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Del London Times:
Varios padres
agraviados más se han incorporado a la Brigada contra el Ladrón de Novias,
contribuyendo con sus aportaciones a la recompensa económica, que ya asciende a
siete mil libras. Sergay Wang, el magistrado del lugar donde se produjo el
último secuestro, afirma que ha redoblado sus esfuerzos para resolver el caso y
que está seguro de que pronto apresará al Ladrón de Novias. “No pienso
descansar hasta que lo vea ahorcado por sus crímenes”, ha prometido Wang.
Natsuki tenía la mirada perdida al otro lado de la ventana
de su estudio. Normalmente, el cálido brillo del sol que resplandecía entre los
árboles y la visión de sus establos a lo lejos le proporcionaba placer y
consuelo. Sin embargo, aquel día no lograban serenarla, pues había intentado
por enésima vez olvidar la única cosa que al parecer no podía borrar de la
mente.
Shizuru Fujino.
Habían transcurrido tres días desde que fuese a visitarla.
Tres días desde que su sinceridad, su inteligencia y su falta de astucia la
habían cautivado, tal como en las dos ocasiones anteriores en que había hablado
con ella. Tres días deseando verla otra vez, hasta el punto de tener que obligarse
a no partir en su busca.
¿Por qué? ¿Qué tenía que la atrajera tanto? Por supuesto que
podía mentirse afirmando que su interés radicaba sólo en el hecho de que la
había secuestrado equivocadamente. Pero mentirse a sí misma constituía un
ejercicio fútil.
No: había algo más en Shizuru Fujino que la conmovía inexplicablemente.
¿Qué era? Desde luego era hermosa, la combinación de ojos y labios carmesí le
fascinaba como nunca lo había conseguido una belleza clásica. Había gozado de
la compañía de muchas mujeres espléndidas, mujeres cuya belleza podía dejar a
cualquiera sin aliento, pero todas le habían resultado olvidables. De hecho no
se acordaba de la cara de ninguna. El rostro que llenaba su mente de día y de
noche no era el de un diamante, sino el de una muchacha rural y sin
pretensiones que, de forma incomprensible, la atraía como ninguna otra mujer
antes.
Fue hasta el bar y se sirvió un dedo de coñac. Se quedó contemplando
el líquido ambarino como si éste guardara la solución de aquel molesto
rompecabezas.
De acuerdo, la intrigaba el inusual aspecto de la joven. Era
agradable. Pero eso no explicaba del todo aquello que no sabía nombrar....
aquella preocupación. Se apoyó contra el escritorio de caoba y bebió un sorbo,
disfrutando del calor que le bajó hasta el estómago. A su mente acudieron en
tropel una serie de imágenes de la señorita Fujino: escondida detrás de las
palmeras de la señora Sugiura; riendo mientras contemplaban las horrendas
pinturas de la señorita Nao; su pánico cuando la secuestró; su expresión soñadora
cuando reveló sus ansias de aventura; su deseo de nadar en el Adriático....
Diablos, a lo mejor ése era el problema. Sabía cosas de Shizuru
Fujino que no debería saber, que no sabría si no la hubiera conocido en su
papel de Ladrón de Novias. Y no sólo
estaba al tanto de sus deseos de aventura, sino que también sabía lo que era
tenerla entre sus brazos, la sensación de su cuerpo suave apretado contra ella,
la embriagadora sensación de galopar con ella a través de la oscuridad, el aroma
a miel de su piel.
Luego estaba su furia... no, su “fastidio”, cuando Natsuki
se atrevía a criticar al Ladrón de Novias,
un “hombre” al que ella admiraba y que ni por error había mencionado que se
trataba realmente de una mujer. Su obvio amor por su hermano y su indulgencia
hacia su madre. Su esperanza de inventar una crema medicinal para ayudar a su
amiga. Era inteligente, amable, leal, divertida, tremendamente directa al hablar
y....
Le gustaba.
Estaba a punto de beber otro sorbo de coñac cuando lo comprendió
de repente y el vaso se detuvo a medio camino de sus labios.
Maldición, aquella joven le gustaba.
Le gustaba su sonrisa, su forma de reír, hasta su
indignación. Nunca mostraba la actitud prepotente de tantas mujeres que había conocido;
Shizuru abrigaba sueños de éxitos científicos y de aventura que iban mucho más
allá de qué vestidos ponerse o qué sombrero comprar.
Y sus ojos... aquellos extraordinarios ojos como el fuego,
llenos de esperanzas y deseos por cumplir, que insinuaban sentimientos y vulnerabilidades
que Natsuki deseaba descubrir. Sí, en eso consistía su preocupación: en el
simple deseo de saber más de una mujer interesante. De conversar con ella, de
descubrir todas aquellas ideas fascinantes que ella notaba bullir bajo sus
gruesas gafas.
Bebió otro sorbo de coñac mientras hacía uso de lo aprendido
en el ejército a la hora de tomar decisiones; identificó el problema, con lo cual
tenía ganada la mitad de la batalla: no podía olvidarse de la señorita Fujino porque
le gustaba y quería saber más de ella.
Pero ¿cómo solucionar el problema?
Tenía dos opciones: obligarse a sacarla de su mente, pero
dado que no había sido capaz de hacerlo desde que la conoció, descartó dicha alternativa.
Así pues, sólo le quedaba verla otra vez, hablar con ella y descubrir más cosas
acerca de su persona. Una vez que lo hiciera, su curiosidad quedaría satisfecha
y por fin podría colocar su preocupación por ella en la perspectiva adecuada.
Perfecto. Levantó la copa para celebrar su brillante lógica y brindó por su
infalible plan.
Natsuki tiró de las riendas de Emperador para detenerlo detrás de unos robles que se alzaban junto
a la linde del bosque. Entornó los ojos para protegerse del sol de primeras horas
de la tarde y observó cómo se aproximaba la señorita Fujino, que venía del
pueblo. En lugar del paso vivo que le había visto en su anterior encuentro,
caminaba despacio entre el verdor, con la cara hacia arriba, saboreando la
bonanza del tiempo. El sombrero le colgaba a la espalda, sostenido por las
cintas, de modo que el cabello castaño le resplandecía a la luz del sol. Una
sonrisa iluminó su semblante y giró sobre sí misma balanceando con alegre
abandono el cesto que llevaba, antes de inclinarse a oler un matojo de flores
silvestres.
Natsuki envidió de pronto aquella imagen despreocupada y
relajada. ¿Cuándo había sido la última vez que había disfrutado simplemente de
la luz del sol, que se había solazado en un día estupendo, que se había
inundado de los aromas y sonidos de la naturaleza sin el peso de sus
responsabilidades y obligaciones? Nunca desde aquel último verano antes de
ingresar en el ejército, concluyó al cabo de un momento. Nina y ella habían
disfrutado de largos paseos a caballo por todo el condado, a menudo llevándose
la comida consigo. En varias ocasiones no se habían aventurado más allá de los
establos y habían pasado la tarde atendiendo a los caballos con Kaiji.
Había transcurrido demasiado tiempo desde su última tarde
libre y relajada, y sintió el repentino impulso de unirse a la señorita Fujino,
levantarla en vilo y ponerse a girar con ella y compartir su mismo placer.
Desechó ese impulso, totalmente impropio de una condesa, y
continuó observándola. Sus labios se curvaron en una sonrisa cuando ella salvó
de un salto unas rocas con una alegría que le recordó a un cachorro.
Permaneció oculta hasta que ella estuvo a muy corta
distancia. Entonces espoleó los flancos de Emperador
y salió al camino.
- Vaya, señorita Fujino, es un placer verla de nuevo.
Ella se detuvo en seco como si se hubiera topado con una
pared. El color de sus mejillas ya sonrosadas se intensificó y distintas expresiones
cruzaron su rostro. Pero aunque claramente sorprendida de verla, no pareció
disgustada.
- condesa Kruger–dijo sin resuello- ¿Cómo está?
- Muy bien, gracias. ¿Va de regreso a casa desde el pueblo?
–inquirió, como si Kaiji no le hubiera informado de que la señorita Fujino recorría
aquel camino casi todas las mañanas.
- Sí. He ido a ver a mi amiga, la señorita
Waynesboro-Paxton.
- ¿Y cómo se encuentra hoy de su dolor en las
articulaciones?
- Peor, me temo. Le he llevado otra jarra de mi crema de
miel y le he dado un masaje en las manos, lo cual la ha aliviado temporalmente.
– Se protegió los ojos con una mano a modo de visera y levantó la vista hacia
la condesa-. ¿Se dirige usted al pueblo?
- No, simplemente he sacado a Emperador a que haga un poco de ejercicio y a disfrutar de este día
tan espléndido. –Sonrió a la joven-.Creo que está agotado de tanto correr, así
que ¿me permite pasear con usted?
El caballo bajó las orejas, relinchó suavemente y escarbó el
suelo con la pata una vez. Shizuru rió y dijo:
- Por supuesto. Pero, según parece, a Emperador no le agrada que usted lance calumnias sobre su
vitalidad. De hecho, jamás hasta ahora he visto un caballo capaz de mostrar
indignación. –Acarició el cuello del animal y dijo-: Si lo desea, podemos dar
un rodeo hasta el lago para que Emperador
beba un poco de agua.
- Maravillosa sugerencia.
Natsuki desmontó con la intención de ofrecerse a cargar con
el cesto, pero la invitación murió en su garganta al mirar a la joven. El
brillo del sol arrancaba de su pelo destellos de rojos vibrantes y dorados ocultos.
Llevaba el moño más bien despeinado, seguramente a causa de dar tantas vueltas,
pero aun así aquellos mechones parecían haber sido revueltos por las manos de
una mujer.... una mujer que hubiera cedido al impulso de acariciar aquellos
bucles que parecían de seda.
El resplandor se reflejaba también en sus gafas, lo cual
atrajo la mirada de Natsuki hacia sus ojos... unos ojos que la miraban
ligeramente expectantes, como si aguardaran a que ella dijera algo, hazaña que
al parecer era incapaz de llevar a cabo.
Su piel brillaba bañada por un sol que hacía florecer sus
mejillas como si fueran rosas. Natsuki posó la mirada en aquellos labios
carnosos, en los que permanecía una media sonrisa y tuvo que hacer un esfuerzo para
desviar la vista. La joven llevaba un vestido de muselina azul pálido,
absolutamente modesto y sin adornos, pero a juzgar por los latidos de su
corazón podía haber llevado un camisón de encaje....
Al instante la imaginó así vestida, con sus atractivas
curvas apenas cubiertas por la tela transparente. Sintió un súbito calor en la
ingle y a duras penas logró contener el gruñido de frustración que le subió a
la garganta.
Diablos, ¿qué le estaba pasando? Sacudió la cabeza para
disipar aquella imagen tan perturbadora.
- ¿Sucede algo, ladi Kruger?
- Eh.... no.
Shizuru se acercó y le escrutó el rostro. Natsuki percibió
un sutil aroma a miel que le inundó la cabeza; apretó con fuerza los dientes.
- ¿Está segura? Parece un poco.... sonrojada.
¿Sonrojada? Sin duda la joven se equivocaba, aunque sí era
cierto que los pantalones le ardían.
- Es que hace calos. Aquí, al sol –Maldición, ¿aquel sonido
tan ronco era su voz? Le ofreció su brazo y señaló con la cabeza el sendero que
se internaba en el bosque-. ¿Le apetece?
- Naturalmente. A la sombra se estará más fresco.
Sí, más fresco. Aquello era lo único que deseaba. Por alguna
razón inexplicable, el sol ejercía un extraño efecto en ella. Tirando de las riendas
de Emperador con una mano y con la
mano de la señorita Fujino levemente apoyada en su brazo, ambas se dirigieron
al bosque.
Dejó escapar un suspiro de alivio cuando la sombra que
proporcionaban los altos árboles se tragó el calor y le ofreció el frescor que
tanto necesitaba. Comenzaron a pasear rodeados de suaves sonidos: el leve
murmullo de las hojas, el trino de un pájaro, el crujido de las ramas rotas
bajo sus pies, un suave resoplido de Emperador.
Natsuki buscó algo que decir, algo inteligente que la
hiciera reír o sonreír, pero por alguna razón se sentía como una colegiala
tímida e inmadura. Lo único que se le ocurría preguntarle: “¿Sabe usted lo bien
que huele?”, pero era evidente que no podía decir semejante cosa. Por primera
vez se veía privada de su habitual soltura mundana; si tuviera una mano libre,
se la habría pasado por el pelo. Deseaba ver a aquella mujer, hablar con ella,
conocerla mejor y allí la tenía. Sin embargo, parecía que se la hubiera comido
la lengua el gato.
Se vio salvada de iniciar una conversación cuando llegaron
al lago. El agua resplandecía en un tono azul oscuro y reflejaba retazos dorados
de sol. Soltó las riendas de Emperador
y lo dejó ir tranquilamente hasta la orilla para que bebiera. La señorita
Fujino se soltó de su brazo, y Natsuki experimentó el impulso de recuperar su
mano a toda prisa. Ella se alejó unos metros y fue a apoyarse contra un grueso
sauce.
- Estas últimas tardes ha hecho un tiempo de lo más
despejado – comentó la joven, rompiendo el silencio- ¿Ha aprovechado el buen
tiempo para observar las estrellas?
Natsuki se abalanzó sobre aquel tema de conversación igual
que un perro sobre un hueso.
- Pues sí, en efecto. Dígame ¿está contento Hiroshi con su
nuevo telescopio?
- Sí. Es un instrumento muy bueno, pero tiene pensado construir
él mismo uno, algún día. Está convencido de que es probable que existan más
planetas, y quiere construir un telescopio lo bastante potente para descubrirlos.
- Como William Herschel cuando descubrió Urano –apuntó
Natsuki.
Ella la miró con sorpresa y agrado.
- Exacto. Hiroshi venera a ese hombre.
- Yo tengo un telescopio Herschel.
- ¿Un Herschel? ¡Oh! –Se ajustó las gafas y miró a la
condesa con expresión de respeto- Debe de ser una maravilla.
- En efecto, lo es –confirmó Natsuki-. Hace varios años tuve
la suerte de conocer a sir William y se lo compré directamente a él.
- Cielos, ¿lo ha conocido en persona?
- Sí. Es un tipo fascinante.
- ¡Oh, tiene que serlo! Su teoría de los sistemas de
estrellas binarios es brillante –Su rostro se iluminó como si Natsuki le
hubiera regalado un puñado de perlas... o estrellas, más bien- Dígame, ¿alcanza
a ver Júpiter con su Herschel?
- Sí. –Natsuki agachó la cabeza para esquivar las ramas
bajas y se reunió con ella a la sombra del sauce- Y anoche observé varias
estrellas fugaces.
- ¡Yo también! ¿No eran maravillosas?
Ella asintió con la cabeza y dijo:
- Cuando surcan los cielos dejando un rastro de pequeñas
joyas me recuerdan a los diamantes.
Ella sonrió.
- Una descripción muy poética, miladi.
Cautivada por su sonrisa, Natsuki se acercó un poco más.
- ¿Y cómo las describiría usted, señorita Fujino?
Ella inclinó la cabeza hacia atrás y miró los retazos de
cielo azul que se veían entre el follaje del sauce.
- Como lágrimas de ángeles –dijo por fin con suavidad-. Veo
las estrellas fugaces y me pregunto quién estará llorando en el cielo, y
porqué. –Bajó la vista hacia la condesa, y a ella se le cerró la garganta al contemplar
su expresión soñadora- ¿Por qué cree usted que puede llorar un ángel?
- No se me ocurre.
Una leve sonrisa de timidez cruzó sus labios
- Lágrimas de ángel. Totalmente ilógico y nada científico,
ya lo sé.
- Y sin embargo, una descripción muy clara y atinada. La
próxima vez que vea una estrella fugaz, yo también me preguntaré si está
llorando un ángel.
Sus miradas se encontraron durante unos segundos, y a Natsuki
le pareció ver casi una chispa saltar en el aire. ¿La habría notado ella también?
Antes de que pudiera llegar a ninguna conclusión, Shizuru desvió la mirada y
dijo:
- Ardo en deseos de contarle a Hiroshi que usted ha conocido
a sir William Herschel, y que posee uno de sus telescopios. –Una sonrisa tocó
sus labios-. Claro que quizá sea mejor no decirle nada; si se lo cuento la
asediará a preguntas, y las que no se le ocurran a él se me ocurrirán a mí.
- Tendré mucho gusto en contestarlas –le aseguró Natsuki,
sorprendida de haber dicho aquello en serio-. No conozco a nadie que comparta
mi interés por la astronomía. De hecho, a lo mejor a Hiroshi y a usted les agradaría
venir a la mansión a ver mi Herschel.
Shizuru abrió unos ojos como platos y Natsuki apretó los
puños para no arrancarle aquellas gafas.
- Hiroshi se moriría de la emoción, miladi –contestó casi
sin respiración.
- Y usted, señorita Fujino.... ¿también se moriría de la
emoción?
- Por supuesto –respondió ella con un gesto perfectamente
serio-.Jamás hubiese imaginado tener tan rara oportunidad.
- Perfecto. –Levantó la vista hacia los fragmentos de cielo
azul visibles entre las hojas-. Al parecer, esta noche estará despejado. ¿Tiene
compromisos hoy?
- Pues... no, pero ¿está segura de que....? –Dejó la
pregunta sin terminar y le dirigió una mirada ardiente.
- Parece usted bastante atónita por mi invitación, señorita
Fujino. Creía que las palabras que empezaban por a eran para describirme a mí.
Una chispa de humor brilló en los ojos de Shizuru, y
entonces esbozó una sonrisa tímida y complacida. Sin embargo, por alguna razón
ridícula aceleró el corazón de Natsuki.
- Le aseguro –dijo la condesa- que me encantaría que usted y
Hiroshi fueran mis invitados esta noche.
- En tal caso, miladi, sólo puedo darle las gracias por su
amable invitación. Hiroshi... y yo.... acudiremos encantados.
- Excelente. Enviaré mi carruaje a recogerlos ¿Quedamos,
digamos, a las ocho?
- Perfecto. Gracias.
Natsuki observó cómo formaban las palabras sus labios
carnosos, con la atención fija en aquel fascinante lunar que adornaba la
comisura de su boca. Los labios se fruncieron al pronunciar la palabra
“perfecto” como si estuvieran a punto de ser besados.
Besados. Aquella palabra la golpeó como un puñetazo en el estómago.
Dios, tenía una boca increíble. A medida que iba tomando conciencia de aquel hecho,
aquellos labios húmedos la llamaban como un canto de sirena. El ardoroso
impulso de tocar aquella boca seductora con la suya, sólo una vez, un instante,
la abrumó y se superpuso a su agudo sentido común.
Igual que en un trance, se acercó lentamente a ella. Shizuru
la miró con ojos cada vez más grandes a cada paso que daba Natsuki. Cuando se
detuvo casi encima de ella, la castaña la contempló con expresión confusa.
Natsuki apoyó un brazo en el tronco del sauce, junto al
hombro de ella, y con la mirada la recorrió de arriba abajo. Era obvio que su proximidad
la ponía nerviosa, hecho que no debería haberla complacido, pero le complació.
Se veía a las claras que no era la única que experimentaba aquella..... Sensación,
fuera lo que fuese.
Los ojos agrandados de Shizuru reflejaban desconcierto, y
sus mejillas se tiñeron de color. Su pulso latía de forma visible en la base de
su delicada garganta y el pecho le subía y bajaba con inspiraciones cada vez
más rápidas. Su delicioso aroma embriagó a Natsuki, que se acercó aún más para
captar mejor aquella esquiva fragancia.
- Huele usted a.....gachas de avena –dijo en tono suave.
Ella parpadeó dos veces y después sonrió ligeramente.
- Vaya, gracias, miladi. Sin embargo, será mejor que le
advierta que esos cumplidos tan floridos podrían subírseme a la cabeza.
Natsuki frunció el entrecejo ¿Acababa de compararla con las
gachas de avena? ¿Cómo demonios se las arreglaba aquella mujer para despojarla
de toda su cortesía? Incapaz de contenerse, se acercó todavía más, hasta quedar
a escasos centímetros de ella. Respiró hondo y dijo:
- Gachas de avena rociadas con miel. Mi desayuno favorito.
–Sus labios se encontraban a escasa distancia de la fragante curva de su cuello-.
Calientes. Dulces. Deliciosas.
Inhaló una vez más y sintió un hormigueo en todo el cuerpo.
Dios, olía como para comérsela. El deseo que le vibraba en las venas era tan fuerte,
tan ardiente e inesperado, que la sacó de su estupor. “¿Qué diablos estás
haciendo?” Estaba claro que había perdido el juicio.
Reprimió su deseo y retrocedió unos pasos. Maldición, ni
siquiera la había tocado y ya estaba jadeando como si hubiera corrido una milla.
Y su mirada le confirmó que ella estaba igual de turbada; sus ojos eran fuentes
de fuego que la observaban fijamente, con absoluta perplejidad; de sus labios entreabiertos
salían respiraciones agitadas y el pecho le subía y bajaba de un modo que le
hizo posar los ojos en sus amplias curvas. A duras penas consiguió tragarse el
gemido que pugnaba en su garganta.
¿Por qué no la había besado, al menos brevemente, para
satisfacer su curiosidad y terminar de una vez? Obviamente, porque su sentido común
había vuelto para recordarle que la señorita Fujino era una joven respetable
con la que no se podía jugar. Pero de igual modo que habló su sentido común,
también lo hizo su insidiosa vocecilla interior: “No la has besado porque
sabes, en lo más hondo de ti, que no te bastaría con saborearla un breve
instante”.
Maldición. Lo mejor era marcharse enseguida, antes de que
hiciera algo que pudiera lamentar, como aceptar la invitación casi irresistible
que llameaba en sus ojos, aunque dudaba de que ella se hubiera percatado
siquiera. Se obligó a alejarse unos pasos más e hizo una reverencia formal.
- Debo irme –dijo, arreglándoselas para ignorar el seductor
arrebol que coloreaba las sedosas mejillas de la joven-. Pero la veré esta
noche.
Frunció el entrecejo de repente. Tal vez no fuera buena idea
tenerla en su casa. Pero al instante desechó esa preocupación; iban a estar
debidamente acompañadas por el hermano, y seguro que no tendría dificultad en
resistirse a la leve atracción que pudiera sentir hacia ella. Las extrañas
ideas que le habían acudido a la mente momentos antes habían desaparecido ya, y
de nuevo poseía un total dominio de sí misma. La señorita Fujino se encontraba
perfectamente a salvo con ella.
Shizuru se colocó las gafas y se aclaró la garganta.
- Hasta esta noche –dijo con una serenidad que por alguna
razón irritó a Natsuki.
Naturalmente, Natsuki sí que había hablado con serenidad....
pero no esperaba que lo hiciera ella.
Fue hasta donde estaba Emperador
y montó. Tras despedirse de la señorita Fujino con un gesto de la cabeza,
emprendió el regreso a su caso a un vivaz trote.
Qué peligro de mujer. Debía de estar loca para haberla
invitado a su casa. Pero no importaba; no sería más que una noche, unas pocas horas
en su compañía. Fácil de soportar.
Después de todo ¿acaso no acababa de demostrarse a sí misma
que era plenamente capaz de resistirse a ella?
Shizuru se quedó recostada contra el tronco del árbol, con
la mirada fija en el camino mucho después de que Natsuki hubiera desaparecido
de la vista, y con el pulso acelerado y errático.
Cielo santo, había estado a punto de besarla. Besarla, con
aquellos labios firmes y maravillosos. Exhaló un suspiro femenino, de una clase
que nunca había sentido. Cerró los ojos mientras recordaba la manera en que
ella había apoyado el brazo en el árbol, junto a ella, la manera en que se le
acercó y la envolvió en su límpido aroma a bosque. Despedía un intenso calor, y
tuvo que apretar las palmas de las manos contra la áspera corteza del sauce
para no comprobar si aquel calor era tan fuerte como parecía.
Otro suspiro soñador le subió hasta la garganta, pero esta
vez, cuando estaba a punto de soltarlo, recobró la cordura con un sonoro palmetazo.
Por supuesto, tenía que estar equivocada. ¿Por qué demonios
iba a desear besarla ladi Kruger? Sin duda, simplemente había mostrado curiosidad
por su fragancia y se preguntaba por qué olería a gachas de avena.
Pero el modo en que la miró... con aquella expresión tan
intensa que casi la dejo sin respiración. Seguro que no había sido su intención
acercarse tanto, no cabía duda de que lo único que buscaba era más sombra.
¿Y qué había hecho ella? Comportarse como una perfecta
idiota, quedarse sin resuello y con las rodillas flojas por su proximidad, con
el corazón desbocado por la emoción y ansiando el contacto de sus labios.
Sintió una oleada de vergüenza. ¿Se habría dado cuenta ella?
¿Habría visto el anhelo en sus ojos? Se llevó las manos a las mejillas, que le
ardían. La condesa no deseaba otra cosa que ponerse a la sombra, y toda su
lógica había quedado hecha añicos, igual que un puñado de cenizas en una
tormenta. Dios santo, ¿qué le había ocurrido? No lo sabía, pero no podía negar
que aquella mujer le afectaba de un modo de lo más perturbador.
Tal vez no debería ir a su casa... pero tenía que ver ese
telescopio Herschel. No podía negarse a sí misma ni a Hiroshi esa oportunidad. Además,
Hiroshi iba a acompañarla a modo de carabina. No habría motivo para que ladi Kruger
se le acercase demasiado y por tanto tampoco para que se le acelerase el
corazón o se quedase sin respiración. Ladi Kruger y ella compartían tan sólo su
interés por la astronomía. Era natural que sintiera.... afinidad con ella; al
fin y al cabo, no era muy diferente de hablar de las estrellas con su hermano.
Satisfecha con su explicación lógica, se apartó del árbol y
echó a andar por el sendero que conducía a su casa. Con un suspiro, cayó en la
cuenta de que un posible problema de su visita a la mansión de ladi Kruger iba
a ser su madre. No quería que malinterpretara la invitación de la condesa y la
tomara por algo más de lo que era: un gesto amable y generoso hacia otros
entusiastas como ella para ver un telescopio fabricado por el astrónomo vivo
más famoso del mundo. Ladi Kruger estaba siendo simplemente.... amigable. De
hecho, tan amigable que resultaba.... alarmante. Asombrosa.
Sí, iba a tener que cerciorarse de que su madre entendiera
que allí no había nada más. De lo contrario, en la mente casamentera de Misato se
dispararían pensamientos imposibles, sin esperanzas.
“Y tú también harías bien en recordar que son pensamientos imposibles
y sin esperanzas”.
Sin embargo, aunque aquella severa advertencia interior le
tensó la espalda, no consiguió apagar el imposible anhelo que la condesa Kruger
había despertado en su corazón.
.
.
.
5 comentarios:
vaya que esta genial ^^
espero el momento que se encuentren... me pregunto como le harán Natsuki y Shizuru para no caer en la tentación =)
sigue así... esperare con ansias la continuación!
*-* que emoción *w*
*w* waaaaaa intenso capitulo
me encanto!!
por favor no tardes con el capitulo 8
que muero por saber que hara natsuki a shizuru ya que se ha dado cuenta de que le gusta..amo ver a nat como un caballero!!!
como me gustaria que hicieran un fanart de la imagen de estas dos en este fic!
amy-kun
Me encantoO!!!
me he quedado sin aliento
cuando Natsuki & Shizuru estaban tan cerca de besarse xD
Me muero x saber que pasara en el prox capi :D
x piedad no te tardes en sacar el siguiente capi... que me morire sin el
PD. El mejot fic que he leido xD
Ja-ne
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