Esta historia está
basada en el libro “El Ladrón de Novias”
de la autora Jacquie D’Alessandro.
Hace algunos días leí
una adaptación de este libro en versiones KnM y Tatu, me gusto bastante así que
decidí hacer una versión propia pero ShizNat ya que es mi pareja favorita.
Algunos personajes aparecen, no habrá lugar para otro para bueno, depende si encajan o
no.
Aparte del cambio de
nombres obviamente he hecho ajustes para que se vea más normal el Yuri, ya que
la novela se desarrolla en el año 1820, y bueno, ya lo irán leyendo.
Aclaro también que no
copee nada de las otras versiones, esta la he hecho yo… y queda de más indicar
que los personajes y la historia original pertenecen a sus respectivos autores.
Los capítulos serán un poco largos ya que van de acuerdo a los del libro, pero espero no sean pesados de leer.
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Año 1820
Shizuru Fujino se volvió de la ventana por la que penetraba
la fresca brisa nocturna a la salita y miró a su querido y senil padre.
- No puedo creer que me sugieras eso, papá. ¿Por qué crees
que debería considerar la posibilidad de casarme con el mayor Kanzaki? Apenas
le conozco.
- Sí, pero la mayor parte de esos años la ha pasado en el
ejército – señaló ella, esforzándose por conservar el tono calmo y contener un
estremecimiento.
No se imaginaba que ninguna mujer albergara pensamientos
románticos respecto del austero mayor Kanzaki. Cielos, aquel hombre lucía un
ceño que le daba la apariencia de acabar de morder un limón. Aquella
conversación era probablemente el resultado de las maquinaciones casamenteras
bien intencionadas pero inoportunas de su madre.
El padre se acarició la barbilla.
- Ya tienes casi veintiséis años, Shizuru. Es hora de que te
cases.
Shizuru luchó contra el impulso de elevar los ojos al techo.
Su padre era el hombre más cariñoso y dulce del mundo, pero a pesar de tener
una esposa y cuatro hijas era más cerril que una puerta en cuanto a entender a
las mujeres, sobre todo a ella.
- Papá, ya he superado con mucho la edad casadera. Estoy perfectamente
bien tal como estoy.
- Tonterías. Todas las jóvenes desean casarse. Me lo ha
dicho tu madre.
Aquellas palabras confirmaron sus sospechas de que su madre estaba
detrás de aquel lío.
- No todas, papá.
El estremecimiento que ya no podía reprimir más le bajó por
la espalda al pensar en verse sujeta con grilletes a alguno de los hombres que
conocía. Todos eran unos pesados y unos mastuerzos, o bien se limitaban a
mirarla fijamente con una mezcla de lástima, confusión y, en algunos casos,
claro horror cuando osaba hablar con ellos de ecuaciones matemáticas o temas
científicos. La mayoría le llamaban Shizuru La Excéntrica, un apodo que ella
aceptaba filosóficamente, ya que sabía que en efecto era excéntrica, al menos a
los ojos de los demás.
- Por supuesto que todas las jóvenes desean casarse
–insistió su padre, volviendo a atraer su atención al asunto que tenían entre
manos-.Fíjate en tus hermanas.
- Ya me he fijado. Todos los días de mi vida. Las quiero
mucho pero ya sabes que no soy en absoluto como ellas. Mis hermanas son
bonitas, dulces y femeninas, perfectamente dotadas para ser esposas. Durante los
últimos diez años no hemos hecho otra cosa que tropezar con su constante
aluvión de pretendientes. Pero el hecho de que Saori, Mei y Minami estén ya
casadas no significa que deba casarme yo.
-¿Es que no deseas tener una familiar propia, querida?
Un silencio llenó el aire, y Shizuru hizo caso omiso de la
punzada de anhelo que le hirió las entrañas. Hacía mucho tiempo que había enterrado
aquellas fantasías.
-Papá, los dos sabemos que no soy de esas mujeres que atraen
a los hombres o mujeres al matrimonio, ni por aspecto ni por temperamento.
Además, soy demasiado vieja...
- Bobadas. Eres más guapa de lo que crees, Shizuru. Y no hay
nada de malo en que una mujer sea inteligente... siempre que no permita que alguien
se entere.-Le dirigió una mirada llena de intención-. Por suerte, el mayor Kanzaki
no encuentra del todo desalentadores tu avanzada edad ni tu agudo intelecto.
Shizuru apretó los labios.
- Una amabilidad increíble por su parte.
Su sarcasmo no hizo mella en su padre, el cual,
acariciándose la barbilla, prosiguió:
- Desde luego. De hecho, el mayor prefiere una esposa de
edad madura. Por supuesto, ya no podrás ayudar a Hiroshi en sus experimentos,
ni recoger insectos y sapos. Resulta de lo más indecoroso para una mujer casada
andar por ahí escarbando en la tierra. Tu hermano tendrá que seguir adelante
sin tu ayuda.
Aquella situación ya había pasado de la raya, Shizuru se
aclaró la garganta y se ajustó las gafas sobre la nariz.
- Papá, me encanta trabajar con Hiroshi en su laboratorio, y
no tengo intención de dejarlo, sobre todo ahora que mis propios experimentos están
arrojando grandes progresos. Además, estoy sumamente contenta ante la
perspectiva de ser una tía encantadora para mis futuros sobrinos. No siento
deseo alguno de convertirme en la esposa del mayor Kanzaki, y, francamente, me
sorprende que lo sugieras.
- El mayor Kanzaki es un hombre magnífico.
- Sí, lo es. Y también lo bastante mayor para ser mi padre.
-Sólo tiene cuarenta y tres...
-... teniendo en cuenta que tuvo hijos cuando era muy joven
–añadió ella en tono suave, como si su padre no hubiera hablado-. Pero lo más importantes
es que yo no lo amo, y que él no me ama a mí.
- Tal vez no, pero verdaderamente te profesa cierto afecto.
- Desde luego no el suficiente para casarse conmigo.
- Él, por el contrario, ha aceptado de buena gana la
alianza.
Se produjo un pesado silencio cuando ella asimiló el significado
de aquellas palabras.
- ¿A qué te refieres? –Preguntó cuando por fin pudo
encontrar la voz-.Papá, por favor, dime que aún no has hablado de esto con el
mayor.
- Cómo, por supuesto que lo he hecho. Todo está arreglado.
El mayor está radiante, así como tu madre y yo. Felicidades, querida mía. Estas
comprometida oficialmente.
- ¡Comprometida!
La exclamación de Shizuru resonó en el aire como un disparo.
Cerró los ojos con fuerza y se obligó a respirar hondo y con calma. En el
pasado, su madre había intentado sin éxito buscarle pretendientes, pero al
final había abandonado para centrarse en sus tres hijas pequeñas, todas ellas
bellezas de primera fila.
Pero desde la boda de Mei tres meses atrás, el ojo de casamentera
de su madre se había fijado nuevamente en la única hija que le quedaba soltera,
un giro de los acontecimientos que Shizuru debería haber previsto. Estaba claro
que su madre no había abandonada aquellas ridículas esperanzas. Con todo, ella
restó importancia a sus esfuerzos, sabedora de que entre sus conocidos nadie querría
casarse con una mujer sosa, con gafas, sin pelos en la lengua y socialmente
inepta, un ratón de biblioteca que se quedaría para vestir santos.
Excepto, al parecer, el mayor Kanzaki, del cual sólo podía
pensar que había perdido el juicio. Su padre se encajó el monóculo en el ojo
izquierdo y la observó.
- Debo decir, Shizuru, que no pareces tan feliz como me
aseguró tu madre que te sentirías. –Parecía verdaderamente perplejo.
- No tengo el menor deseo de casarme con el mayor Kanzaki,
papá. –Se aclaró la garganta y agregó con toda claridad-: Y no pienso hacerlo.
- Bah. Naturalmente que te casarás. Todo está arreglado,
querida.
- ¿Arreglado?
- Por supuesto. Este domingo se publicarán las
amonestaciones. La boda se celebrará el mes que viene.
- ¡El mes que viene! Papá, esto es una locura. No puedo...
- No te preocupes, Shizuru. –Estiró un brazo y palmeó la
mano de su hija-. Estoy seguro de que te sentirás feliz una vez que el mayor y
tú os conozcáis un poco mejor. –Su voz adoptó un tono de conspiración-.Tiene
pensado hacerte una visita esta misma semana para regalarte un anillo de
compromiso. Un zafiro, creo.
- Yo no quiero un anillo de compromiso...
- Claro que sí. Todas las jóvenes lo quieren. Bueno, es muy
tarde y estoy muy cansado. Todos estos preparativos nupciales resultan agotadores,
y deseo retirarme. Tu querida madre se ha pasado horas arengándome, y soy
incapaz de continuar conversando. Ya seguiremos hablando de los preparativos
mañana.
- No hay preparativos de que hablar, papá. No voy a casarme
con él.
- Naturalmente que te casarás. Buenas noches, querida.
- ¡No voy a casarme con él!-chilló Shizuru al tiempo que su
padre se retiraba y cerraba la puerta al salir.
Luego, lanzó una exclamación exasperada y se frotó las
sienes; estaba empezando a sentir un fuerte dolor de cabeza.
¿Qué era lo que había provocado aquella insensatez? ¿Y cómo demonios
iba a deshacer semejante embrollo?
El rubor le quemó las mejillas al imaginar lo que debía de
haber dicho su madre para convencer al mayor Kanzaki de que deseaba casarse con
ella. Sabía demasiado bien lo obstinada que podía ser su madre cuando se
empeñaba en algo. A menudo, uno abandonaba la compañía de Misato Fujino con la
sensación de haber recibido un golpe en la cabeza con una sartén de hierro.
Sí, por desgracia las buenas intenciones de su madre no
siempre estaban tamizadas por el buen tacto, pero Shizuru no podía por menos de
admirar –en ocasiones con horror- el modo en que era capaz de manipular a
cualquiera.
Se paseó por la habitación retorciéndose las manos, sus
pasos amortiguados por la gruesa alfombra de Axminster. ¿Qué demonios iba a
hacer? La idea de pasar el resto de su vida con el mayor Kanzaki, escuchándolo
relatar sus maniobras militares con insoportable detalle, le causó algo
parecido a un escalofrío de pánico. Y sin duda él exigiría que dejase sus
trabajos científicos, algo que desde luego no pensaba hacer.
Seguro que lograría disuadir a su padre. Recordó la
determinación que percibió en su voz cuando dijo que todo estaba arreglado; por
lo general, conseguía llevar a su padre a su terreno, pero si mamá le había
metido la idea en la cabeza no había modo de disuadirlo. Y su boda con el mayor
la tenía muy metida en la cabeza.
Le ardieron las mejillas de humillación. Dios del cielo,
aquello era igual que su puesta de largo, celebrada ocho años antes. Había
rezado por no tener que soportar toda aquella pompa: las fiestas en las que sabía
que la gente cuchicheaba acerca de ella con disimulo, compadeciéndola por no
poseer la belleza ni el donaire de sus hermanas pequeñas; aquellos vestidos con
volantes que la hacían sentirse conspicua e incómoda. Sin embargo, su madre
había insistido, y su padre se doblegó con actitud sumisa. De modo que, con la
cabeza bien alta, Shizuru aguantó los cuchicheos y las miradas de compasión que
se ocultaban a los agudos ojos y oídos de su madre, y escondió sus sentimientos
heridos bajo incontables sonrisas falsas.
Se sujetó el estómago revuelto, recordando cómo su madre
había arreglado el matrimonio de Saori con una brillantez táctica que habría
dejado sin habla a Wellington.
Ciertamente Saori era feliz, pero la pobre casi no conocía a
Takato cuando se casó con él. Con la misma facilidad podía haber sido
desgraciada, aunque Shizuru no se imaginaba a la dulce Saori en otro estado que
no fuera el de felicidad. Y además Takato besaba el suelo que pisaban las
zapatillas de su bella esposa.
Shizuru no concebía que el mayor Kanzaki pudiera darse
cuenta siquiera de si ella llevaba zapatillas sin relacionarlas de algún modo con
alguna estrategia militar. Se dejó caer sobre el diván tapizado de cretona y
exhaló un suspiro de frustración. Si se negaba a respetar el arreglo llevado a
cabo por su padre, su familia sufriría a causa del consiguiente escándalo y las
murmuraciones. No podía hacerles eso. Pero tampoco podía casarse con el mayor.
Lanzó un suspiro de cansancio, se levantó y cerró la
ventana. Después de apagar las velas que había en la repisa de la chimenea, salió
de la salita y cerró la puerta tras de sí.
Cielo santo, ¿qué iba a hacer?
En el macizo de flores, Kaiji Sakomizu oyó el chasquido de
la ventana al cerrarse y aspiró profundamente por primera vez desde que oyese
el sonido de las voces por encima de él. Se incorporó lentamente de su posición
de cuchillas, movimiento ante el cual sus rodillas protestaron con un crujido,
y acto seguido ahogó una exclamación cuando su trasero rozó los rosales.
Mirando ceñudo al ofensivo arbusto, musitó:
- Ya soy demasiado viejo para andar escurriéndome entre las
plantasen mitad de la noche. Pero por impropio que parezca, así es.
Desde luego, un hombre que se acercaba a los cincuenta no
debería andar rondando por ahí después de medianoche como si fuera un muchacho
en celo. Ah, pero es que aquél era el efecto que causaba el amor en un hombre:
lo hacía actuar como si fuera un necio de pocas entendederas y ojitos de
carnero.
Si alguien le hubiera sugerido que al lanzar una mira a la
nueva cocinera de los Fujino iba a enamorarse al instante, Kaiji lo habría
tachado de idiota y luego se habría partido de risa. Pero aquella era
precisamente lo que le había ocurrido, y por la misma razón llevaba media hora
atrapado bajo la ventana de la salita de los Fujino sin atreverse a dar un
paso, no fuera que lo oyeran la señorita Shizuru o su padre, intentando no
pensar en su cama confortable, de la que lo separaba una hora a caballo. Si se
hubiera ido de la habitación de sólo unos minutos antes... Ah, pero eso habría
sido imposible.
Se recostó contra la rugosa fachada de piedra de la casa y
se frotó las articulaciones entumecidas antes de lanzarse a través del prado en
sombras en dirección al lugar donde había atado a Viking, en la linde del bosque. Pobre señorita Shizuru; estaba
claro que no deseaba casarse con el mayor, y él no se lo reprochaba. Si bien el
mayor no era un mal tipo, sus peroratas sobre la guerra y el importante papel
que desempeñó en ella podían llegar a aburrir a las piedras. Era un hombre que
podría llevar a la señorita Shizuru directamente al manicomio. Y la señorita
era la sal de la tierra; siempre tenía para él una palabra amable y una
sonrisa, siempre le preguntaba por su madre y su hermano, que vivían en Brighton.
Cruzó el prado con la espalda erguida por la determinación;
había que hacer algo para ayudar a la pobre señorita Shizuru.
Kaiji sólo conocía a un hombre que pudiera ayudarla: el individuo
misterioso cuyo nombre estaba en boca de todo el mundo desde Londres hasta
Cornualles, el hombre al que el magistrado buscaba tan ávidamente por sus
osadas proezas.
El célebre y legendario Ladrón
de Novias.
.
.
.
Por la ventana de su estudio privado, Natsuki Kruger, condesa
de Wesley, observaba a Kaiji cruzar el césped de camino a los establos.
En sus oídos volvieron a sonar las palabras del encargado de
las cuadras: “la situación es terrible, señor. La pobre señorita Shizuru no quiere
tener nada que ver son ese estirado del mayor Kanzaki, pero su padre insiste.
Verse obligada a casarse de esa manera, vaya, eso va a romperle el corazón a la
señorita, y no conozca a nadie que tenga un corazón más tierno”.
Natsuki había permanecido sentada a su escritorio,
escuchando a su fiel sirviente; ninguno de los dos reconoció ni siquiera con un
pestañeo por qué Kaiji le traía aquella noticia, pero ambos sabían exactamente
el motivo. El secreto que compartían los unía con más fuerza que un clavo,
aunque rara vez hablaban de ello durante el día, cuando los criados estaban
despiertos, por miedo a que los oyeran.
Un error así podía costarle a Natsuki la vida.
Pero el simple hecho de saber que Kaiji compartía su
secreto, que no se hallaba completamente sola en el peligroso estilo de vida
que había escogido, le proporcionaba un gran consuelo. Quería a Kaiji como a un
padre, y ciertamente el sirviente había pasado más tiempo con ella durante sus
años de formación que su propio padre.
Y aun después de la muerte de este, Kaiji significo
prácticamente el único apoyo en la transición que tuvo que afrontar al volverse
la cabeza del clan de Wesley a pesar de ser una mujer.
Desvió la mirada hacia el bosque que se veía a lo lejos, y
sus pensamientos regresaron al asunto que lo ocupaba.
Compartía con los Fujino sólo una amistad informal, al igual
que con la mayoría de las familias de la zona. Vivía la mayor parte del tiempo
en Londres, en estrecho contacto con el abogado que llevaba sus asuntos, y en
Wesley Manor pasaba solamente unas semanas en verano. Durante aquellas breves
estancias, esquivaba con mano experta las maniobras casamenteras de las madres
del pueblo, de las cuales la señora Misato Fujino era una de las más notables.
Uno de los grandes problemas que le había traído el convertirse en cabeza de
apellido, aunque ciertamente era bienhechor, pues de esa forma se veía librada
de ser obligada a casarse. Por supuesto, la señora Fujino conocía, al igual que
las otras madres de Tunbridge Wells, su inveterada aversión al matrimonio, si
bien no estaba al corriente de todos sus motivos. Por desgracia, dicha aversión
servía sólo como un reto para las intrépidas casamenteras azuzadas por sus
hijas.
Tenía que reconocer que las tres hijas pequeñas de los Fujino
eran raras bellezas. Una de ellas, no recordaba cuál, se había casado recientemente
con el barón de Whiteshead. De Shizuru guardaba sólo un vago recuerdo; frunció
el entrecejo tratando de recordar cómo era, pero sólo consiguió evocar una
imagen borrosa de cabello castaño y gruesas gafas. Sabía, gracias a la
maquinaria del chismorreo, que se la consideraba una excéntrica sabelotodo y
que, tristemente, carecía de atractivo femenino, un hecho que resultaba más
notorio debido a la extrema belleza de sus hermanas.
Como contraste, no le costó traer a la mente al mayor
Kanzaki: un hombre grande, tempestuoso y arrogante que tenía un porte militar rígido
como una vara. Natsuki lo encontraba soportable sólo en pequeñas dosis. Que
ella supiera, el mayor no sonreía casi nunca, y reír era algo que desconocía
totalmente. Lucía unos bigotes poblados y entrecanos, llevaba un inquisitivo
monóculo y solía ladrar órdenes con una voz retumbante, como si aún mandara en
un campo de batalla.
Con todo, el mayor era inteligente y, según decían, no le
faltaba amabilidad. ¿Por qué no querría casarse con él la señorita Fujino? Ya
había rebasado con creces el primer rubor de juventud, y si era tan poco
atractiva como había oído comentar, no podría atraer a muchos pretendientes. Kaiji
le había dicho que ella afirmaba no amar al mayor. Un resoplido se escapó de
los labios de Natsuki, que sacudió la cabeza. Ya le gustaría conocer algún
matrimonio que hubiera sido por amor; desde luego no lo fue el de sus padres, y
Dios sabía que tampoco el de Nina....
Se apartó de la ventana y anduvo por la alfombra de
Axminster hacia su escritorio de caoba. Cogió la miniatura de su hermana. Se había
hecho pintar el retrato justo antes de que ella se incorporara al ejército.
“Llévatelo contigo, Natsuki -le había dicho Nina con una sonrisa alentadora que
no ocultaba la profunda preocupación que se leía en sus ojos oscuros-. De esa
forma estaré siempre a tu lado, cuidando de que estés a salvo”.
Se le hizo un nudo en la garganta. Aquel rostro encantador la
había acompañado a lugares que prefería olvidar. Nina había sido el único
retazo de belleza en aquellos años. Sí, ella la había mantenido a salvo, y sin
embargo Natsuki no había logrado mantenerla a salvo a ella.
Contempló su imagen en la miniatura, y un vívido recuerdo
acudió a su mente: el día en que nació su hermana. El disgusto de su padre con
su esposa por haberle dado otra hija. La tristeza de su madre agotada. La
entrada a hurtadillas aquella noche en la habitación de los niños para
contemplar aquel bulto diminuto e inquieto. “No importa que no le gustes a papá
–susurró ella, con el corazón de una niña de cinco años rebosante de osadía-.
Tampoco le gusto yo. Pero yo cuidaré de ti”. Después rodeó con un dedo el puño
minúsculo de la pequeña y así, simplemente así, quedó quieta.
Una miríada de imágenes pasaron raudas por su mente. Enseñar
a Nina a montar a caballo. Ayudarle a rescatar a un pájaro con un ala rota.
Curarle los rasguños que se había hecho al caerse de un árbol, para que su
padre no la regañara. Escapar a la quietud del bosque para eludir las
constantes tensiones y discusiones que había en casa. Enseñarle a pescar, y al
cabo de un tiempo rara vez atrapar más peces que ella. Representar obras de
teatro de Shakespeare. Verla crecer y pasar de ser una mocosa traviesa a
convertirse en una hermosa jovencita que la llenó de profundo orgullo. “Nosotras
éramos lo único que teníamos en esta familia tan infeliz, ¿verdad Nina?
Hacíamos que fuera soportable la una para la otra. ¿Qué habría hecho yo sin ti?”.
Pero le había fallado.
Sus dedos se cerraron alrededor de la miniatura. Al igual
que Shizuru Fujino, Nina había sido obligada a casarse, un hecho por el que Natsuki
no había perdonado a su padre, ni siquiera cuando yacía en su lecho de muerte.
Su padre había vendido a la inocente y bella Nina como si fuera una posesión
cualquiera al anciano vizconde Sakamoto, que deseaba un heredero. Durante años
había circulado por la zona los rumores acerca del libertinaje de Sakamoto,
pero poseía los atributos que buscaba el padre de Natsuki cuando hizo el trato:
dinero y varias propiedades. A pesar de lo sustancial de sus bienes, la
avaricia de Kenshin Kruger lo hacía desear más. En ningún momento pensó en los
sentimientos de Nina, y aquel matrimonio la destrozó. En aquella época Natsuki se
encontraba luchando en la península Ibérica y no estaba al corriente de la
situación.
Llegó demasiado tarde para rescatar a Nina.
Pero a su regreso juró que ayudaría a otras como ella y que llamaría
la atención sobre su difícil situación. ¿Cuántas pobres jóvenes eran forzadas
cada año a contraer un matrimonio no deseado? Se estremeció al calcular el
número. Había intentado convencer a Nina de que abandonase a Sakamoto, prometiendo
ayudarla, pero ella se negó a incumplir sus votos matrimoniales y respetó de
malagana su decisión.
Bendecía mil veces la gran libertad que tenia, al no tener
que contraer matrimonio con alguno de esos hombres, pero sabía también que sin
dudarlo cambiaria su lugar con Nina para no verla sufrir.
Desde la primera vez que se enfundó su disfraz, cinco años
atrás, había ayudado a escapar a más de una docena de muchachas. Y al hacerlo con
tanta teatralidad, en vez de valerse de discretos medios financieros, consiguió
que aquel problema atrajera la atención de todo el país.
Había alcanzado su objetivo, quizás demasiado bien. Varios
meses atrás, y ya que nadie sabía que era en realidad una mujer, un reportero
del Times la había apodado el “Ladrón de Novias”, y ahora por lo visto
toda Inglaterra anhelaba conseguir información acerca de ella, en particular el
magistrado Wang, que estaba decidido a desenmascarar al Ladrón de Novias y
poner fin a lo que ella denominaba “los raptos”.
Se ofrecía una sustancial recompensa por su captura, lo cual
encendía aún más el interés por sus actividades. Recientemente, Kaiji le había informado
de un rumor que afirmaba que varios padres airados de novias “robadas” se
habían unido con el objetivo común de capturar al Ladrón de Novias.
Natsuki se pasó los dedos por la garganta. El magistrado,
por no mencionar a los padres, no quedaría satisfecho hasta que el Ladrón fuera
ahorcado por sus delitos.
Pero Natsuki no tenía intención de morir.
Aún así, la búsqueda del Ladrón de Novias había aumentado
hasta el punto de que cada vez que Natsuki se ponía el disfraz arriesgaba la
vida. Pero el hecho de saber que iba a liberar a otra pobre mujer del insoportable
destino que había robado a Nina su felicidad hacía que aquel riesgo mereciera
la pena. Y contribuía a aliviar su sentimiento de culpa por no haber logrado
ayudar a su hermana.
No permitiría que el dolor y la desesperación que dominaban
la vida de su hermana destruyeran también a la señorita Shizuru Fujino.
Ella la liberaría.
Shizuru iba sentada en el carruaje de la familia,
contemplando por la ventanilla cómo disminuía la luz. Unas franjas de vivo
color naranja y violeta se extendían por el cielo marcando el comienzo del crepúsculo,
su momento favorito del día.
Se ajustó las gafas, respiró hondo y trató de calmar su
estómago inquieto. Cuando llegase a casa tendría que hablar con sus padres, perspectiva
nada halagüeña pues intuía que no iba a gustarles el recado que venía de hacer.
Mientras miraba por la ventanilla observó un diminuto
destello de color en la luz menguante. Cielos, ¿podría haber sido una
luciérnaga?
En tal caso, Hiroshi se alegraría mucho; llevaba meses
intentando criar insectos raros, tanto en el bosque como en su laboratorio, a
partir de las larvas que había traído de las colonias. ¿Podrían estar dando
fruto sus experimentos?
Indicó a Rei que detuviera el carruaje y extrajo una pequeña
bolsa de su redecilla. Una voz interior le dijo que sólo estaba retrasando la
inevitable discusión con sus padres, pero tenía que capturar los insectos para Hiroshi;
la mente de catorce años del chico se sentía fascinada por la suave luz
intermitente que emitían.
Se apeó del carruaje y aspiró el fresco aire de la tarde. El
intenso aroma a tierra mojada y hojas muertas le hormigueó las fosas nasales y
la hizo estornudar, con lo cual las gafas le resbalaron hasta la punta de su
nariz respingona. Volvió a ajustárselas con su gesto habitual y examinó la zona
en busca de luciérnagas mientras Rei se recostaba en el pescante para
esperarla. Estaba acostumbrado a aquellas paradas inesperadas en el bosque.
Shizuru echó a andar por el sendero hacia el punto donde
había visto el resplandor. Se alegró al imaginar el rostro delgado y serio de Hiroshi,
sonriendo si ella regresaba con un tesoro como aquél. Quería al adolescente con
todo su corazón: su mente aguda y brillante, su cuerpo alto y larguirucho y sus
pies grandes y torpones, a los que aún no se había acostumbrado.
Sí, Hiroshi y ella estaban hechos de la misma pasta; usaban
gafas similares y poseían los mismos ojos rubíes y el mismo cabello castaño, tupido
y rebelde. A los dos les gustaba nadar, pescar y explorar el bosque en busca de
especímenes de flora y fauna, actividades que más de una vez habían puesto
furibunda a su madre. De hecho, Shizuru y Hiroshi tenían un nombre secreto para
mamá: “Grillo”, porque emitía una serie de agudos gorjeos justo antes de
“desmayarse” –siempre de manera artística- sobre uno de los muchos divanes
estratégicamente distribuidos por el hogar de los Fujino.
“Seguro que mamá va a cantar como un grillo cuando sepa
dónde he estado. Y lo que he hecho”.
Unos minúsculos destellos de luz amarilla atrajeron su
mirada, y el corazón le dio un vuelco de emoción. ¡Eran de verdad luciérnagas!
Había varias cerca del suelo, junto a la base de un roble a
poca distancia de allí.
- No eche a correr por ahí, señorita –le advirtió Rei cuando
ella se dirigió hacia el roble-. Está oscureciendo y mi vista ya no es la de antes.
- No te preocupes, Rei. Aún hay luz de sobra, y no pienso alejarme
más. –Se arrodilló, atrapó con delicadez el raro insecto en su mano y lo metió
en la bolsa.
Acababa de introducir otro más cuando le llamó la atención
un sonido procedente de la densa floresta. ¿El débil relincho de un caballo?
Alzó la cabeza e intentó escuchar, pero sólo oyó el murmullo de las hojas en la
brisa.
- ¿Has oído algo, Rei?
El negó con la cabeza.
- No, pero es que mis oídos ya no son los de antes.
Con un encogimiento de hombros, Shizuru volvió a
concentrarse en su tarea. Sin duda se había equivocado. Después de todo, ¿quién
iba a andar cabalgando en las tierras de su familia, y ahora que se estaba haciendo
rápidamente de noche?
A lomos de Campeón,
la observó en silencio por entre los árboles. La luna derramaba pálidos haces
de luz, y se le encogió el corazón al fijarse en la postura de la muchacha.
Maldición, la joven en apuros estaba rezando. De rodillas y doblada
por la cintura, tanto que la nariz casi rozaba el suelo. La rabia y la
frustración le hicieron hervir la sangre. Maldita sea, ella iba a salvarla de
aquella aflicción.
Campeón se removió
y relinchó suavemente. Ella puso una mano sobre el brillante pescuezo del
animal para tranquilizarlo y observó a la señorita Fujino. Al parecer ella
había oído el ruido, porque levantó la vista. Un débil haz de luz arrancó
destellos a sus gafas cuando miró en derredor. A continuación, con lo que
parecía un encogimiento de hombros, bajó la cabeza y reanudó sus oraciones.
La había seguido a través del bosque y había aguardado
mientras ella se encontraba en la casa del mayor Kanzaki, preguntándose por qué
lo habría visitado. Se veía a las claras que el rato que habían pasado juntos
no había terminado bien, pues ahora estaba arrodillada en el suelo rezando en
medio del bosque, mientras iba oscureciendo. La compasión le oprimió el
corazón.
Echó una mirada al cochero y se percató de que estaba
dormitando en el pescante. Perfecto. Había llegado el momento.
Con serena concentración, ato si largo cabello azulado y se
enfundó su ajustada máscara negra de modo que le cubriese toda la cabeza salvo
los ojos y la boca, y tiró de la tela para situar dos pequeñas aberturas sobre
sus fosas nasales. Su larga capa negra caía sobre la silla a su espalda, y sus
manos estaban ocultas por unos entallados guantes de cuero. Su camisa, pantalón
y botas también de color negro lo volvían casi invisible en la creciente
oscuridad.
Entonces clavó la mirada en la angustiada muchacha, que permanecía
de rodillas junto al roble.
“No tema, señorita Shizuru Fujino. La libertad la espera”.
5 comentarios:
me gusto... excepto que le hayas cambiado el color de ojos a Shizuru xD
XD ooo, corregiré eso, no me había fijado jaja una disculpa ya que al hacer los cambios de pronto se me puede pasar algo XD
jajaja me encanto XD
esta bueno parece ser que este fic esun pokin distinto, me gusta y espero el proximo capi,mis mejores deseos.
Me maravilla el texto y la trama, son toscas mis palabras al hablar del gozo que he sentido al leer sus finas letras. Espero de todo corazón que prosiga la labor con la intachable redacción, me aseguro que tengo aún mucho que aprender. Esto es solo para darle pues, mis mas sinceras felicitaciones por la obra.
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