NUNCA DIGAS ADIOS
Capítulo 21 parte II
La verdad de Kiyohime
Muy a mi pesar llegada la madrugada, debí abandonar a mi amor en
aquel lecho que fuera testigo de nuestra entrega sincera, porque fui
suya y ella mía. Sonreí... eso nadie podría arrebatármelo. Dejé
una pequeña nota en el buró junto a las copas que no bebimos, cubrí
su cuerpo con las sabanas, tomé mis ropas, deposité un beso en su
frente y me marché como una sombra en la noche. Tenía que volver
antes de que notasen la ausencia de mi caballo y de mi persona,
ingresé en mi cuarto y antes de que la servidumbre llamara a mi
puerta, me aseé para no dejar huellas tangibles de mi encuentro
amoroso.
En los posteriores días mi Nataru inventó todo tipo de excusas para
retrasar su partida y yo no me cambiaba por nadie en aquellas tardes
que hablábamos en la fuente del jardín. También en secreto cada
noche, volvía a su cuarto y a su cama para ser amada por ella. La
dicha y el brillo en mis ojos, fue sin embargo la causa de mi caída,
del infortunio mismo que quiso privarme de la felicidad que atraparon
mis manos por esos efímeros momentos.
Mi padre solicitó otro servicio a sus amables invitados, todos
incluida mi amada marcharon en caballos a la frontera sur de nuestras
tierras con motivo de otra revuelta. El viaje duraba tres días si no
había inconvenientes y aunque yo intentara disimular el malestar que
me procuraba la ausencia de mi Nataru, la suspicacia de mi madre
jamás debí subestimarla.
Una bofetada violenta, mi sangre manchando el suelo límpido de
madera en la privacidad de aquel Dojo y mi labio roto. Admito que me
tomó por sorpresa el golpe venido de la mano de Ayame. -¡No me
mires como si no supieras la causa de esto!- Gritó fuera de sus
cabales mi madre.
-Prefiero fingir que no lo sé- Me puse de pie para mirar
directamente en sus ojos negros incendiados de cólera. Quiso
golpearme de nuevo pero mi mano detuvo la suya sin esfuerzo, yo he
superado a mi maestra en el arte del combate hace tiempo, yo soy más
fuerte que Ayame.
-¿Cómo osas enfrentarte a tu madre?- Cuestionó contrariada y de mí
nació una sonrisa oscura, el dolor es subjetivo a la mente, ni sentí
la herida en mi boca pero si que me alegró su confusión.
-Madre sabe que me ha enseñado bien, aunque no lo suficiente- De no
ser así, ella no lo sabría.
Ayame retiró su mano de entre mis dedos que aún la presionaban. -El
amor es una debilidad que esperaba no hiciese sucumbir a mi pequeña
Kiyohime- Dijo con desdén. -Te crié para ser superior a ese
sentimiento, para jamás ceder el poder de ti a otra persona... eres
débil como tu padre-
-En eso te equivocas, mis sentimientos me han hecho fuerte... no soy
como tú, una flor marchita por dentro- Una pequeña bofetada verbal,
esas le duelen más que las heridas físicas y ya estamos a la par,
sin embargo...
Sonrió con burla. -Ara, ara... tal parece que tendré que reeducar a
mi hija... le recomiendo a Kiyo-chan que deje sus amoríos con ese
'monje', sus indiscreciones están ocultas en esta casa, pero de
seguir con ellas... el nombre que es el mayor bien que posees, se
habrá mancillado aún más que ese indigno cuerpo- Me miró con un
desprecio tal, como si en mi piel hubiera lepra o en mi frente
trajera un letrero de paria. Tensé la mandíbula sorprendida ante
sus descubrimientos, sé que Yuriko jamás me delataría pero... ella
leyó mis pensamientos. -Tus jueguecitos en la casa de citas son de
mi entero conocimiento, así como tus furtivas escapadas nocturnas...
te dije en mil ocasiones que no des tu confianza a quien vende su
lealtad al mejor postor, como bien sabes yo poseo mucho más que tú-
Sonrió victoriosa Ayame Viola.
-Okuzaki-san...- Dejé salir el nombre de mis labios y una ira
inconmensurable se alojó en mi interior para ella.
-Te dije que dispusieras de ella solo para ESA clase de trabajos,
sabes bien cuantas amantes he eliminado en la vida de tu padre...
empero tu correspondencia con Yuriko-san ha roto mi corazón de
madre- Musitó con sobreactuada congoja antes de reírse de forma
estridente. -Pensar que prefieres a una zorra de burdel que a tu
propia madre-
-Cualquiera hubiera sido mejor madre que tú- Veneno destilaban mis
palabras y mis ojos la miraron como puñales.
-Has caído de mi gracia, tus palabras ya no me alcanzan... pero
corre la misma sangre por nuestras venas y solo por eso seré gentil
contigo- Su mirada se volvió turbia y más oscura que un abismo. -Te
casaras con Kanzaki-sama, pero en castigo tus hijas serán criadas
por mí, no cometeré el mismo error dos veces y ellas serán dignas
miembros de la familia Viola-
Sonreí divertida ante sus imaginaciones. -Para eso tendría que
casarme con él y luego lo evidente, pero tales ideas están muy
lejos de hacerse realidad-
-Ara, mi Kiyo-chan insiste en su estúpida rebeldía- Negó con sorna
de mí. -Si es tanto tu amor, sabrás sacrificarlo para que nada malo
le pase a Nataru-chan ¿Verdad?-
-¿Qué planeas Ayame?- Pregunté con una nota de pánico en la voz,
sabía de lo que era capaz mi madre.
-Una gota del más potente veneno conveniente dispuesto en sus
alimentos, o tal vez exponer a esa mujer al escarnio público, la
cazarán como a un perro sin importar a donde vaya... veras, sé que
enviar a un Okuzaki a matarle sería como avisarle del peligro que
corre, se cuan hábil es en combate y perdería a una fiel
sirviente...- Posó la mano en su barbilla en gesto de pensar, cuando
yo me desmoronaba por dentro. -¿Ahora ves la gravedad de tu desliz?-
Ladeo la cabeza con falsa ternura, como una muñeca de porcelana
vacía por dentro.
Sentí mis sollozos caer por mis mejillas, pero de mi garganta no
salieron gemidos. -Estas muerta para mí- Susurré con rencor y mis
dientes rechinando de ira mal contenida.
Ayame prefirió ignorarme. -Tranquila Kiyohime, madre dijo que iba a
ser gentil... nadie sabrá lo que hiciste con ella, por Yuriko jamás
se sabrá de tu visita al Dragón Rojo y con sus enseñanzas sabrás
engañar sobre tu virtud a Kanzaki-sama... lo harías por amor, lo
sé... no quieres que ella muera, es tan tierna y de buen ver, que
comprendo porque te has sentido atraída... pero tú y yo sabemos que
solo es una confusión pasajera ¿Harás lo que dice madre?- Preguntó
con tono falsamente preocupado.
Contra mis deseos incliné la cabeza ante ella, mordí mis labios y
gotas carmines mancharon el suelo del Dojo otra vez. -Solo será de
esa manera, si dejas ir al 'monje' sin ningún daño-
-No le pasará nada, te doy mi palabra... pero tú ocuparas el modo
de hacerle marchar... lo dejo en tus manos, estará aquí mañana en
la tarde- Me dio la espalda y levanté la cabeza extrañada.
-Tardarían 3 días- Refuté
-Los envié hacía una falsa alarma- Sonrió de medio lado antes de
abrir la puerta corrediza. -Siéntete dichosa hija mía, tu futuro
esposo habrá arribado en solo un mes, ten paciencia, sé que comes
ansias por tu boda- Dijo en tono de voz alto, mientras los sirvientes
pasaban y luego cerró la puerta dejándome a solas en mi propio
infierno personal.
Caí de rodillas y las lágrimas corrieron como cascadas desde mis
ojos, un mar atrapado en mi alma y todo en mi interior condenado al
olvido. Amargamente corto se hizo el tiempo de mi desahogo, pasé esa
noche en vela pensando en mis posibilidades, pero en tanto Nataru
estuviese cerca de mí, madre tendría la forma de hacerle daño, de
deshonrar su nombre y hacer realidad su mayor temor... ver rebelada
la verdad sobre su género y las vidas de su familia sacrificadas,
incluso la muerte era más halagüeña que cualquier posibilidad.
Esa tarde de otoño, después del almuerzo del que apenas probé
bocado y no me esforcé en esconder mi desgano, fui a la fuente del
jardín donde mi Nataru sabría encontrarme. Pasé las horas viendo
el movimiento de las hondas en el agua cuando los pétalos del cerezo
más antiguo de la casa caían en las tranquilas aguas. Fue un
instante hipnótico, mientras el viento soplaba con cierta fuerza,
algo me decía que era observada, pero mis cabellos se mecían con la
corriente y ocupé delicadeza en acomodarlos tras mi oreja, cuando su
voz enfurruñada llegó a mí.
-Mienten los ponzoñosos labios de tu madre, no puede haber un
candidato mejor que yo... ¿O es acaso que develaste mi secreto
Kiyohime?- Una rama crujir y sus pesadas pisadas a mi espalda.
Su duda lastimó solo un poco. -No lo ha sabido por mis labios
Nataru- No lloraba en cuanto le dediqué una mirada indescifrable,
pero lo veía ella, lo supe, las lágrimas de sangre que destilaba mi
alma con su agonía infinita, mas no dije nada.
-Solo tú lo sabías...- Sentencio mi Nataru con voz grave, para
después cambiar su rostro por uno de ruegos. Acercose a mí con pena
en su bello rostro, cuando de impávidas expresiones me valía para
ocultar mis intensiones. -Ven conmigo, escapa conmigo... mi familia
te dará cobijo en su ceno y yo te protegeré con mi vida... no te
cases con él, por piedad amor mío-
-No es mi elección, no puedo ser tan libre como tú... yo no puedo
protegerme con el velo de una identidad falsa- Usé un desdén odioso
en mi voz, uno con la intensión de alejar.
-Sabes bien porque hago esto... Saito Blan es apenas un niño
pequeño, sin un heredero varón...- Nataru intentó referir las
razones que sé bien, nadie las tiene más presentes que yo.
-Lo sé muy bien. El emperador retiraría todo privilegio a vuestra
familia... y si no fuera él, los otros señores feudales atacarían
sin piedad a las provincias bajo su dominio, sin una cabeza visible y
fuerte, toda tu familia estaría en peligro- Dije sin aparentes
emociones, pero el llanto al fin corría por mis mejillas.
-Si lo sabes entonces ¿Por qué dudas el venir junto a mí?- Deslizó
sus manos sobre mí rostro y sus labios secaron las lágrimas
caprichosas a las que no permití seguir aflorando en mis ojos. Sus
manos tomaron las mías y sus rodillas tocaron el suelo, deseando
aferrarse a mí.
-Porque la misma guerra se libraría de cualquier modo, los Viola y
sus aliados los Fujino, así como la familia Kanzaki... todos irían
contra ti y los tuyos, conoces tan bien como yo... las leyes que
rigen sobre nosotros, incluso sobre las emociones- Retiré con dolor
sus manos y le aparté con un movimiento suave pero firme. -Lord
Ikeda Kanzaki ha sido mi prometido desde mi nacimiento, es tiempo de
que lo acepte- Me escondí en las caretas que aprendí desde la
tierna infancia y casi las vi rotas ante su pálida y angustiada
expresión.
Me odie por causarle tal desconsuelo, pero pronto mi Nataru replicó
con una herida que comenzaba a abrirle en el pecho. -No seas
obstinada ¿Acaso sientes algo por ese Kanzaki?-
-Si dijera que sí... ¿Te marcharías?-
-No osaría hacer nada que te hiriese, si lo amaras a él... entonces
yo- No le permití decir más, no podría continuar mintiendo si le
dejara continuar hablando.
-Así es, él es todo lo que tú no puedes ser Nataru, él puede
darme una semilla de la que tú eres incapaz- La más grande muestra
de mi fuerza de voluntad en un fastidio y veneno que disfrazaba la
amargura que me invadía. Soportar la mirada de aquellos ojos verdes
sabiendo que destrozaba todo lo que había construido, era sin lugar
a dudas la prueba más dolorosa que hubiera soportado nunca. O eso
creía hasta que su voz lastimera retumbó en mis oídos.
-Pareces haber pensado en el futuro... algo tan digno de ti y de tu
estirpe- Se irguió plantando en su rostro la desidia e indiferencia.
-Mientes muy bien querida Kiyohime... porque no podrá él hacerte
sentir la mitad de lo que yo lograra un efímero instante- Me dio la
espalda y ahogué mis gemidos de suplica en mi garganta, así como
mis manos estrangularon lo que sujetaban de mi Kimono morado.
-Buscará sin encontrar tus secretos, ni las delicias del amor que yo
te prodigara, mucho menos será amable con tus tiernos muslos y
aunque sus envites siembren en ti, el fruto de la nueva vida, cuando
veas al niño que haya salido con dolor de tus entrañas... miraras
sus ojos sabiendo que añoras y añorarás, en él encontrar el tono
esmeralda... de estos ojos que un día te miraron con tanto amor- Se
marchó sin mirarme, sin siquiera una despedida y era justo... era
mejor que no dijera adiós porque flaquearía mi fe y mi mundo.
Prefiero engañarme con la falsa ilusión de volverla a ver...
Los guerreros y monjes continuaron su viaje a Echizen al día
siguiente de la desaparición de mi Nataru, ninguno hizo preguntas,
nadie cuestionó nada y supe que aquello era obra de mi madre, ignoro
cuanto dinero entregó a cada uno de ellos, o a cuantos amenazó para
que jamás volvieran a la casa Viola, no me importaba... no sin ella.
Cuanto más pasaron los días, mayores eran mis inquietudes ¿Estará
bien? ¿Se alimentará apropiadamente? ¿No le habrá cogido gusto al
sake verdad? E infinidad de posibilidades más atormentaron mi mente.
Un mes paso en medio un mi suplicio perenne, con más fuerza cuando
mi prometido llegó a la casa Viola entre bombos y platillos, con
numerosos presentes que ni me tomé la molestia de mirar. Ya era
demasiado pasar el tiempo sonriendo falsamente, como para añadirle
más carga dramática a mis actuaciones. En las noches Nataru entraba
en mis sueños para recordarme mis fracasos, dolían las últimas
palabras que dirigió, pero en otras noches más amables, mis sueños
le daban un instante de calma a mi congoja, mostrándomela en la
fuente o inclusive en una remembranza de aquella noche en el paraíso,
en el Dragón Rojo.
Se realizó una celebración pública de compromiso, en la que fueron
invitados grandes señores feudales de la zona con el fin de dar a
conocer a mi futuro esposo. Maldita fuera la suerte cuando sentada
junto a mi prometido en el gran banquete y con las prendas
pre-nupciales, arribaron los miembros de la familia Blan, lo supe a
causa de sus sirvientes que lucían el símbolo de la familia feudal
de norte, la “gentileza” de mi madre no tenía limite ¿Cómo
pudo invitarle?
Un contradictorio nudo de dicha y desasosiego atravesó mi pecho, al
verle entrar por el portón principal en un semental blanco de fina
montura, perdí el aire cuando ella bajó del corcel con el porte de
un caballero. Mi amada llevaba grabada la insignia del lobo blanco,
tejida con hilos de plata en la espalda de un Kimono azul, una Katana
adherida a un cinto de seda negra, en el que se sujetaba un Hakama.
Una prenda insigne que delataba su habilidad como guerrero y su noble
cuna. Oculté mis sonrojos al ver que sus cabellos ya no cubrían su
frente y estaban sujetos en una coleta con un prendedor, símbolo de
su principio como hombre adulto.
De una carroza descendieron su madre y su hermano pequeño, era un
mini Nataru en una versión más infantil, sentí nostalgia... mis
descendientes no tendría el color de sus hermosos ojos. Mi amada
escoltó a su madre y al pequeño Saito hacía una mesa dispuesta
para las familias más representativas, muy cerca de la mía y la de
mi familia. La familia Blan fue recibida con amabilidad por mi padre
y mis hermanos, pero ni siquiera en ese momento atisbaron que aquel
honorable señor fuera el huésped que había viajado de incógnito y
era uno más entre muchos.
No se encontraron nuestros ojos pese a que yo era el centro de
atención de la celebración, solo y cuando fueron entregados los
presentes, caminó hacía nosotros en representación de su familia.
Con una venía ensayada y una sonrisa en los labios, levantó el
rostro para dirigirme una mirada indiferente en unos ojos azules y
helados que no reconocí como suyos. -Me ha honrado enormemente su
invitación honorable Kanzaki-san, espero que mis humildes presentes
sean del agrado de usted y su hermosa prometida- Pero esa voz era
inolvidable, sus palabras de amor retumbaban todavía en mi mente.
-Yo estoy agradecido por su visita Blan-san, me ha alegrado escuchar
noticias de su retorno- Afirmó cordialmente Ikeda. -Quisiera
solicitar se siente a mi lado en este memorable día, me honraría
con su presencia- Cuan inoportunos pueden ser los hombres algunas
veces, pues Kanzaki le permitió a Nataru sentarse a mi izquierda. La
charla de ambos 'hombres' transcurrió entre diálogos monótonos de
negocios, pero Nataru ni un dejo de amargura delataba, tuve esa
terrible sensación de que su corazón ya no estaba conmigo, mi peor
pesadilla ocurría ante mis ojos sin que pudiera liberar un lamento o
una lágrima.
En cuanto acabó la celebración, mis padres dieron acogida a todos
los invitados cuyas moradas quedaban demasiado lejos, como para que
partir en la noche fuera demasiado peligroso y la familia Blan fue
una de ellas. Aguardé pacientemente a que todos yacieran dormidos,
con el beneficio del sopor de la bebida en casi todos los invitados
de la casa Viola, deslizarme en la noche fue pan comido, pero Nataru
no estaba en su habitación. Vagué cual fantasma, escondiéndome en
cada sombra posible de la noche hasta que tonta de mí, le encontré
en la fuente con la 'agradable compañía' de una jovencita de cascos
ligeros. Quise marcharme, pero la voz dulzona de aquella desconocida
atrajo mi atención.
-Nataru-san es más maduro de lo que se me había dicho- Una
agraciada jovencita de cabellos castaños y ojos verdes, yacía
sentada en MI sitio en aquella fuente, junto a Nataru. ¿Cómo se
atreve a llamarle por su nombre esa insulsa? Sed de sangre claman mis
manos.
-Tal vez me ha confundido con mi hermano pequeño... Saito- Nataru
miró distraídamente hacía el cielo, sin darle importancia a la
confusión de la chica. -He estado fuera durante muchos años
recibiendo las instrucciones que mi difunto padre escogió para mí-
Los ojos claramente azules de Nataru se encontraron con los verdes de
aquella intrusa, con un ligero delirio de lujuria que supo enardecer
aún más mi enfado. ¿Tan pronto te olvidaste de mí?
-Le envidio, usted ha viajado... ¿a que lugar?- Musitó con
exagerada inocencia la chica.
-A Indonesia Yuuki-san-
-Un honorable señor como Blan-sama, puede llamarme por mi nombre-
Instó la chica con poco disimulado interés y un pequeño pestañear,
aunado al ladeo sutil de su rostro. ¿Qué Geisha le enseñó tales
trucos? ¡Es una insinuación directa! Nataru no caería en un juego
tan... ¡Retorcido como ese!
-No debo hacerlo, si me acostumbrase a usar su nombre quizás sería
indiscreto en su presencia- No daba crédito a lo que veían mis
ojos, Nataru sujetó la mano de la chica y en ella depositó un beso
¡Atrevida! -Sería indiscreto ante la belleza de sus expresivos
ojos... pues estoy abrumado por la gracia que le han otorgado las
divinidades... y temo, desagradar entonces a Yuuki-san-
-Si Nataru-san insiste, entiendo sus preocupaciones... su gallardía
es algo difícil de encontrar en estos tiempos- Sonrió por demás
coqueta la fulana, pero una impertinente ventisca caló en sus
huesos, incluso yo resentí aquel frío invernal.
-Acepte mi humilde abrigo- Allí estaba mi amada, ofreciendo su
Kimono externo a esa desconocida y con delicadeza cubriéndole los
hombros para ampararla de la intemperie. Ya no lo soportaba, quería
alejarme y olvidar la existencia de Nataru Blan, de su rápido y
audaz olvido. -Yuuki-san debería entrar en la calidez de la casa...
lamentaría que se resfriara por hacerle compañía a mi soledad-
La chica sonrojada procuró obedecer el pedido de su pretendiente, no
sin un teatral acto de dolor por su partida ¡Casi que no suelta la
mano de MI Nataru! Pero que derecho tenía yo de reclamar, cuando
estoy prometida a otro hombre y ha visto con sus ojos la falacia que
es mi vida... -Deja de ocultarte en las sombras o bien quédate allí
sin verme, que todos hablen de mi locura... porque soy otro loco más
hablándole a la nada- Sabía que me hablaba a mí, pero tenía
razón, dejarme ver a su lado en la fuente sería más que
impertinente en mis circunstancias.
-¿Por qué has venido? No han sido sinceras tus palabras esta tarde,
tu alegría fue una mentira como tú, ¿No es insano esto? Nataru
Blan- Cuestioné con el poco orgullo intacto que me quedaba.
-Lo sería si te amara... pero ya no es así- Se puso de pie aunque
el frío arreciaba a su alrededor, en nada parecía afectarle el
contar solo con su Yukata y la Hakama para cubrirse.
-Mientes tan bien, como él falso interés que le has mostrado a
esa... joven dama- Replicó mi voz, si Nataru se sabía espiada por
mí, bonita actuación ha sido la suya.
-¿Son celos acaso?- Desvió sus ojos en dirección del cerezo un
momento, antes de rondar como alma en pena en derredor de la fuente,
miró en ella su reflejo para fingir que no hablaba conmigo.
-Ara, ¿Es así de grande tu ego?- No iba a responder eso ni en sus
más dulces sueños.
No obtuve respuesta, tan solo fueron sus palabras un poema que en
principio no comprendí, un poema que describía con vehemencia a
otra y me dolió.
Le vendí mi alma a una diosa que en sueños vi,
Su melena era negra y sus labios de bello carmín
Su piel pálida era etérea con un translucido matiz...
Con sangre escarlata bordé una alfombra de satín.
Mas con desesperanza profunda en ella me perdí,
Oh mi amada Yuki Onna entre sollozos gemí,
Se clemente conmigo dale a mi vida el fin
Se apiado de mi pena al verse reflejada en mis ojos
con sus blancas manos limpió paciente mis sollozos
Lentamente su poder reconstruyó de mí los despojos
Y con el dulce olvido llenó mis recuerdo dolorosos
Con un hielo eterno revistió de cristal mi pecho
para que nunca por tu amor volviese a estar desecho
Enjugó y retornó el satín de la sangre a mi cuerpo
Supe entonces que me había dejado por dentro seco
Más no olvides nunca este juramento perenne
Sin sentimientos habrás de verle nuevamente
con una mirada sin amor le serás indiferente...
Que triste, esa clase de dolor que yo sentí también, solo una
deidad podría robar lo que me pertenecía y no sabe que con ello se
ganó una enemiga.
-Yuki Onna no mintió como tú si lo hiciste hace tiempo- Nataru
sonrió de medio lado. -En mi interior solo queda desprecio para ti,
mis ojos te miran sin sentir nada. Mi piel, mis manos ya no suplican
tu contacto... las que vivían para hacer delicias en tu cuerpo,
murieron destrozadas entre rocas y hielo- No había emociones en su
rostro ni en su voz, ni siquiera aquel desprecio del que hablaba.
Salí de las sombras, del cobijo de mi escondite en él árbol de
cerezo, ya nada me importaba en ese momento, llegué a su lado y ella
no huyó de mí. Deslicé mis dedos sobre sus mejillas, pero estaba
fría su piel y ella mi amada, continuaba sin expresión. Se tensó
mi cuerpo sin sosiego, aterrado por el miedo de saberla perdida,
¡Solo una prueba! Replicó mi mente, solo un beso callado deposité
en sus labios. Pero ella me negó toda respuesta, mis intentos fueron
vanos y separé mi cuerpo del suyo, mis manos desesperanzadas cayeron
cual peso muerto... mis ojos que abundaban en llanto no le removieron
ni un ápice. Entonces admití lo que desgarraba por dentro. -Mi
Nataru ya no existe, esta muerta y tú eres solo su cuerpo caminando
por el mundo-
-No debería ser de su incumbencia Kiyohime...-sama- Mi nombre en sus
labios, solo fueron palabras vacías de emoción. -Le sugiero volver
junto a su prometido, puede darse por bien servida... ha arruinado mi
velada con Yuuki-san- Me dio la espalda con la intensión de irse.
-¡Eres un cobarde!- Grité lo primero que se me vino a la cabeza, se
suponía que le dejaría ir pero no fue fácil la primera vez, la
segunda no lo era menos.
Se detuvo para mirarme de soslayo. -¿Cobarde?- Deshizo sus pasos
hasta yacer frente a mí. Inadvertidamente sujetó mis brazos con
cierta tosquedad, lastimando mi piel bajo la tela. -Escúchame bien,
a nadie le permito llamarme de ese modo, tú no eres la excepción...
así que apártate de mí, no quiero saber nunca más de ti, voy a
pasar pagina y a olvidarme hasta de tu nombre... imagina que no
existo- Su tono comenzaba a delatar ira, y algún gemido se me escapó
cuanto más presionaba sus manos hasta magullarme la piel. En este
instante percibí el abismo de oscuridad que sus ojos cada vez más
opacos delataban.
-Nat... Nataru- Me dolía más lo que pedía, que la fuerza con la
que estrechaba mi cuerpo. -Me... lastimas-
-Entonces harás bien en no cruzarte en mi camino- Nataru estaba
fuera de sí.
-Le ordeno que suelte a mi prometida...- La voz de Ikeda replicó a
nuestra espalda.
Nataru me soltó sin reparos, con tal fuerza que caí al suelo y por
instinto mis manos acariciaron las zonas agredidas. -¿Por qué no
lo intenta Kanzaki?- Retó Nataru llevando la mano a la empuñadura
de su Katana, a la par que sostenía la funda preparada para la
confrontación.
Mi replica quedó muda en cuanto el grito de guerra se escuchó entre
ambos, pasos rápidos, Katanas emergiendo de sus vainas, metal que
corta el aire, la piel, la carne, la vida misma... y luego un
silencio mortuorio. El viento interrumpe, sacude mis cabellos como si
figurasen una cortina, como negándose a ver, pero allí estaban de
pie con las armas extendidas y en la postura de ataque dándole la
espalda al otro. No basto más que un segundo para definir al
vencedor, ni siquiera fue un encuentro de espadas, la diferencia de
habilidades había sido demasiado grande como para que Ikeda tuviese
alguna posibilidad, mi prometido había muerto antes de principiar la
contienda. Pequeñas gotas oscuras, cayeron sobre el empedrado, una
expresión confusa e incrédula de Ikeda, al mirarme pudo notar que
mi angustia no estuvo con él ni siquiera en su muerte, entonces cayó
al suelo muerto del cuerpo y la esperanza, mientras una sonrisa de
alivio se formaba en mi rostro.
Un rápido movimiento al aire, libró de toda mancha el filo y en la
vaina volvió a reposar la espada de mi Nataru. -Perdona... te he
dejado viuda antes de contraer nupcias- No vi temor en sus ojos, pero
tampoco dicha alguna por haberme librado de semejante carga.
-No lo lamento, mi tristeza nunca ha estado con él... es tuya como
todos mis sentimientos- Me puse de pie y corrí hacia ella. -Debes
irte...- Mis manos se depositaron en su pecho, quería sentirle por
un momento aunque fuera corto.
-No huiré por cobar...- Sus palabras se ahogaron con un quedo gemido
y su peso se deslizó junto al mío hasta yacer de rodillas en el
suelo. Vi con espanto un Kunai corto clavado en la espalda de mi
Nataru y con ello mis ojos se fijaron en la sombras del cultivo de
bambú en el lateral de aquel jardín.
-Ara... Okuzaki-san esta deseando morir esta noche- Deslicé con
cuidado a mi amada hasta el suelo, la sustancia había paralizado su
cuerpo, pero retirarla en esas circunstancias no era adecuado,
tendría que ver con más detalle la herida y prodigarle un antídoto.
A mi suerte Okuzaki sería un perfecto chivo expiatorio y el nombre
de mi amada estaría limpio. Miré con ternura a mi pelinegra
adorada, acomodé sus cabellos y acaricie su mejilla. -Mi Nataru no
debe preocuparse, yo vengaré las traiciones de las que hemos sido
objeto durante este tiempo...- Solo entonces presté atención a mi
adversaria.
-La exquisita Ojou-sama... a quien todos los caprichos le fueron
concedidos siempre, valora muy poco la comodidad de su vida...- La
figura negra de mi antes servil, emergió del resguardo que le
proporcionaba el bambú. -Solo por eso lucharé contra usted frente a
frente ¿Desea que le facilite un arma?- Inclinó la cabeza con sobre
actuada humildad.
-No hace falta fufufu... el Obi de una mujer de mi clase nunca
demerita sus utilidades- Llevé la mano al costado izquierdo del
fajín de mi Kimono y de ella sustraje una empuñadura de Dragón
quizás demasiado larga, para las vistas que daba su filo de apenas
15 cm.
-Insisto en facilitarle un ar...- Un rápido movimiento de mi muñeca,
un parpadeo y en su mejilla una línea roja manó sangre hasta su
barbilla.
-Ara, ¿Olvidé mencionar que es retráctil?- Apunté con mi espada
en dirección de la Okuzaki, ya tenía una longitud acorde a la de
una Katana y una estructura vertebral que podía elongar y retraer
con movimientos de muy poco esfuerzo, pero alta precisión. -Esta es
una reliquia familiar... con las mismas cualidades que la Naginata
que hay en el santuario... tenlo presente Okuzaki-san, porque no ha
podido pagar suficiente mi madre por el precio de la vida que hoy voy
a arrebatarte- Sonreí divertida.
-¡Maldita!- Se precipitó contra mí, usando una Katana y un
espadín, intentó un corté frontal.. sonreí, me giré como si
danzara mientras la fuerza de su movimiento brusco, la adelantaba
unos pasos más dejando a la vista su espalda. El movimiento continúo
su curso y dejé a mi espada cortarle superficialmente, no sería
justo que muriera sin dolor.
-Traicionarme ha sido tu peor error...- Sonreí. -Voy a divertirme
contigo- Empecé a girar mi muñeca y guiar mi mano con sutiles
movimientos, haciendo que el metal se elongara en derredor de mi
presa, muy suavemente para que cuando las cuchillas atraparan su
frágil cuerpo no la asesinaran instantáneamente. En cuanto Okuzaki
se vio atrapada soltó sus armas a razón del filoso metal, que
cortaba su piel mientras más se resistía, aún así me dedicó una
sonrisa victoriosa.
-Yo conozco mi final... ojou-sama- Gimió al fin, mientras la sangre
fluía de sus heridas. Levantó el rostro hacía el cielo en una
despedida prematura. -Pero yo he cumplido ya mi objetivo...
AYAME-SAMAAAAAA.... ¡mi... corazón siempre estará con usted!-
Gritó la mujer con su último expiro.
-¿Qu..é?- Mi mente trabajó vertiginosa en el significado, hasta
que el sonido del viento cortándose me previno de lo peor. Giré mi
rostro en dirección de mi Nataru, quien en el suelo giró su cuerpo
a un lado antes de que la extensión de una Naginata golpeara el
suelo causando chispas y rompiendo algunas piedras en el proceso. Mi
amada se puso de pie lo más rápido que pudo en aquellas
condiciones, esforzando sus brazos para impulsarse a pesar de la
herida sangrante en su cuerpo... era el momento de que Ayame
retrajera su arma para variar la trayectoria de su ataque, dándome
unos míseros segundos para evitar perderlo todo.
El tiempo se hizo más lento, como si una cámara retratara tal
momento de angustia. Jalé la extensión de mi espada, destrozando a
Okuzaki en el proceso, las gotas de su sangre y sus miembros
cercenados se elevaron en dirección de mi atuendo y mi rostro. El
viento aulló ante la velocidad del filo de la Naginata cortando el
aire y todo a su paso. Giré la muñeca con fuerza dolorosa, logrando
mover la longitud de mi arma en ves de retraerla... levanté el brazo
hasta casi dislocar el músculo procurando crear una honda en el
metal, que repeliera el segundo ataqué de las cuchillas dirigidas
mortalmente hacía mi amada. Al mismo tiempo Nataru extrajo sin
contemplación la Kunai de su espalda, y en ese indelicado
movimiento, la arrojó hacía la copa del gran cerezo.
El estruendo de los metales resonó por todo el sitio y la tensión
en mi brazo vibró dolorosamente, mientras mis ojos atemorizados,
notaban como la hoja de mi arma se rompía en mil fragmentos y la
honda distorsionada en el filo de la Naginata, seguía su trayectoria
fatal. Grité su nombre alargadamente en el espectro del tiempo
semidetenido y mi voz se confundió con otro que llamaba en más
graves tonos a algo de nombre... Duran...
Cuando todo lo vi perdido, la gravedad atraía mis rodillas y mis
lágrimas con derrota, junto a mí caían hacía el suelo, hasta que
un repentino aire helado lo congelo todo. Entonces las fauces de un
gigantesco lobo atraparon el filo de la Naginata, sin percibir ningún
daño en el hocico del tremendo animal blanco. El silencio retornó
después de un gemido agónico y el desplome de una figura desde lo
alto del gran cerezo hasta el empedrado. Al mirar el cadáver de mi
madre en el suelo y su corazón atravesado por la Kunai que antes
hirió a Nataru... sentí un frío doloroso en mi pecho. “Mamá
siempre hará hasta lo imposible por protegerte... pequeña Kiyohime”
recordé con amargura sus palabras en mis ayeres infantiles, aunque
se equivocara, aunque estuviésemos enfadadas y aún si quería matar
a mi amor... ella... ella...
-Okaasan...- Dejé escapar el sonido de mis mustios labios, así como
un quejido corto por el punzante dolor en mi brazo, donde tenía un
musculo desgarrado.
Sus ojos azules se encontraron con los míos sin el mas mínimo
recodo de arrepentimiento, sonreía divertida por su actuar... con
tal precisión, ella pudo incapacitar a Ayame de haberlo deseado.
Pero ahí estaba Nataru con esa expresión tétrica, riendo de su
habilidad homicida. Temblé en mi sitio, deseando que sus abrazos me
dieran consuelo... pero ella simplemente pasó la mano por el lomo
del inmenso animal, en lo que este se deshacía del filo entre sus
dientes como si fuera un hueso del que se cansó de roer.
-Creímos que daría más pelea... ¿Verdad Duran?- Le preguntó al
animal e ignorándome por completo. Oí las voces de los sirvientes y
la gente próxima a nuestro encuentro desde los pasillos. Nataru
subió parsimoniosamente a su mascota y sin siquiera dirigirme una
palabra, se alejó entre las sombras, saltando en el magnifico lobo
los altos muros que bordeaban la seguridad de nuestra casa. A lo
lejos, escuché el aullido victorioso de la bestia y mis ojos se
apagaron como mi alma, porque a mi Nataru la perdí aquel día hace
un mes, en este maldito lugar.
Lloré sin reparo sintiendo un dolor intenso, como si hubieran
clavado estacas de hielo en mi corazón... sin piedad... sin
cuestionar, sin entender el sacrificio que dispuse aquel día,
maldita Yuki Onna, hiciste de su corazón un poso vacío, su alma
gélida y sus ojos de hielo. Allí me quede entre el barullo de las
gentes que llegaban, los sonidos difusos de gritos espantados e
injurias. Solo supe de mi misma en cuanto mi padre se arrodilló
junto a mí, angustiado al ver mi rostro descompuesto y mis ojos
distraídos, dilatados. Lo miré mientras las gotas lavaban mi rostro
manchado de sangre y entre sus brazos me retuvo acariciando mis
cabellos... mis hermanos miraban incrédulos a mi madre, sabiendo que
el arma pertenecía a la joven Okuzaki. También notaron el cadáver
de Ikeda quien dio claramente batalla.
Mi padre ordenó a las sirvientes asearme, curar mi brazo y darme un
vestuario digno. Me dejé hacer sin cuestionamientos, de mí hicieron
lo que quisieron porque aquellas horas fui una muñeca manejable. Me
drogaron con él té, pero mi turbación fue mucho más fuerte, solo
dormí las horas necesarias para recuperar la lucidez. Llegó el día
siguiente y la fuente así como los restos de la batalla acontecida
esa noche, fueron borrados como si nunca hubiesen ocurrido, los
restos de mi madre, Ikeda y los despojos de Okizuki-san fueron
ocultos, mientras los invitados eran despedidos y enviados a sus
casas. Vi a la madre de Nataru antes de partir, tenía una belleza
etérea y sus cabellos lacios me la recordaban tanto. La dama no
cuestionó nada sobre la ausencia de su hija, seguramente no
queriendo delatarla de algún modo... la mirada siempre melancólica
de aquella mujer me mostró el peso oculto que cargaba en su alma,
una culpa eterna por haber condenado a su hija de la forma en que lo
hizo y no lo lamenté, solo porque gracias a eso tuve la oportunidad
de conocerla.
Lejos de todos se hizo una ceremonia privada como era costumbre para
nuestros fallecidos. Sobre el dolor, un gran problema acaecía por la
muerte de Ikeda y la solicitud de explicaciones llegó pronto.
-¿Qué ocurrió hija mía...?- Me pregunto llenó de dolor mi padre,
tras la ceremonia fúnebre y nuestro luto en el más doloroso
momento.
-Okuzaki-san padre... la maté por lo que hizo- Una mirada rencorosa
al pronunciar ese nombre, no dejó dudas de ello a Shouji Viola.
-Aquella tarde acordé encontrarme con mi prometido en la fuente al
anochecer, para conocernos y dialogar como hicieron tú y mamá en su
juventud antes de contraer nupcias... supuse que ello me daría dicha
en el futuro como a mis honorables padres- Vi a padre contener las
lágrimas y asentir para que yo continuara mi relato en la privacidad
de aquella sala. -Pero madre siempre fue una mujer cautelosa y fiel a
nuestros principios, por lo que me vigilaba sin que yo me diera
cuenta... Kanzaki-sama era un caballero, pero madre siempre cuidaba a
sus hijos en silencio- Yuto soltó un gemido ahogado ante mis
palabras, mientras Ren le sujetaba condolido el hombro, por favor
perdonad hermanos míos por mentir así. -Sin embargo él y
Ayame-sama se encontraron accidentalmente antes de que yo llegara,
aquella despreciable mujer siempre seguía en secreto a mi madre a
donde quiera que fuese y esa no fue la excepción. Ignoro que
encolerizó a la Okuzaki o que dio lugar al altercado, apenas escuché
las voces airadas y amenazas de muerte... ella atacó primero, mi
querido Ikeda dio la vida en batalla por salvaguardar a madre- Dejé
mi voz romperse. -Llegué cuando mi prometido se desplomaba en el
suelo muerto por la grave herida que esa... esaa.... mujer- Tensé la
mandíbula. -Le hizo... mi madre procuro una defensa formidable,
corrí a su encuentro desesperadamente, saqué del Obi la espada que
me dio padre siendo una niña y ataqué sin contemplación a
Okuzaki... pero...- Me aferré a los brazos de mi padre con fuerza
sollozando, mientras el acariciaba mis cabellos.
-Mi querida Kiyohime...- Sentía las gotas tibias caer desde lo alto
del rostro destrozado de mi anciano padre.
-Pero... ella ya había arrojado la Kunai en su pecho, hiriéndola de
muerte y sin remedio... no pude soportarlo padre mío, ¡ha sido mi
culpa! No la protegí como era debido, ¡Le he fallado...!- Repetí
con culpa gimiendo desconsoladamente, mientras Shouji me acunaba con
aun más dulzura. El llanto brotaba sincero, pues me sabía condenada
por ocultar lo que había pasado realmente, sentía la pérdida y el
dolor que mis actos le causaban a mi familia.... moría mi alma,
también por... ella.
-No... no es culpa de mi pequeña Kiyo-chan...- Decía una y otra vez
en mi oído, mientras las cabezas gachas de mis hermanos escondían
el llanto vertido sobre el suelo. -Ayame estaría orgullosa de su
hija y en su último instante, estoy seguro que vio llegar la muerte
con tranquilidad, al ver la fortaleza de su pequeña- Que dulce
mentira, que inocentes palabras de un hombre que nunca conoció la
verdadera cara de ella.
No dejé pasar más horas de las requeridas por los protocolos,
Nataru me llevaba ya un día de adelanto en el camino que hubiera
elegido seguir. Padre dejó una escolta más numerosa al cuidado de
mi puerta, pero estaba acostumbrada ya a la labor de escabullirme.
Solo una cosa me hacía falta, un arma digna de mi última danza y
por ello fui a la sala principal, en la que reposaba la Naginata que
destrozó mi espada. La tomé entre mis manos, contemplando cada
detalle de la vara donde la figura del Dragón legendario adornaba,
la hoja afilada y sin mella alguna, pese a que chocó contra el suelo
la noche pasada, y un pequeño penacho rojo en la punta opuesta.
Aquella arma tenía un balance perfecto, era suave y sofisticada,
definitivamente esa Naginata tenía mi nombre escrito en todos lados.
Sin demora tomé mi caballo y galopé en dirección del norte, no di
razones, no dije adiós... creía entonces que podría volver. Me
dirigí hacía sus tierras, por descarté Nataru tenía que viajar en
dirección segura, donde pudiera repeler lo que creyera que se le
venía encima. Que pena que yo no soy lo que tiene en mente, nunca
sabrá que dejé su nombre libre de mancha.
Después de algunas horas cabalgando sin descanso, me vi obligada a
dar reposo a mi montura, de seguir así el animal me dejaría a mitad
de camino. Le permití pastar, después de todo ya estaba en las
tierras propiedad de la familia Blan. Mientras observaba a mi
caballo, vi a un joven de cabellos grises y ojos carmín pasar cerca,
se detuvo frente a mí con una peculiar sonrisa en el rostro.
-¿Se ha perdido Ojou-chan?- Cuestionó entrometido, tomando asiento
en una roca cerca de mí. Solo por cautela posé mis dedos en la
Naginata que llevaba en la espalda.
-No me he perdido, solo busco lo que no quiero encontrar- Porque en
el fondo no quiero encontrarle, no quiero ver sus ojos de hielo y
saber que he venido a matarle.
-Ora... que profundas palabras para alguien tan joven y hermosa-
Canturreó meciéndose en su sitio y que tono tan molesto era aquel.
-Viola-sama parece llevar el peso del mundo en sus afligidos hombros-
Añadió socarrón.
-¿Cómo sabe quien soy?- Entrecerré los ojos con desconfianza.
-Fui sirviente de su casa siendo apenas un niño... pero solo se me
permitía verla de lejos- Dijo como si nada, aunque muy poco creíble,
porque en mi vida jamás vi a alguien más con unos ojos como los
míos, solo que más oscuros.
-¿Cuál es su nombre? Me temo que no lo recuerdo- Decidí seguir el
juego de aquel desconocido.
-Me llamo Nagi... y aún estoy a su servicio Ojou-sama- Hizo una
actoral venía ante mí, pero yo no tenía tiempo para perderlo con
tan extraño sujeto.
-Ha sido un placer charlar con usted, pero el tiempo apremia y es
urgente mi diligencia-
-Entiendo Viola-sama... si no desea encontrar lo que busca, retorne a
su hogar con su familia... pero si es tanta su urgencia, puede
preguntar al anciano que siempre cuida la salida del siguiente
poblado, él todo lo ve y todo lo sabe, él le dirá donde encontrar
lo que busca pues sabe bien de estos caminos- Su voz antes cantarina
se hizo sería, sin permitirme cuestionar más, me dio la espalda y
continuo su camino en la dirección de la que yo venía.
Extrañada por las circunstancias, tomé mi caballo y continué mi
viaje. Al llegar al pueblo me sentí observada la mayor parte del
tiempo, quizás era el luto de mis ropas la razón de tanta atención,
eso no me importaba... una vez fuera del pequeño poblado, en efecto
encontré el anciano del que ese chico me había hablado, de barba
descuidada y arrugadas manos, sostenía un bastón mientras reposaba
sobre el pasto. La curiosidad fue mayor y me atreví a preguntar si
había visto pasar a un joven con las características de mi Nataru.
Tras sopesarlo un momento y acariciar su barba me dio una respuesta.
-Ho si... vi pasar a un joven monje en dirección del río, sus ropas
estaban un poco sucias y manchadas... si ojou-chan lo desea, puede
alcanzarle con prontitud, usted tiene un caballo pero él caminaba
con apenas la compañía de un canino- El anciano me sonrío
gentilmente. -Quise saber la raza de tan lindo animal, pero el joven
monje no supo explicarme...- Río para después toser y tras
componerse. -¿Creería Ojou-sama que dijo 'es un lobo de hielo'?
Jajaja si en Kioto no hay lobos, solo zorros jajaja... cof cof-
-No dudo de su palabra honorable señor- Me apresuré a decir con una
sonrisa amable. -Debo partir inmediatamente, es urgente que encuentre
al monje para solicitar sus bendiciones, pues se me ha dicho que son
las mejores que pueda encontrar- Mentí volviendo a mi caballo para
continuar.
-Vaya con cuidado Ojou-sama... y ¡ojalá encuentre el destino que
desea!- Dijo el viejo cuando ya me alejaba. Al volver la vista atrás,
por un momento me pareció ver en él la misma sonrisa siniestra de
aquel muchacho... no presté atención y aceleré el paso,
seguramente eran alucinaciones por la falta de alimento.
Transcurrieron unos cuantos minutos entre arboledas, hasta qué
llegue a un río un tanto caudaloso. Dio un brinco mi corazón en
cuanto vi la figura de Nataru en el lomo de aquel animal, cuyo tamaño
al parecer había disminuido. El canino cruzaba sin dificultad el
río, congelando cada sitio que pisaba y llevando consigo a su
preciada carga. Si aquello no resultara ya fuera de lo normal, noté
con extrañeza que ella ya no llevaba encima sus ropas ceremoniales,
tenía un traje amarillo y blanco propio de los monjes, incluso las
cuentas de un Yapa Mala (rosario budista) en el cuello.
-¡NATARU!- Grité esperando que quisiera volver de mi lado del río,
solo con esa pequeña muestra de amor me rendiría a sus pies, iría
a donde ella fuera y perdonaría todas sus faltas. Pero eso no
ocurrió, levantó la cabeza para verme y un instante después volvió
la vista al frente, acelerando el ritmo del gran lobo para cruzar el
río más rápido. Grité su nombre otro par de veces, cada vez con
menos esperanzas de recuperarla, cada vez con una convicción más
clara de lo que pasaría y no era una opción halagüeña.
Intenté cruzar el río a través del mismo camino congelado, pero mi
caballo comenzó a ceder y resbalar, a romper con sus patas el
cristal helado, hasta que trastabilló tirándome de la montura, se
hundió entre las fisuras para sucumbir a la corriente bajo la capa
de hielo. Levanté la vista, Nataru había logrado cruzar el río y a
lo lejos veía en lo alto de la montaña, el templo de Echizen...
hacía allí se dirigía. Pegué mí frente al hielo mientras el
llanto desbordaba nuevamente mi pena. -Shizuru-sama... dame fuerza
para cumplir mis promesas, te suplico intercepción... apaga por
piedad este dolor intenso... te juro que mi vida, mi cuerpo y mi
espíritu serán tuyos si concedes mi deseo-
Mis ojos se cerraron cansados, no supe del tiempo que me dejé llevar
por la inconsciencia, pero después entre mis sueños, la tibieza de
algo diferente eliminó el frío que entumeciera mi cuerpo. Abrí la
vista de nuevo y abrumada por el cambio, vi fuego en todas
direcciones, incluso bajo de mí, pero las llamas del más brillante
fulgor no quemaban mi piel, de hecho me abrigaban y protegían.
Levanté mi torso de mi mullido soporte, entonces sentí el viento
cálido rozar mi rostro y vi el cielo inmenso ante mis ojos, las
nubes tan cerca que casi podía tocarlas. Quizás en ese momento
volví a creer, porque el rugido fiero se escuchó rasgando los
cielos y supe que el Dragón de la Leyenda estaba a mi lado... era
un inmenso regalo de mí antepasada, la graciosa Shizuru, la deidad
amatista. Así, con una nueva perspectiva fuimos descendiendo desde
lo alto sobre el monasterio de Echizen, en el cual una gran revuelo
se hizo con mi llegada.
Fui objeto de
ataque, grandes arpones, flechas y todo aquello que pudiera arrojarse
al cielo, a una altura de 15 metros fue empleado para intentar
erradicar al Dragón de sus pesadillas. Después de todo el
monasterio Yoshizaki en Echizen, hacía mucho tiempo que era más un
bastión de guerra que un centro de oraciones, estaban armados lo
suficientemente bien para repeler a un pequeño ejercito. Sin embargo
mucho antes de alcanzarnos, las armas se consumían en el fuego de
aquel ser compuesto enteramente de él y de sus fauces ardientes
emanaban intensas bolas de fuego sobre las catapultas. Las llamas se
extendieron alimentadas por las construcciones de madera y el humo
inoportunamente ocultó la vista clara del lugar.
Una vez las armas de
largo alcance se consumieron devoradas por el fuego, mis agresores se
hallaron completamente indefensos y muchos de ellos huyeron
despavoridos. Los gritos de dolor y el estupor de las personas me fue
indiferente en la búsqueda de aquella a la que ocultaban y yo tenía
que encontrar. El fuego, el aire viciado por el humo nublaba el lugar
con el paso de los segundos, no la encontraría, no así... me di
cuenta que mientras reposara en el lomo ardiente de mi antepasado, no
podría acercarme para buscar entre las edificaciones que se miraban
minúsculas desde lo alto y no tendría posibilidad alguna de
encontrar a mi Nataru entre la humareda. Pero el destino elige de
extrañas formas lo que ha de ser, mientras sobrevolaba el
monasterio, mis ojos vieron de soslayo el viejo campanario, de entre
aquellos lugares era el único recinto al cual las llamas no
alcanzaban, mas irónicamente ninguno buscaba refugio en aquel lugar.
El gran Dragón de
fuego descendió raudo en la dirección avistada por mí, estaba
conectado a mis emociones, él era la viva expresión de mi cólera.
Sin embargo la ira sin control, nunca es buena consejera. Todavía
aguardaban en mi corazón esperanzas sobre la posibilidad de una
reconciliación, quizás en el fondo estaba siendo ingenua. Una vez
las garras de la bestia tocaron tierra bajé de su lomo, mientras la
criatura se enroscaba a mi espalda impidiendo la intromisión de los
testarudos guerreros que continuaban con la idea suicida de
destruirle.
Con lentos pasos
decidí enfrentar mí destino, la puerta se abrió antes de que me
acercara, supe entonces que ella me esperaba. En cuanto entre en el
recinto de aquel campanario, vi una figura sentada en posición de
flor de loto en el centro de aquel salón, los mechones cobalto de mi
amor cubrían su rostro cabizbajo negándome toda vista de sus ojos y
aquel formidable lobo se paseaba sigiloso, rondando a su ama con
total sentido de protección... una sensación gélida lo llenó
todo, me hubiere congelado de no ser porque el fulgor del dragón aun
me protegía y entonces percibí la esencia de una tercera persona, o
más bien el aura de un ser translucido que abrazaba a mi Nataru en
un agarre posesivo. Contuve un gruñido ante tal forma de marcarla
como suya, espectro o no, nadie se mete con aquello que me es tan
preciado.
-Te esperaba...-
Levantó la vista el etéreo ser con esa voz que venía de todas
partes y de ninguna al mismo tiempo. La dama ladeó la cabeza un poco
antes de ponerse de pie junto al lobo helado.
Decidí dar algunos
pasos más cerca para verla mejor, pero me detuve estupefacta al
notar la palidez sobrenatural de su piel, sus cabellos sueltos de una
longitud imposible y sus iris azules completamente congelados bajo
los mechones negros. Se parecía a la mujer que describían los
relatos de... -Yuki... Onna- Al lado de aquellos seres mi Nataru
parecía una efigie sin vida e inmóvil, presa de algún demoníaco
encantamiento o así se sentía para mí.
-No se me ocurrió
que las cosas pasaran de este modo Viola-san...- Sonrió la doncella
de Hielo y con ello la temperatura del sitio arremolino en una
ventisca que calaba hasta los huesos. -Le dejaste ir y mientras los
segundos pasan ella se hace cada vez más mía para la eternidad-
-¿Qué?-
Pregunté como si no lo supiera, hay tantas versiones para describir
a la misma mujer y cada historia es solo un pequeño fragmento del
rompecabezas que la conforma. “Yuki Onna embosca con sus
tormentas a los hombres que vagan perdidos por la montaña... Yuki
Onna se ha enamorado de un hermoso viajero al que elige para ser su
esposo...” Ara, nadie dijo que
el viajero fuera una linda chica como mi Nataru. “... por
la eternidad”. Pero esa parte
no me gusta. -No niego que Yuki-sama tiene un gusto excelso. Pero hay
cosas de las leyendas que solo deben ser eso... leyenda, pues le
aseguro que yo no permitiré tal cosa- Estrujé entre mis dedos la
reliquia, mi preciada Naginata y asumí una pose de combate.
De nuevo sonrió y
sus ojos derramaron una lágrima que contrariaba su expresión, me
sentí confusa mientras miraba aquella perla de hielo romperse contra
el suelo. -Su dolor es mío Kiyohime... y nunca lo entenderás, tan
solo sigue el destino que te has forjado-
-¡Ella es mía!-
Grité con enfado mientras un fuego nacido de la nada se arremolinaba
en derredor a mí y más pronto tomaba la forma de la serpiente de
fuego. -¡Ni siquiera tú podrás arrebatármela!-
-Así sea
entonces...- La mujer comenzó a desaparecer, no... se convirtió en
un rocío de hielo que se hizo uno con el enorme lobo y de nuevo
resonó el eco de su voz en mis oídos. -Nataru...-
Temblaron mis labios
en cuanto aquella efigie se puso de pie y sin siquiera mirar, llevó
sus manos a la empuñadura, así como a la funda en una postura que
delataba su deseo de lucha. Odié con toda mi alma a Yuki Onna, ¿Cómo
osaba usarla contra mí? -¡Me llevaré su corazón conmigo ¿Lo oyes
Yuki Onna?!- Proclamé ególatra y dolida, esperando con rencor ser
escuchada.
La ira, la zozobra y
aquel agónico dolor nacido de mi pecho, sentenció la maldición que
padecería por los 500 años posteriores. No hubo marcha atrás,
no... en cuanto firmemente sujeté mi Naginata y con un movimiento
delicado, dio principio aquella danza que sería el preludio de mis
tormentos. La lanza se prolongó hasta formar una larga extensión de
mi misma, solo que tan mortal como el filo de su hoja, una
fragmentada como si de las vertebras de una columna se tratara. Hice
brotar chispas a solo centímetros del lugar en cuyo suelo se posaban
los pies de mi amada. Pero habiendo calculado la trayectoria de aquel
despiste Nataru no se movió ni un ápice, flexionó su cuerpo,
susurró palabras ininteligibles y con una rapidez pasmosa, extrajo
la Katana de su vaina. Imprimióse tal velocidad, que por un momento
me pareció ver el filo desprenderse de su arma y dirigirse hacía
mí.
Sin creer lo que
venían mis ojos, sentí algo frío pasar muy cerca de mi rostro, un
sutil dolor y algo húmedo bajar por mi mejilla. Entendí entonces
que no era magia, solo una técnica en exceso audaz, un aviso de que
me tomara en serio nuestra contienda. -Kiyohime... nunca debe
subestimar a su adversario, pues no solo ella poseé ataques de largo
alcance- Murmuró levantando la cabeza para que al fin viera su
rostro. Palidecí en cuanto noté un cardenal en su mejilla y su piel
de un tono amarillento, casi anémico. Reanudó su ataqué con otro
corte de hielo y apenas pude mover mi Naginata, formando cortes que
girasen a mi alrededor, de ese modo pude evitar ser partida a la
mitad, solo interrumpir la corriente de aire helado me mantuvo a
salvo.
-¡¿A que raro
embrujo te ha sometido?!- Cuestioné a viva voz, con el llanto
desbordando mis ojos, lo que menos quería era enfrentarme a ella,
odiaba la idea de herirle... más aún con esas vistas tan
lamentables de su cuerpo, también sus manos contaban con manchas
purpura y su pésimo estado, pues mi amada sudaba copiosamente en ese
momento.
-A ninguno...-
Respondió lanzándome otra intensa ráfaga con múltiples cortes,
apenas y podía escuchar un zumbido, un eco en el aire tal como él
descrito por Ankara-san, aquel era 'el rezo del monje', su danza de
la muerte... reaccioné justo a tiempo para cortar el aire y mantener
la cabeza unida al cuello.
Antes mis ojos se
hubieran maravillado ante tal destreza, el movimiento de su cuerpo
armónico, el leve paso que va y vuelve a su posición original antes
de mover el filo como si escribiese en un papiro inexistente.
¿Moriría en un momento así? Me preguntaba mientras no hacía más
que defenderme de sus envites mortales y las humildes sillas a
nuestro alrededor se destrozaban, así como el suelo empedrado se
abría rasgado por el filo invisible, o las cuchillas eternamente
afiladas de mi arma.
Levanté
la vista con el infierno en mis ojos. -“Solo concededme
un último favor querido Dragón de fuego... después podrás recibir
el justo pago de mi promesa”- Cerré
los ojos dejándome envolver por las llamas cálidas de aquella
criatura mística, solo de ese modo podría confrontarle en igualdad
de condiciones. A ella le protegía el aire helado y el aura de Yuki
Onna, a mí me resguardaba en su calor mi querido antepasado. Nuestra
batalla se haría a la antigua usanza, con la intervención divina y
el filo de nuestras armas. Bastó una mirada de su parte para
comprender mi intensión, por lo que dejó de 'abanicar' su espada en
mi contra y con una sonrisa dichosa se lanzó contra mí, en ese
nuestro grito de guerra.
Nataru se acercó
con un ataque frontal, moví mi cuerpo a un lado, giré entre mis
manos la enorme vara, procurando crear una cortina de cuchillas en
cada punto que su Katana atacó... solo que esta vez, sutiles
movimientos de mis muñecas imprimieron un efecto serpentino que
elongaba la hoja, cortándolo todo a su paso. En respuesta mi Nataru
evadía con ágiles movimientos los filos que le amenazaban e
interponía su espada en cuanto resultaba imposible esquivarme. Poco
a poco fui ganando espacio y culpas causándole heridas
superficiales, que comenzarón a manchar sus ropas, así fue hasta
que Nataru saltó para ganar algo de distancia y quizás un poco de
aliento. Con una determinación implacable depositó la punta de su
arma en el suelo empedrado y tomó una postura diferente a las
anteriores. -Este será el ataqué definitivo Kiyohime... emplea
entonces tu mejor técnica- Su voz se apagó lentamente en la sala,
aguardando pacientemente para darme la oportunidad de retraer mi
Naginata.
-Así sea- Respondí
con la voz rota, ella no dudaría en matarme... ella solo estaba
combatiendo por el placer de aquella lucha, por el final honroso...
por escapar de mí.
-¡AHHHHHHH!-
Gritamos al unísono comenzando a correr en la dirección de la otra,
vi chispas nacer de su Katana contra el suelo y extenderse en el aire
guiadas por su fuerte mano, a la par que yo alargaba mi Naginata en
una honda serpentina.
Las chispas se
solidificaron al igual que las ráfagas congeladas se extendieron en
tres grandes vertientes, giré todo mi cuerpo y mi arma cuyo filo
ardía como el fuego. Pude sentir los cristales golpeando diversas
partes del largo filo de mi Naginata, una explosión al contacto del
hielo y el fuego, los cristales rompiéndose, las esquirlas rozarme
la piel, mis heridas manar sangre tibia... escuché el hielo
derretirse, el vapor nubló la vista, y con la última muestra de mi
poder, giré mi arma en una honda expansiva que chocó contra la
Katana de Nataru, oponiendo ella una resistencia abrumadora. Escuché
el sonido el algo crujir y una voz venir de la nada.
-¡No!- Resonó el
eco de aquella mujer espectro, y entonces me dí cuenta de que la
punta de mi lanza continuaba replegándose en dirección desconocida.
Retraje el filo de mi Naginata en cuanto supuse amenazada seriamente
la integridad de mi amada, busqué con espanto pero era imposible ver
en medio de la humareda hasta que...
-¡NO JUEGUES
CONMIGO!- Una figura emergió de entre el velo de vapor, tan cerca
que creí llegada mi muerte, cerré los ojos y levanté mi arma por
puro reflejo. Fue repelida por otro metal, sentí la fuerza de algo
empujarme hacía atrás y caí al suelo con un peso encima, guardé
silencio esperando la estocada final, pero eso no pasó.
Al abrir los ojos me
encontré con dos esmeraldas que me miraban, una expresión que
conocía, que una vez contemplé con tanto amor. Un hondo suspiro
escapó de los labios de mi Nataru, mientras una gota de sudor se
congelaba en su barbilla y soportaba parte del peso de su cuerpo en
un brazo, era extrañamente sublime sentir de nuevo casi toda su
anatomía sobre mí... que pena que no se tratara del lecho. -Solo
estuviste jugando conmigo Kiyohime... hubieses muerto de ser real- Me
hizo notar lo evidente, pues el filo de su Katana rota amenazaba mi
cuello.
-Ara, mi Nataru
tiene una forma tan peculiar de saludar- Sonreí con un llanto de
dicha en los ojos... -Pero nunca debe confiarse tanto- El filo de la
daga antes oculta en mi Obi ya algo ajado, amenazaba su vientre.
Dejamos las armas a
un lado y juntamos nuestras frentes con una pequeña sonrisa, nos
perdimos en la mirada hechicera de la otra por unos instantes y solo
entonces tomé sus labios en un beso dulce que pagaría una pequeña
cuota de tantos sufrimientos. Sus labios fríos, su piel helando y
ese sabor metálico rompió el encanto de nuestro momento. Me
separé... solo un poco -¿Nataru?-
Me dedicó una
expresión cansada antes de esconder su rostro en mi cuello. -Lo
siento...- Dijo con voz queda, casi en un murmullo. -Lamento haberte
lastimado... haber asesinado a Ayame...-sama...- Su voz escondía una
clase de agonía más allá de la emocional, pero su cuerpo no se
movía. Lo entendí tarde, que ella ya no podía moverse.
Con la fuerza que no
tenía, logré empujarle un poco, solo para poder levantar mi torso y
sujetarla entre mis brazos. Sentí un profundo pánico al notar bajo
los retazos que ahora era su Kimono amarillo, lleno de tierra y
sangre... lo que escondía su ropa desde el principio, un vendaje a
la altura del pecho y el hombro derecho con signos se sangre seca.
Temerosa y con una mano, retiré la parte delantera de la prenda, un
gritillo escapó de mí garganta, pues la mancha purpura, casi negra
en su mejilla, era una pequeña en comparación con la que cruzaba la
completitud de su torso, puede que incluso bajo las vendas. -¿Qué
es... es esto?-
Mi amada levanto su
mano para alejar mi rostro de la deplorable vista de su torso.
-Nada... nada que pueda resolverse... Kiyo-chan-
-Tenemos que...
¡Buscar ayuda!- Hice ademan de separarme para buscar algún
superviviente que pudiera ayudarme, pero me retuvo con su mano...
-No te vayas...- Me
miró sincera con sus ojos verdes adorados. -... es el... veneno de
la Kunai me... me ha sentenciado desde hace horas y de no ser por
Yuki Onna que congeló mi cuerpo a través de Duran... ya hu..biese
muerto-
-La Kunai...- Musité
con un hilo de voz tembloroso... Okuzaki-san, ella se fue con una
sonrisa de victoria al mundo de los muertos. Llenó de ponzoña su
arma y atacó a traición, debí torturarla mucho más, antes de
acabar con su vida. -El veneno... purpura- Maldije mis olvidos, los
Ninja no son honorables, suelen impregnar sus armas con un veneno
mortal y la cura es algo que solo ellos conocen. Me mordí los
labios, aun si comprara con todo lo que tengo tal antídoto sería
imposible volver en el tiempo que...
-¡Baka! Deja de...
de pensar tonterías en tu mente y ¡Mírame!- Ordenó mi Nataru
exasperada, Ara, estas maneras no se las conocía... pero tal gesto
le costó una tos que manchaba sus labios de un líquido carmín.
-Así lo entenderás... por favor- Sus ojos suplicantes me
convencieron de no salir, me hicieron ver la más terrible de mis
pesadillas hecha una realidad. -Sigo aquí, solo porque en el fondo
de mi ausente corazón quería verte una vez más, esperaría por ti
y solo por ti...-
-Entonces quedate
conmigo... aquí, por siempre- Supliqué empezando a asimilar o creer
la idea de que cada segundo a su lado era el último, cada lágrima.
Apenas y me
sonrió... de una forma tan genuina y dulce que todo lo demás
desapareció para mí. -No... llores... mi amor- La caricia gentil de
sus dedos en mi rostro, cerré mis ojos para percibirlo más
intensamente, posé mi mano sobre la suya para acariciarla y su hilo
de voz llegó nuevamente a mí. -Ne Kiyo...chan, te... te a..mo- La
fuerza abandonó su mano que se arrastró hasta su regazo por la
fuerza de gravedad.
Abrí los ojos con
esa ausencia, sintiendo el aire abandonarme y mis pupilas temblorosas
la vieron dormir apaciblemente, se había sumergido en el sopor
eterno, allí donde no podía alcanzarla... -Yo... también te
amo...- Respondí ahogada por mis propios sollozos, sin la seguridad
de haber sido escuchada, sin la certeza de encontrarla otra vez en
esta maldita eternidad.
Frente a mí el lobo
de hielo elevó al cielo un aullido de pena, tan amargo como el
gemido que desgarró mi garganta, como las heridas que se abrían en
mi corazón, como el vacío abismal que ya nada llenaría y le había
quitado el sentido mismo a la vida. Así la criatura de hielo caminó
juntó a mí queriendo darme consuelo, mientras su cuerpo se
evaporara entre destellos celestes hasta ya no dejar rastro de él...
dirían que quizás lo soñé, pero aquella criatura lloraba igual
que yo. Contemplé a mi amor unos instantes más, la acuné en mis
brazos para estrecharla un poco más y llorar en silencio la
ignominia que había sido perderla. ¡Perderla! Si, ella no estaba ya
conmigo... solo abrazaba su yerto cadavér. ¿Qué maldición pesaba
sobre mí para merecer tal castigo? Encontrarla... solo para
perderla. Sin ella me arrancaba el alma de un tajo, la parca
inclemente introducía su garfa en mi pecho para destrozarme el
corazón sin piedad alguna. -¿Sabes?- Acomodé esas hebras de ébano
y mis dedos se posaron sobre sus pálidas mejillas. -Te contaré un
secreto...- Una gota nacida de mi dolor, humedeció su fino rostro.
-Yo te seguiré incluso hasta el mismísimo infierno- Sonreí, que
más me daba ya la existencia... miré la daga a un lado, la tomé...
-Después de todo, tengo que pagarle sus favores al Dragón de fuego-
Cuando llevaba el filo a mi cuello, para asegurarme de no errar mi
intensión, una inoportuna y molesta voz llegó a mis oídos.
-Ora ora... no
puedes decir que no te dí la oportunidad de cambiar este destino...
no así propiamente dicho, ella tenía que morir pero no quisiste
hacerte de la vista gorda y ahí tienes-
-Nagi...- Entrecerré
los ojos, deposité con cuidado a mi amada en el suelo y tomé mi
Naginata. -Veras... no estoy de humor en estos momentos-
-Con calma
Kiyo-chan... no es mi culpa que fueras tan descuidada... si ha muerto
no ha sido cosa mía, ha sido enteramente tú culpa- Levantó sus
hombros con total desinterés. Aguijoneando la reciente herida y
posando sobre mis hombros un peso inmenso que quise ignorar.
-¿Cómo osas
decir... que yo he?- Presioné mi mandíbula chocando mis dientes,
hasta hacerlos sonar.
-Afirmar que si no
hubieses intentado abrazarle aquella noche en la fuente, ¿Ella
hubiese podido esquivar la Kunai que hoy es causa de su muerte?-
Sonrió divertido. -No creerás que una persona tan experimentada en
el arte de la guerra sucumbiría tan fácilmente ¿o sí?-
-¿Quién eres?
¿Como es que sabes lo que...?-
-¿Pasó?- Completó
mi pregunta cruzándose de brazos y apoyando su hombro en el marco de
la puerta casi carbonizada. -He contemplado tu infausta historia todo
este tiempo, viendo como movías los hilos que hoy te asfixian- Esa
sonrisa de burla a mi hondo pesar colmó mi paciencia, sujeté
firmemente mi arma... -¡Espera!- Levanto las palmas en señal de
suplica mientras inclinaba su cabeza. -No he sido lo delicado que
debiera con él tema, pero es la verdad y...- Me miró de soslayo.
-Estoy aquí para hacerte una oferta... si es que quieres escucharla,
digo que quizás te interese que ella viva-
-¿Cómo podrías
devolverle la vida que se ha ido? ¡Hasta yo sé que eso es
imposible!- Dejé brotar mi frustración a través de mi Naginata, la
cual empleé para cortar el muro a un lado del chico de ojos rojos,
pero él no se inmutó.
-No ahora mismo, es
verdad... pero dudar de aquello que es sobrenatural cuando tu has
invocado al gran dragón de la leyenda, es... muy escéptico de tu
parte Kiyo-chan- Murmuró antes de ladear su cabeza, me puse entre él
y mi Nataru cuando noté que la miraban esos ojos maliciosos. -Tu
mayor miedo es no volver a verla... dudas, incluso temes que después
de morir no vuelvas a encontrarla-
Gruñí al ver sus
observaciones tan desagradablemente acertadas. -Eso no es de su
incumbencia, así que le sugiero marcharse antes de que su sangre sea
vertida por mí, sobre este suelo sagrado-
Nagi dio
grandes risotadas. -Gomen... gomen... ciertamente este suelo es
sagrado pero ha sido manchado con tanta sangre a lo largo de estos
100 años que le aseguro es el sitio perfecto-
-¿Para qué?-
Pregunté sintiendo tan macabra la mención de las batallas aquí
sostenidas.
-Haré un pacto
contigo, volverás a ver a Nataru-san en otro tiempo y lugar- ¿Cómo
creer en su palabra? Era la seducción de un demonio ante la flaqueza
de mis más añorados deseos, ¿Una oportunidad de evitar este
desenlace? -Estos hechos se repetirán de una forma diferente pero
similar... estará en tu mano encontrar un destino diferente-
Concluyó el chico.
-¿Qué quieres a
cambio de tal cosa? ¿Mi alma?- Musité con sorna, es un relato que
viene de occidente... aquello de venderle el alma al diablo.
-Que suspicaz...- Me
miró risueño el peliplateado. -Yo quiero tu cuerpo a cambio- Más
le valió corregir. -¡Y no como estas pensando!- Tosió ligeramente
sonrojado. -Necesito la materia de tu cuerpo, solo eso... a fin de
cuentas cuando estabas por degollar tu lindo cuello, lo que quedara
de ti no lo ibas a necesitar-
En eso no se
equivocaba, no tenía planes de vivir sin mi amor. -¿Solo eso?-
-También él de
ella...- Señaló a Nataru con su dedo.
-Estas loco si crees
que te permitiré poner un dedo sobre su cuerpo- Le miré fieramente
dispuesta a todo por evitar las manos de aquel despreciable ser sobre
ella.
-Kiyo-chan no conoce
mis métodos, de sus cuerpos no quedarán ni las cenizas... y mis
manos no se posarán sobre ustedes, le daré una forma poderosa... la
verdadera forma de su espíritu- Más me parecía que la cordura de
aquel muchacho era cuestionable, no entendí entonces de que hablaba.
-¿Por qué es tan
importante nuestra materia?- Ni siquiera sabía que diablos es la
materia, pero si no era mi espíritu lo que pedía a cambio.
-Es un secreto... es
tomalo o dejalo Kiyo-chan... ¿No es un pequeño precio por vivir de
nuevo a su lado?- Declaró teatralmente compungido, sin quitar la
vista de mi amada.
-¿Cómo confiar en
Nagi?- Espeté desconfiada.
-Sabrás que puedes
hacerlo en cuanto afirmes nuestro acuerdo- Me miró por un instante
mortalemte serió. -Pero solo te haré una pequeña advertencia-
-¡Habla de una
vez!- Ya había perdido la paciencia.
-Cuando cumpla mi
promesa, entonces lo oculto estará a la vista de todos... le
volverás a ver Kiyohime y cuando confiese sin reservas lo que hoy te
ha sido negado, una luz intensa en el cielo dará paso a un nuevo
mundo... pero no podrás escapar del irremediable destino que hoy te
niegas a aceptar ¿Estas dispuesta a todo ello, solo por tener un
instante más para contemplarle?- Me preguntó dudoso, como si
realmente le importara.
-Nada es más
importante que ella para mí, el mundo no me importa... de cualquier
modo, esta destinado a sucumbir- Hemos vivido una guerra de casi 100
años, la humanidad siempre estará en eterno conflicto y un día
obtendrán las armas para destruirse... entonces no es algo que deba
lamentar.
-Jajajaja... que
egoísta de tu parte. Pero tendrás que vagar en pena, hasta el
instante en que puedas verla de nuevo, después de todo... fue tu ira
la causante de todo esto- Levantó los hombros sin quitar la mirada
de mí.
Mi elección fue
tomada en el momento en que volví a mirar su cuerpo sin vida.
-Esperaré pacientemente ese momento, es un justo precio... por lo
que he hecho-
-Entonces,
cambiaremos el mundo... después- Me dio la espalda mientras el sol
se ponía tras las montañas y un agudo dolor emergió en mi pecho.
Me llevé la mano a la fuente de mi agonía cayendo de rodillas al
suelo, busqué apoyo en mi arma clavándola en el suelo, sentí
entonces las llamas del Dragón envolverme mientras veía como mi
propio cuerpo se evaporaba entre brillos verdes. Me incliné con él
que sabía mi último hálito de vida para acariciar el rostro de mi
amor, que poco a poco también se desvanecía dejando atrás un
montículo de nieve.
-Te
veré otra ves... Mi Nataru-
Mis palabras fueron llevadas por el viento, de mi cuerpo y el de mi
amor no quedó ni el rastro, tan solo la sangre en el suelo, el hielo
derritiéndose ante las abrazadoras llamas de aquel monasterio, su
espada rota y una Naginata clavada como si de un estandarte se
tratará. Cayó el gran bastión de Echizen devorado por el fuego,
pero no así nuestro amor que sería desde entonces eterno...
.
.
.
Busqué entre las
sábanas pero ella no estaba junto a mí, con pavor salí de la cama y
apenas cubierta con una sabana, llegué hasta el ventanal de aquella
habitación de hotel. Los castaños cabellos de aquella preciosa
criatura de ensueño hondeaban al viento que se colaba entre las
cortinas, aquellas ligeramente abiertas para refrescar la estancia
daban una vista preciosa de la ciudad. Supe con toda certeza la razón
del acelerado palpitar en mi pecho, también sé que no soy buena con
las palabras por lo que... solo dispuse abrazarme a su espalda de
marfil, y plantar un beso a su hombro desnudo.
-Ara, mi Natsuki es
la criatura más dulce que he conocido... en esta y en todas mis
vidas- Dijo sin más, pero no entendí el significado de sus
palabras, lo dejé ser y la abracé más fuerte. Otro día voy a
preguntarle... si otro día.
4 comentarios:
Wowwwww!!! Me ha encantado este cap. Bueno los anteriores tambien pero este wowww me encantó la narracion!!! No hay mas que gran gran trabajo!! Espero no tarde el sig. Cap que me queso picadaaaaB-)
Ya entendí lo del capítulo anterior anterior, contaste la parte de Nataru q linda...*-*
Por que! siempre Shizuru termina encrucijada a una situacion.
Que orgullosos son todos por dios!!!
mini nataru aajjajaja que cute
No me gusta cuando despierto y no encuentro a nadie a mi lado, me descomopone... :)
Muchas Gracias!
Besos bye bye
Ainath
:D ke genial capitulo, la historia de Kiyohime y Nataru es tan linda y triste al mismo tiempo, espero llegue el final feliz xD
ne, porfa continua, me facina tu estilo de escritura.
te adoro, despues de leerte soy tu fan; sientete alagada no es algo que suela decir, ¿has pensado en ser escritora profecional? creo que te iria muy bien, claro una pulidita y ya esta.
helena
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