-sama ha dispuesto todo para su arribo, pero debe llegar antes que ellos
al Dragón Rojo, de otro modo sus deseos no se verán cumplidos Ojou-sama- Me
puse de pie y deposité sobre sus manos un pequeño saco con más que el pago
justo por sus servicios.
-Un incentivo por tu efectividad
y tu silencio- A diferencia de los Samurái, los Ninjas si que tienen un precio.
La chica sonrió y se evaporó nuevamente, sabiendo cumplido mi pedido no tenía
más razones para permanecer en mí cuarto.
Sin perder el tiempo ocupe en
vestirme y esconder lo mejor posible mi rostro, así como mi cabello en la capa
negra como la noche que se cernía en el cielo. Salí por la ventana, crucé el
jardín y me oculté en unos pequeños matorrales cerca del establo, los mozos
cuidaban de los caballos y ello supuso un gran problema, pero la Diosa estaba
conmigo... de distracción me sirvieron las doncellas que regresaban del campo
para alojarse en las humildes casas dispuestas para las familias de los
Samurái. Pude tomar mi caballo entre las sombras y silenciosamente alejarme
algunos metros antes de poder montarlo, asegurándome de no ser tomada por una
ladrona, así partí presurosa al poblado más cercano. El galope raudo de mi
caballo y el viendo golpeando en la cara me hizo sentir viva como nunca, romper
las reglas tiene su mística, bastante más cuando se hacen por amor estas
locuras.
Por las callejuelas oscuras y
algo roídas por el uso, logré divisar una gran casa antigua, de tonos marrones
y rojos en la entrada, pero mi ingreso no sería por la puerta principal, en la
trastienda un sonido de ave atrajo mi atención y allí una chica de largos
cabellos rojizos, me esperaba. -Yuriko-sama lo espera- Dijo tomando las riendas
de mi caballo para esconderlo en los establos de la dueña de la casa.
Caminé a través de los pasillos
escoltada por otra chica de negros cabellos y ojos azules, era la hija de
Yuriko-sama y futura dueña de aquella casa. Tras pasar diversas columnas y un
pequeño jardín central, la joven abrió una puerta para mí, allí en posición de
flor de Loto, la hermosa señora de la casa aguardaba por mí. Nos dejaron a
solas y solo entonces la dama se puso en pie para abrazarme, la extrañaba pues
pese a su oficio había sido más madre para mí que la propia, más dulce, más
comprensiva y paciente. -Kiyo-chan se ha convertido en una hermosa mujer-
Musitó retirando la capa de mi cabeza para contemplarme.
-Yuriko... mi querida
Yuriko-sama, he lamentado este año sin verte, mas espero que mis humildes
cartas llegaran a tus manos- Una lágrima traicionera quiso escapar de mis ojos.
-De ello se ha ocupado
Okuzaki-san y no sabes cuanto he agradecido a la Diosa tal gesto de tu parte-
Yuriko también ha creído en Shizuru-sama, luego retiró con su pulgar mi llanto.
-Tú mensaje procuraba urgencia y tu llegada ha sido abrupta... ¿En que puedo
ayudarte?-
La miré con determinación, sabía
que de titubear ella no colaboraría con mis deseos. -Vienen hacía aquí mis
hermanos, mi padre y sus invitados...-
-Así es, tu padre ha enviado un
mensaje para solicitar nuestros servicios completos esta noche ¿Pero eso en que
te afecta Kiyo-chan? No es nuevo este hecho, la familia Viola ha hecho uso de
esta casa durante varias generaciones- Confirmó Yuriko mis pensamientos, realmente
planeaba agradar a los invitados y a mi Nataru con una noche entre damas de
compañía.
-En esta ocasión no soportaría mi
corazón, saber que uno que es preciado para mí, se convierta en hombre con una
de tus doncellas- Dije sin dilación y las manos de Yuriko soltaron mi rostro
sollozante.
-Yo... yo no puedo negarle a tu
honorable padre nuestra hospitalidad...- Delató angustiada su conflicto de
intereses, su casa abre sus puertas a hombres honorables y de alta categoría
social, así como a los amigos de estos, la estaba poniendo en un terrible
predicamento, un favor a cambio del
desprestigio del Dragón Rojo, pero se equivocaba.
Negué con la cabeza. -Me
malentiendes Yuriko-sama, no pido que le niegues tus servicios a los invitados
de mi padre... te suplico me permitas estar en el lugar de una de tus
doncellas, para poder estar con el hombre que es dueño de mi corazón- Supliqué,
algo tan impropio de mí, pero tan desesperado como las circunstancias que me
afligían. Si Nataru se negara a entrar en el lecho con una de las chicas
levantaría sospechas y si aceptara, conozco cuan bien guardan un secreto las
doncellas, pero sé que no podría soportar la idea de verla con otra.
Yuriko palideció ante mi
proposición, me dio la espalda por un momento. -¿Sabes lo que me estás
pidiendo?-
-Sé que no podré compensarte en
esta vida por tan grande favor... pero te suplico, compadece mi agonía
Yuriko-sama- Imploré con humildad, mientras me postraba ante ella y mi cabeza
tocaba el suelo que antes fue soporte a sus pies.
-No es eso Kiyohime- Me espetó
con seriedad en su pálida faz, se arrodilló a mi lado y con sus manos me elevó
a su altura para verme a los ojos. -Entregarás tu virtud a ese joven, a
sabiendas de que debes desposarte con el joven Ikeda Kanzaki, quien imagino no
es el hombre por el que suplicas- Cuestionó con pesar en sus ojos celestes.
-Por Nataru, haría cualquier cosa
Yuriko-sama... si le conocieras, sabrías el porqué de mi amor y mi capacidad de
sacrificio-
-¿Estás segura que es digno de
tanta devoción?-
-Lo estoy...-
-Kiyohime... antes de permitirlo,
debo advertirte que si alguien descubriera esto... tendré muy a mi pesar que
negar cualquier colaboración de mí parte en tu intrépido actuar, y espero que
ese joven sepa guardar un secreto- Condicionó con el ceño fruncido por un
momento.
-Tenlo por seguro, si fuera la
ocasión yo diré que entre a la casa en la noche y sin tu consentimiento, golpee
a una de tus doncellas, robé sus ropas y tomé su lugar- Afirmé con seguridad.
-Siendo así, ven conmigo... debemos
cubrirte de tal manera que nadie sepa tu identidad, pero que a él le sea
imposible quitar sus ojos de ti- Las palabras de Yuriko se hicieron obra en mí,
dispuso los mejores atuendos, vaporosos velos que matizaban los rasgos de mi
rostro, fui maquillada de acuerdo a la ocasión más naturalmente de lo que las
demás chicas lo hacen. Tras explicarle el aspecto de mi Nataru y puesta sobre
un tatami como la joya que se exhibe, esperé pacientemente el momento en que
arribaron los hombres.
Sonreí a escondidas al verle
llegar, le hicieron usar sus mejores atuendos y la encontraba realmente hermosa
a la vista, mi padre y mis hermanos no estaban lo cual fue un gran alivio para
mí, pero si Ankara y los demás, quienes no tuvieron ningún reparo en pasar
miradas lujuriosas sobre mí. Me sentí cohibida pero impasible observé como
Yuriko separaba a Nataru de los demás, dado que el festejo era en su honor y
tendría derecho a elegir primero. Paso frente a las chicas y temí que eligiese
a otra antes que a mí, pues yo estaba oculta en tan elaborado disfraz. Volvió
el alma a mi cuerpo en cuanto sus pasos se detuvieron frente a mí, sus ojos
esmeralda me miraron maravillados y que tonta, he sentido celos del papel que
interpreto ahora mismo.
-Tal parece que la elección ha
sido hecha...- Afirmó con una sonrisa Yuriko, mientras tomaba mi mano y la unía
con la de Nataru. Puedo decir que el corazón me dio un vuelco tremendo, pero
guardé el secreto mientras nos dirigíamos a una de las habitaciones dispuestas
para la privacidad.
En la soledad de aquel sitio,
adornado con flores y pétalos se extendía ante nosotras un lecho de elaborados
futones. Me di cuenta que no podría ocultar por mucho tiempo el quien soy y
aunque fuera una vez me atrevería a tomarme en serio mi labor. Mi mano se liberó
de la suya, subió por su brazo, surcó su cuello hasta su rostro, retiré parte
del velo a la altura de mi mandíbula y posé mis labios sobre los suyos. Mi
Nataru se quedó paralizada ante la caricia ansiosa que le prodigué y tras un
breve momento me apartó con sus fuertes manos en mis hombros.
-Señorita, por favor...- Con voz
temblorosa dudó. -Finja que esta noche ha pasado entre usted y yo, pero ocupe
el tiempo en dormir... yo juro por mi honor que no diré nada y fingiré igual
que usted-
-Ara, tal parece que Nataru
prefiere proseguir virgen toda su vida- No pude evitarlo, algo dolida por su
desplante disfracé mi voz con un tono de broma.
-¿Ki...Kiyohime?- Dio un paso
atrás abrumada, retirando sus manos de mí y con los ojos amenazando salir de
sus cuencas.
-Dije que cuidaría el secreto,
por ello heme aquí... pero estoy un poco decepcionada de su reacción, al
parecer mis besos no han sido del agrado de mi Nataru- Medías verdades en un
tono jovial que esconde los secretos de mi corazón. -Tendré que replicar a
Yuriko-sama por sus inadecuadas instrucciones-
-¿Ein?... el... el beso- Nataru
tragó saliva, sin poder espabilarse del todo y luego se incendió como un farol.
-El... BESO- Se llevó las manos a la boca como una niña pequeña y me hubiera
reído, si no fueran mis caricias las que le hubieran causado tanto espanto.
-Ara ara... si alguien supiera
cuan tímida es mi Nataru, todo su encanto con las jovencitas de mi casa moriría
en un instante-
-¡Oi! Yo no... ¿Cuáles mujeres?-
Me miró con extrañeza, y yo contuve un suspiro, tiene sus ratos idiotas aunque
la ame.
Tomé un poco del sake dispuesto
en la mesita de noche y serví dos vasos. -Las que no paran de mirarte cada día-
Intenté ocultar mis celos mientras le tendía el licor, que no dudó en apurar de
un solo sorbo.
-Kiyohime...- Dijo mi nombre con
infinito cariño. -Gracias por... salvarme de esto, pero te has arriesgado
demasiado- Frunció el ceño. -Si alguien lo descubriera-
-Aceptaría el castigo sin
reclamos-
-¿Por qué?- Esas esmeraldas que
vacían y llenan mi alma, quisieron desenmascarar mis caretas y lo consiguió.
-Por cosas que Nataru prefiere no
saber, porque no quiero perder a Nataru y ha estado corriendo muchos riesgos-
Levantó su mano y la llevó a mi mejilla sin dejar de mirarme tan intensamente, que
mis piernas eran de gelatina y agradecí estar sentada en el lecho.
-No temas... siempre estaré junto
a ti...- Mi corazón palpitó violentamente en mi pecho, ante las ansiados
afectos de sus dedos en mi cara, era en verdad un delirio dulce el que yo gozaba.
Sus labios rosáceos tan cerca... -Aun si es solo como un leal amigo, mi querida
Kiyohime- Se mordió un poco la boca, que terrible tentación era aquella y que
maldita falsedad estaba diciéndome.
-Nataru miente muy mal- Me
deslicé muy cerca de su oído, dejando que mi aliento rozara su lóbulo. -Yo no
quiero un amigo...-
-¿Acaso Kiyohime desprecia mi
compañía? Ya lo imaginaba, soy indigno de tal honor- Vi mucho temor en sus
ojos, su cuerpo incluso temblaba.
No podía soportarlo, que más
podía perder ya, el alma si no decía la verdad. -Nataru se equivoca, los
sentimientos que le guardo distan tanto de ello, como para conceder tal
solicitud.... mi corazón no soportaría estar tan cerca sin poder tenerle- Me
abracé a mi misma con miedo, pero el valor de amar siempre es superior a
cualquier flaqueza, estreché entre mis dedos la Yukata de seda y lentamente la
hice descender hasta dejar una buena porción de mi pecho a la vista. Deseaba la
lujuria de sus ojos, un atisbo de deseo, pero ella no quiso mirarme y me sentí
rechazada instantáneamente. -Espero
pueda disculparme...- Evité el tono roto de mi corazón magullado. -Ahora
seguramente Nataru tendrá una mala percepción de mí- Quería salir corriendo, no
imaginé tal humillación.
Nataru negó vehemente con la
cabeza a riesgo de desnucarse. -No... no diga eso por piedad Kiyohime- Desde la
postura de flor de loto, se movió a una de rodillas para sujetar mis manos y
llevarlas a su pecho. -Es solo que... yo... yo estoy enamorado de Kiyohime,
pero ella ya conoce mi secreto... entonces mis tórridos sentimientos no podrían
ser correspondidos por una criatura tan bella- Aquellas esmeraldas me miraban
con intensidad. -...no podría ser bendecida por los dioses, no cuando han
puesto sobre mis hombros semejante peso y yo... yo no podría...-
Sonreí con esperanzas renovadas,
el dolor se evaporó al entender que me amaba. -Yo... también amo a Nataru y el
que sea mujer... mmm... solo lo hace más... divertido fufufu- Reí de dicha
incomparable.
-¡Oi!- Mi Nataru se sonrojó, ¡Que
mona! -Me ha resultado muy difícil tolerar la presencia de Kiyohime y ver
cuantos nobles le dedican miradas indecorosas ¿Por qué no pueden contenerse por
lo menos?- Reclamaba como un niño pequeño al que otro pretende arrebatarle su
objeto más preciado.
-Ara, ahora resulta que
Nataru-SAMA también olvida las exageradas atenciones que le brindan las damas
de la servidumbre ¿O las miradas lascivas de aquellas doncellas mientras
entrena?- Me enfurruñe dándole la espalda.
-¿En serio? Pensaba que era
porque soy el menor de todos- Dijo inocentemente, mientras me abrazaba por la
espalda y que forma de derretirme con tanta facilidad. -¿Acaso no sabe mi amada
princesa que solo sobre ella están puestos estos ojos de hielo?-
Pero ello suponía una oportunidad
para mí fufufuf... -Entonces... entonces... quiero una prueba de tus
sentimientos- Me ovillaba aun más negándome a ver a mi Nataru.
-Haré cualquier cosa que pidas-
Esas palabras mágicas me hicieron verla de nuevo. -Subiré a la montaña para
traer la flor de fuego, enfrentaré a muerte a todos tus pretendientes y
solicitaré tu mano a Shouji Viola, ofreciendo la dote que corresponda... daría
todo lo que tengo y soy por ti- Dulce sinceridad de mi amada, un sonrojo inundó
mi rostro ante la posibilidad de mi más añorado deseo.
-Eso es muy dulce viniendo de
parte de mi Nataru...- Dudé un segundo. -Quiero... quiero que seamos una-
Escondí mi rostro en su pecho, sujetándome apenada de la ropa de Nataru en un
abrazo posesivo.
-Temo perjudicar tu honor...
deshonrarte me sería imperdonable- Me estrecho entre sus brazos con gesto
protector. -Deja que pida tu mano, deja que pueda hacerte mi esposa ante todos
y después...-
-¿No cree Nataru que ya arriesgo
demasiado al verle a escondidas? Por favor- Supliqué elevando la mirada sobre
su amado rostro.
Sentí su hondo suspiro, sus besos
en mis cabellos. -Te daría la vida misma porque no me queda ya corazón para
entregar, lo tomaste el día que nos conocimos... entonces, mi cuerpo es todo
tuyo Kiyohime- Me separó un poco de sí, con una mirada plagada de amor deslizó
sus dedos hasta mis hombros y con sus manos deslizó la prenda de seda hasta mi
cintura, dejándome completamente expuesta.
Fui objeto de la contemplación de
esos ojos amados, se dio a la labor de mirar concienzudamente el dragón de mi
hombro prolongado hasta la espalda, pero ella no sabía que yo estaba
hipnotizada por las bellas expresiones de su rostro y solo al percatarse de
ello, una sonrisa y nuestro primer beso de verdad se produjo entre sus labios y
los míos. Nuestros ojos se cerraron como símbolo de entrega, mientras labio a
labio en una mordida a prensión, tanteábamos con inexperiencia el sabor de la
otra. Mis manos desataron las cintas de la ropa de mi Nataru, así como el
vendaje que ruin escondía la vista de su pecho a mis ojos, ambas nos recostamos
sobre el lecho que le debíamos al gran señor de la casa Viola. Si mi padre lo
supiera, fufufu. Me llegó mi momento de gloría, ver la piel desnuda de mi
Nataru era algo fuera de serie, ese cuerpo celestial y ¡Ho! Así que yo no soy
la única con tatuajes en la piel.
-Ara, quien me diría que Nataru
ocultara una marca tan salvaje en su cuerpo... 'muy varonil' fufufu- Mi tono de
voz lascivo le enrojeció y yo lo pasaba en grande con sus cándidos pudores a la
vista, salvó porque se cubrió el pecho con las manos en un gesto de auto
protección. Yo prefería calmarlos a mi manera.
-Parece que ignora también la obra maravillosa que es su desnudez- Moví
sus manos lentamente. -Nataru es muy hermosa, parece haber sido esculpida con
un cincel- Desdibujé las líneas de la marca en su espalda, a la par que me
abrazaba a ella y mis manos comenzaban a subir en caricias por su torso. Mis
labios ansiosos de probar su piel lamían y mordían dulcemente su cuello,
entonces besé el hocico de la figura lobuna en su hombro. A lo lejos escuchamos
el aullido de un lobo, nos miramos a los ojos con una sonrisa extraña.
¿Casualidad no es así?
-Te amo... nunca lo olvides,
porque yo no lo haré- Nataru acarició mi mejilla, antes de posar una sabana
sobre nuestros cuerpos, celosa de la luz que se colaba por la ventana. ¡Que
mujer tan dulce! Fufufu.
Sentir su anatomía contra la mía,
era el mejor afrodisíaco existente y sentía un néctar manar de mi cuerpo, del
suyo también. -Siempre juntas... este será el hilo que nos una- Sentencié
guiando su mano a mi intimidad, con tenues movimientos le enseñé como podría
obsequiarme lo que deseaba, primero con caricias delicadas sobre cierto botón
que ansiaba su contacto. Pero me sorprendió su iniciativa y el tacto de su boca
en mi pecho que saboreaba como a un fruto maduro. Tenía una guía superior que
nunca esta demás, el instinto le indicó a Nataru el camino, esos labios que
bajaron por mi vientre hasta llegar al lugar que por mi honor, solo a ella le
pertenecería así como mi amor. Solo entonces y entrado el principio de nuestra
noche, fuimos amantes, una entidad completa, un corazón latiendo al unísono,
mientras la marca de la eternidad juraba que nunca olvidaríamos ese instante de
dicha plena.
2 comentarios:
omag!! ese encuentro consumado estuvo demaciado tierno y muy bueno que hayan consumado su amor muy buen capi estare pendiente de la segunda parte
Amo amo amo este fic!!!!!!!!!!!
que siga siga muy bien el desenlace y como nos va aclarando la historia excelente ,,
Muchas Gracias Sita
Besos bye bye
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