6
La mañana siguientes a la fiesta de la señora Midori, Shizuru
estaba sentada frente a su escritorio, hojeando las páginas color marfil de su diario
íntimo, el lugar donde vivían todas sus fantasías secretas. Se detuvo en una
entrada que llevaba fecha de tres meses antes.
Era la mujer más
hermosa que había visto nunca, aunque su belleza tenía poco que ver con sus
apuestos rasgos y su físico. Había en sus ojos una amabilidad, una generosidad
de espíritu que me atraían, junto con el hecho de que ella pasaba por alto
defectos que otros no perdonaban. Y en efecto, afirmaba que aquellos rasgos que
los demás consideraban peculiares a ella le resultaban entrañables. Me miraba
como si fuera la mujer más bella que hubiera visto nunca. Sus ojos
resplandecían de amor, un amor que me reconfortaba, pero en su mirada había
algo más..., un oscuro deseo que me provocó un escalofrío.
Me tocó el rostro con
delicadez y al hacerlo le temblaron las manos, igual que las mías. Entonces fue
bajando la cabeza lentamente hasta que su boca quedó a escasos centímetros de
la mía.
- Eres todo lo que
siempre he querido –susurró contra mis labios, y sentí su suave aliento en mi
piel. Sin duda estaba oyendo el retumbar de mi corazón, porque parecía a punto
de estallarme en el pecho.
Su boca rozó levemente
mis labios, y mi pulso se disparó como si tuviera alas. Después me estrechó
entre sus brazos y apoyó mi cabeza bajo su barbilla.
Aspiré su maravilloso
aroma y asentí con la cabeza. Había encontrado a la mujer de mi vida.
Shizuru exhaló un profundo suspiro y cerró el diario con
suavidad. ¿De verdad era tan ingenua sólo tres meses atrás? Naturalmente, tres meses
antes nunca se había interesado por ella una mujer. Sin embargo, ahora
comprendía cuán tontas y profundamente irreales eran sus fantasías.
Por lo que había podido ver hasta el momento, una mujer así,
como la que ella había creado en las páginas de su diario, simplemente no
existía. Si bien eran sumamente corteses, al menos en apariencia, ninguna de las
damas, y mucho menos caballeros, que ahora le concedían sus atenciones le resultaba
atractiva; ninguna deseaba hablar de temas con contenido, y no pasaba
inadvertida la mirada vidriosa de sus ojos cuando ella intentaba hacerlo. Y
aunque le trajeran ponche y conversaran con ella, parecía como si les resultara
transparente, hasta que desviaban la conversación hacia el tema del Ladrón de Novias; entonces su atención se
centraba en ella como si fuera un espécimen colocado bajo un microscopio.
Pero ninguno de ellos se interesaba por su persona, por lo
que pensaba o sentía; ninguno parecía compartir su pasión por la ventura ni su
sed de conocimientos. Y si las compartían, desde luego no deseaban hablar de
tales temas con ella. Su mente siempre le decía eso, aunque en lo más recóndito
de su corazón albergaba una chispa de esperanza...
Sólo en aquellas páginas de vitela se atrevía a desvelar sus
anhelos secretos; sueños necios y tontos que jamás se harían realidad, pero aun
así no podía impedir que acudieran a su mente. Y a su corazón. De manera que en
lugar de combatir dichos anhelos, los ponía por escrito y desahogaba todos sus
sueños incumplidos de amor y aventura, y los leía una y otra vez en las noches
solitarias en que el sueño la eludía.
Su madre y sus hermanas se quedarían estupefactas si superan
que su mente lógica y práctica fantaseaba de semejante modo, y ponía cuidado en
que no se enterasen. No podría soportar ver pintado en sus bellos rostros un
bienintencionado pero no deseado sentimiento de lástima al saber que la “pobre
Shizuru” jamás llegaría a ver cumplidos sus queridos sueños, y que nunca
encontraría a una mujer que abarcara todas sus fantasías... una mujer que amase
la aventura, la naturaleza, los animales, la ciencia.
Que la amase a ella.
Sí, habiendo crecido al lado de tres hermanas bellísimas
sabía muy bien cuán fútiles eran sus anhelos. Las mujeres, y mas aun los
hombres, admiraban la belleza por encima de todo. Y si una mujer no había sido
agraciada con un rostro encantador, por lo menos debía poseer algún talento
femenino como la conversación, sentido de la moda, capacidad para la música y el
baile o una voz bonita al cantar.
No, no existía nadie en el mundo que pudiese pasar por alto
sus evidentes defectos. Pero sí existía en su mente, y en su diario, y continuaría
escribiendo sobre esa persona en aquellas páginas. Y soñando....
Todavía con aquellos pensamientos vagando por su mente, por
un instante tuvo una visión del Ladrón de
Novias que le causó un tibio hormigueo. Aquella sí era una mujer capaz de
inspirar fantasía de aventura. Por primera vez en su vida, leyó con avidez las
páginas de sociedad del Times en
busca de comentarios sobre ella. Resultaba bastante inquietante el que un grupo
de hombres hubiera formado la Brigada contra el Ladrón de Novias. Ahora que se ofrecía por ella una auténtica
fortuna, el peligro que corría había aumentado de manera significativa. ¿Habría
rescatado a alguna mujer más? ¿Se encontraría a salvo? Todas las noches, antes
de acostarse, rezaba por su seguridad y suplicaba a Dios que cuidara de ella.
Había sido discreta en las respuestas que daba a las
preguntas que le formuló todo el mundo, desde el magistrado hasta los vecinos,
en parte porque no quería decir nada que pudiera ponerla en peligro, pero
también porque su corazón no podía compartir con nadie los maravillosos y
fascinantes detalles del breve rato que habían pasado juntas.
Sí, no había duda de que ella personificaba muchas de las
cualidades que poseía la mujer de sus fantasías. No olvidaría jamás el escaso
tiempo que había pasado con ella, la alegría y la emoción de atravesar velozmente
el bosque a oscuras con una mujer que parecía más mítica que real.
Sin embargo era de carne y hueso, y sugería preguntas que la
intrigaban. ¿Cómo sería debajo de aquella máscara? ¿Dónde vivía? Su imaginación
evocó una fortaleza escondida, y a punto estuvo de echarse a reír ante ideas
tan extravagantes. Por supuesto que no lo sabría nunca, pero lo que sí sabía
era que se trataba de una mujer admirable, una mujer de sólidas convicciones y
fibra moral. Desde luego no era una “bandida” como tantas personas pretendían,
personas como lady Kruger.
Juntó las cejas en un marcado ceño. Por razones que no podía
explicar, sus pensamientos habían vuelto a girar en torno a aquella mujer irritante
una docena de veces desde su encuentro la noche anterior. Se había
desembarazado con facilitad de todos los petimetres con que se había topado:
¿por qué no se había olvidado de ella?
Quizás porque ésta no hablaba de temas como la moda y el
tiempo. O porque la había hecho reír. Tal vez se debiera a que en realidad había
disfrutado con su compañía antes de su brusca separación, antes de que ella
demostrara que no era distinta de cualquiera de sus falsos admiradores.
Pero no tenía importancia; lo más seguro era que no volviera
a estar nunca más con lady Kruger. Al fin y al cabo, salvo por la noche anterior,
llevaba años sin verla. A pesar de que su familia gozaba de cierta prominencia
en Tunbridge Wells, el mundo social de la condesa orbitaba muy por encima del
suyo. Sabía por su madre que Kruger pasaba la mayor parte del tiempo en
Londres, sin duda entregada a toda clase de libertinaje, como era habitual en
la nobleza.
Con todo, mientras que muchos otros la miraban con
especulación y descaro, en los ojos de la condesa había visto algo –un calor inesperado,
una amabilidad sorprendente- que la había reconfortado. Y atraído.
Respiró hondo. ¿Atraído? ¡Cielos, no! ¡Por supuesto que no
se sentía atraída hacia aquella mujer! Era natural que toda mujer la encontrase
físicamente.... agradable, pero un bello rostro no significa nada cuando se es arrogante
y presuntuosa y calificaba de “grotesco” el deseo que tenía ella de ayudar a
una mujer noble. No, ciertamente no la encontraba atractiva en absoluto. La
única razón por la que no la había apartado de su mente era porque había conseguido
ponerla furiosa... y recordar el modo en que se separaron la enfadaba aún más.
Sí, eso era todo.
Satisfecha, ató cuidadosamente su diario con una cinta de
satén y guardó el manoseado librito de tapas de cuero en el compartimiento secreto
que tenía en su escritorio.
Se levantó y fue hasta la ventana del dormitorio. Brillaba
el sol de última hora de la tarde, derramando un cálido haz de luz sobre la alfombra
de vivos colores.
Apartó la cortina de
terciopelo verde oscuro y abrió la ventana para contemplar la campiña. Percibió
el aroma de las rosas de su madre, que florecían en una desatada profusión de
rojos y rosados. Nadie en el pueblo tenía rosas más bellas que Misato Fujino, y
a Shizuru le encantaba pasear por los senderos del jardín respirando aquel
aroma maravilloso y embriagador.
En ese momento llamó su atención un ruido en el patio. Miró hacia
abajo y vio a Hiroshi cruzando el suelo de losetas con paso desmañado, casi
tambaleándose bajo el peso de una enorme caja.
- ¿Qué llevas ahí, Hiroshi? –lo llamó.
El joven volvió la vista hacia arriba, y su rostro se
transformó en una amplia sonrisa al verla. Un mechón castaño le caía sobre la
frente y le daba un aire infantil que resultaba chocante para sus catorce años.
- ¡Hola! –exclamó el chico- ¡Por fin ha llegado el
telescopio nuevo! Voy al laboratorio. ¿Te gustaría acompañarme?
- Claro que sí. Me reuniré contigo en un par de minutos. –Se
despidió con la mano y vio cómo Hiroshi se encaminaba hacia el viejo granero que
había convertido en laboratorio varios años antes.
Shizuru salió del dormitorio y fue hasta la escalera,
emocionada por la perspectiva de ver el nuevo telescopio. Cuando se aproximaba
al rellano, oyó la voz de su madre:
- ¡Qué amable por su parte venir a visitarnos! ¡Y qué flores
tan preciosas! Chester, por favor, acompañe a su señoría a la salita. Voy a encargarme
de este ramo y a informar a Shizuru de que tiene una visita.
- Sí, señora Fujino–entonó Chester con su profunda voz de mayordomo.
¡Maldita sea! No le cupo duda de que “su señoría” que en
aquel momento se dirigía a la salita era el irritante vizconde de Carsdale, que
seguramente venía a hablar del tiempo. Se apoyó en la pared y luchó contra el
impulso de huir corriendo otra vez a su habitación y esconderse en el ropero. Y
lo habría hecho si hubiera creído que tenía alguna posibilidad, pero el rumor
de las faldas de su madre y sus pasos en la escalera le indicaron que estaba
atrapada. Lanzó un suspiro para reunir fuerzas y salió al encuentro de su madre
en lo alto de la escalera. Traía un gran ramo de flores de verano y lucía una
radiante sonrisa.
- ¡Shizuru! –dijo en tono bajo, pero emocionado-. Tienes una
visita, cariño. ¡Y no vas a adivinar de quién se trata!
- ¿El vizconde de Carsdale?
Misato abrió mucho los ojos.
- Cielos, ¿también él piensa hacerte una visita? Has de
contarme estas cosas, cariño.
- ¿A qué te refieres con “también”? ¿A quién ha conducido
Chester a la salita?
Su madre se inclinó con el semblante iluminado de placer.
- A lady Kruger –Susurró su nombre con la reverencia que normalmente
reservaba para los santos y los monarcas.
Para gran fastidio suyo, Shizuru sintió en la espalda un
hormigueo que se parecía mucho a la emoción. ¿Qué demonios pretendía aquella
mujer? ¿Acaso continuar la conversación sobre el Ladrón de Novias? En tal caso, su visita sería breve, ciertamente,
pues Shizuru no tenía intención de contestar más preguntas ni de escuchar más palabras
groseras sobre aquella heroína. ¿O tal vez había venido por otra razón? Si era
así, no se le ocurría cuál podía ser ¿Y por qué le había traído flores?
Su madre le puso el ramo debajo de la nariz y dijo:
- Te ha traído esto. ¿No son espléndidas? Oh, flores de una
condesa... No puedo esperar a contárselo a Midori. –Su mirada escrutó
rápidamente el sencillo vestido gris de Shizuru-. Querida, oh, querida,
deberías ponerte uno de tus vestidos nuevos, pero supongo que éste tendrá que servir.
No queremos hacer esperar a su señoría.
Y aferrando el brazo de su hija con una fuerza que desmentía
sus menudas proporciones, casi la empujó escalera abajo y luego por el pasillo
que conducía a la salita, al tiempo que le susurraba tajantes instrucciones.
- No olvides sonreír, cariño –le dijo-, y muéstrate de acuerdo
con todo lo que diga la condesa.
- Pero...
- Y pregúntale por su salud –continuó -, pero por nada del mundo
saques a colación esos temas tan poco femeninos, como las matemáticas y la
ciencia, que tanto te gustan.
- Pero...
- Y, hagas lo que hagas, no menciones a tus mascotas. No es
necesario que la condesa esté al corriente de mascotas tan...inusuales. –Le
lanzó una mirada de soslayo y con los ojos entornados-.Están fuera de la casa,
¿verdad?
- Sí, pero....
- Perfecto. –Se detuvieron delante de la puerta de la salita
y Misato le acarició la mejilla-. Me siento muy feliz por ti, cariño.
Antes de que Shizuru pudiera pronunciar palabra, su madre
abrió la puerta y traspaso el umbral.
- Aquí la tiene, condesa –anunció, arrastrando a su hija
casi en vilo-. Me reuniré con ustedes dentro de unos momentos, en cuanto me haya
encargado de estas flores tan bonitas y haya pedido que nos sirvan un
refrigerio. –Esbozó una sonrisa angelical y acto seguido se retiró dejando la
puerta debidamente entreabierta.
Aunque estaba ansiosa por reunirse con Hiroshi y el
telescopio nuevo, Shizuru se sintió aguijoneada por una reacia curiosidad por saber
a qué se debía la presencia de la condesa. Decidida a ser cortés, miró a su
visitante.
Ésta permanecía de pie en el centro de la alfombra de
Axminster en forma de diamante, alta e imponente, perfectamente ataviada con sus
botas negras y relucientes, unos pantalones de montar de color beige y una
chaqueta azul noche que le sentaba a la perfección a su figura. Por un
instante, Shizuru deseó, de modo inexplicable y nada propio de ella, llevar
puesto uno de sus vestidos nuevos.
Los únicos detalles del atuendo de la condesa que no
resultaban perfectos eran su corbata de lazo, que parecía anudada de un tirón,
y su cabello oscuro azulado, un poco alborotado. Shizuru reconoció, aun de mala
gana, que aquellos desajustes en su aspecto resultaban un tanto...entrañables.
Estuvo a punto de poner los ojos en blanco por haber elegido
semejante adjetivo; aquella mujer no era entrañable en absoluto. Era fastidiosa.
Había cuestionado la idea que tenía ella del Ladrón de Novias de una manera que sólo podía calificarse de
vulgar, y luego se había burlado de ella por desear ayudar a aquella mujer
heroica, excusándose en que le preocupaba su bienestar. ¡Qué desfachatez! En fin,
cuanto antes la saludara y descubriera la razón de su visita, antes podría
acompañarla hasta la puerta.
- Buenas tardes, lady Kruger–dijo, tratando, en honor a su
madre, demostrarse amistosa.
- Lo mismo digo, señorita Fujino.
- Bien.... gracias por las flores
- De nada. –Recorrió la habitación con la mirada y se fijó
en la abundancia de ramos que adornaban toda superficie disponible-. Si hubiera
sabido que ya poseía tantos tributos florales, le habría traído otra cosa.
La mirada de Shizuru siguió la de ella, y no pudo reprimir
un suspiro.
- Mi madre dice que una mujer nunca tiene demasiadas flores,
pero yo tiemblo al pensar en todas las pobres plantas que han sido decapitadas para
formar estos ramos. –En el instante mismo de pronunciar aquellas palabras, se
dio cuenta de la descortesía que suponían ante alguien que acababa de regalarle
flores. Para compensar su metedura de pata, le preguntó en su tono más
educado-: ¿Quiere tomar asiento, miladi?
- No, gracias. – La condesa se acercó y clavó su mirada en
la de Shizuru de un modo que le causó un extraño desasosiego. Cuando los
separaban sólo un par de metros, dijo-: Prefiero quedarme de pie para
expresarle mi pesar por habernos despedido anoche de manera tan abrupta. No fue
mi intención turbarla.
El calor que irradiaban sus aterciopelados ojos verdes era
señal de su sinceridad, pero Shizuru había aprendido en las últimas semanas que
de los labios de las mujeres salían palabras aparentemente sinceras igual que
las abejas de un panal.
- No me turbó, condesa. –Al ver que ella alzaba las cejas
con escepticismo, explicó-: Sólo me fastidió.
En los ojos de ella surgió algo que pareció mostrar que le
divertía.
- Oh. En ese caso, le ruego me permita expresarle mi pesar
por haberla “fastidiado”. Pese a lo que pudiera parecer, no intentaba
sonsacarle información. Además, sólo pretendí señalarle el tremendo disparate que
constituía su deseo de ayudar a un delincuente buscado por las autoridades.
Shizuru apretó los puños.
- Expresa usted su pesar por haberme fastidiado, miladi, y
sin embargo continua fastidiándome al ofrecerme una opinión que no le he
solicitado.
- Le aseguro que yo...
- Hola, Shizuru–interrumpió la voz de Hiroshi desde el otro
lado de la puerta- ¿Por qué tardas tanto? –Ella se volvió y vio que Hiroshi entraba
en la salita y se paraba en seco al ver al huésped-. Oh, lo lamento –dijo al
tiempo que se sonrojaba-. No sabía que estabas con una visita.
- No hay motivo para excusarse –le aseguró Shizuru con una
sonrisa que esperaba no delatase su alivio por la interrupción-. La condesa es una mujer muy ocupada. Estoy
segura de que no desea que yo lo entretenga mucho más. –Con el rabillo del ojo
advirtió la levísima sonrisa que cruzó los labios de la condesa.
Haciendo un esfuerzo para mantener un tono de voz calmo, Shizuru
realizó las necesarias presentaciones observando de cerca a Natsuki, y con su
instinto de protección alerta, a Hiroshi. La semana anterior, cuando acudió a
visitarla el vizconde de Carsdale, le había presentado a su hermano, cuyo
semblante se marchitó cuando la mirada del vizconde se posó en él con evidente
desdén, lo cual había provocado en Shizuru el impulso de abofetear a aquel
arrogante. Estaba acostumbrada a los desaires sociales y había aprendido a no concederles
importancia, pero Hiroshi aún era sensible a gestos como aquél. Si a la condesa
se le ocurría actuar del mismo modo....
Pero quedó sorprendida cuando lady Kruger le tendió la mano
de forma amistosa y sin afectación.
- Es un placer conocerte, muchacho –dijo.
- El placer es mío, miladi–respondió Hiroshi ruborizándose
todavía más. Volvió a centrar su atención en Shizuru -: Siento interrumpirte, pero
al ver que no te reunías conmigo en la cámara tal como habías prometido, empecé
a preocuparme de que Grillo te hubiera entretenido. –Una ancha sonrisa se
extendió por su rostro-. Pensé que a lo mejor necesitabas que te rescatara.
“Y así es, pero no de mamá”. Antes de que pudiera
reaccionar, la condesa preguntó:
- ¿Qué cámara?
- Mi Cámara de los Experimentos –contestó Hiroshi-. He
convertido el viejo granero en un laboratorio.
La mirada de la condesa se llenó de interés.
- ¿De veras? ¿Y qué haces allí?
- Toda clase de experimentos –Hiroshi lanzó una breve mirada
cohibida a su hermana y prosiguió-: También lo utilizo para mis inventos y mis
estudios de astronomía.
- Yo siento una gran curiosidad por la astronomía –comentó
la condesa-.Espero que esta noche el cielo esté despejado para poder ver las estrellas.
A Hiroshi se le iluminó el semblante.
- Yo también. Es una ciencia fascinante ¿a qué si?, a Shizuru
también le gusta mucho.
La mirada de la condesa se posó en ella
- ¿Es cierto eso, señorita Fujino?
- Sí –se apresuró a responder-. De hecho, estaba a punto de
reunirme con Hiroshi en su cámara cuando llegó usted. –Seguro que la condesa captaría
la indirecta y se marcharía.
- Acaba de llegar de Londres mi nuevo telescopio –informó Hiroshi
a la condesa-. A lo mejor le gustaría verlo.
Shizuru contuvo a duras penas un chillido de horror.
- Estoy segura de que lady Kruger tiene asuntos importantes
que la esperan, Hiroshi.
Una chispa de diversión brilló en los ojos de la condesa.
- ¿Los tengo?
- ¿No los tiene?
- A decir verdad, me interesaría mucho ver el telescopio de Hiroshi
- Pero no querrá.....
- Oh, es un telescopio muy bueno, miladi–terció Hiroshi-.
Sería un honor mostrárselo.
- Acepto tu amable invitación. Gracias – la condesa dedicó a
Shizuru una sonrisa claramente presuntuosa, hecho que a ella le tensó los hombros.
A continuación le extendió el brazo y le dijo-: ¿Vamos pues, señorita Fujino?
Maldiciendo para sus adentros a su querido hermano por haber
invitado a aquella mujer tan fastidiosa, Shizuru se obligó a sonreír. Estudió
la posibilidad de rechazar su brazo, pero al final decidió no darle la
satisfacción de comprobar que su presencia la turbaba. Además, estaba claro que
Hiroshi se sentía emocionado por la perspectiva de exhibir su telescopio.
Podría soportar la presencia de la condesa un poco más de tiempo... siempre que
no volviera a hacer comentarios despectivos sobre el Ladrón de Novias. Si los hiciera, ella se limitaría a cambiar de
tema y despedirla sin más. Y después de aquel día, lo más seguro era que no
volviera a verla nunca.
Sí, era un plan de lo más sencillo, lógico y práctico. Apoyó
la mano levemente en la manga de la condesa y ambas salieron de la salita y siguieron
a Hiroshi.
Natsuki avanzaba por un tortuoso sendero del jardín
flanqueado por una profusión de rosas e intentaba ocultar la sonrisa que tiraba
de sus labios. Los dedos de la señorita Fujino descansaban sobre su manga al
parecer con todo el entusiasmo de alguien que está tocando un insecto enorme,
peludo y potencialmente venenoso. Tenía que reconocer que la reacción de la
joven hacía ella suscitaba su interés y curiosidad. Las mujeres siempre se
mostraban sumamente complacidas de recibir, así como de buscar, su compañía;
tal vez también ocurriría si no fuera condesa, pero no cabía duda de que poseer
riquezas y un título le garantizaba atención femenina de sobra.
Excepto, naturalmente, con la señorita Shizuru Fujino, que parecía
preferir arrojarla a los setos de alheñas que pasar un minuto más con ella.
Cuando su hermano la invitó a ver su telescopio, ella había compuesto una
expresión como si se hubiera tragado la lengua, hecho que molestaba y divertía
al mismo tiempo.
Decidida a romper el silencio, comentó:
- Su hermano ha mencionado un grillo. ¿A qué o quién se
refería?
Un leve rubor tiñó las mejillas de Shizuru.
- No es más que un tonto apodo que usamos para nuestra
madre. Suele gorjear cuando se ve asaltada por los desmayos.
- Entiendo –murmuró ella, recordando divertida que, en
efecto, la señora Fujino había emitido un gorjeo la noche anterior cuando afirmó
que iba a desmayarse, justo antes de llevarse a Babcock y Whitmore.
Caminaron durante un minuto entero en silencio y, por
motivos que no pudo explicar, Natsuki se recreó perversamente en mantener
apropósito un paso de tortuga para contrarrestar los intentos de la señorita Fujino,
no tan sutiles como ella creía, de acelerar la marcha. Al fijarse en que Hiroshi
iba muy por delante de ellos, lo suficiente para no oír su conversación, el
diablillo que llevaba dentro la empujó a decir:
- Usted no quería que yo los acompañase. ¿Puedo preguntar
por qué?
Ella se volvió rápidamente y la escudriñó a través de las
gruesas gafas antes de volver a fijar su atención una vez más en el sendero. Natsuki
insistió:
- Dígamelo. No tema herir mis tiernos sentimientos, soy
bastante impasible ante las pullas verbales, se lo aseguro.
- Muy bien, miladi. Ya que insiste, seré totalmente directa.
Creo que no es usted de mi agrado.
- Entiendo. Y por lo tanto, no le produce placer alguno la
idea de estar en mi compañía.
- Exactamente.
- Debo decir, señorita Fujino, que no recuerdo que nadie me
haya dicho nunca algo así.
Ella le dirigió una mirada maliciosa y de soslayo.
- Eso me resulta muy difícil de creer, lady Kruger.
Tal vez hubiera debido sentirse abrumada por la temeridad de
la joven, y por el inconfundible insulto que se vio levemente atemperado por el
brillo travieso de sus ojos; pero, en cambio, aquello la divirtió.
- Le cueste creerlo o no, me temo que es verdad –repuso-. De
hecho, con frecuencia las personas se empeñan en decirme lo mucho que les agrado
y cuánto disfrutan de mi compañía. A menudo recelo de sus motivos. Así pues,
encuentro refrescante que usted me considere....
- ¿Fastidiosa? –completó ella
- Exacto. Sin embargo, ya que la invitación de su hermano la
obliga a soportar mi compañía un poco más de tiempo, le propongo que firmemos
una tregua.
- ¿Qué quiere decir?
- Está claro que toda mención al Ladrón de Novias la pone furiosa, y, lo crea o no, me incomoda que
se me considere un fastidio.
Shizuru lo miró enarcando una ceja.
- Usted me ha pedido que diga la verdad, miladi. Y no se me
ocurre cómo podría afectarle mi opinión.
“Tiene razón. No debería afectarme. Pero, maldita sea, por
alguna razón me afecta”.
Antes de que pudiera contestar, Shizuru continuó:
- Entonces ¿he de entender que esa tregua exigiría que usted
no expresara sus opiniones acerca del Ladrón
de Novias y que yo me abstuviera de llamarla fastidiosa?
- Por supuesto. No obstante, debe tener en cuenta que, al
actuar de ese modo, me plantea un reto irresistible.
- ¿De veras? ¿Y cuál es?
- Pues la necesidad de demostrarle que está usted
equivocada, naturalmente.
Shizuru rió y miró a la condesa con ojos chispeantes.
- ¿Cree que existe alguna posibilidad?
Natsuki se llevó la mano al corazón.
- Me ha herido, señorita Fujino. Le diré que rara vez me
equivoco. De hecho, ahora que lo pienso, no creo que me haya equivocado jamás.
Ella chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.
- Por Dios. Fastidiosa y además arrogante. Hay muchas
palabras que empiezan por A para
describir a una mujer, y eso es sólo el principio del alfabeto.
- Hay otras palabras que empiezan por a que podría utilizar, como.....
- ¿Agobiante?
Natsuki fingió fruncir el entrecejo.
- Iba a decir “amigable”
Shizuru emitió un bufido.
- Si le sirve de consuelo, estoy segura de que la mayoría de
la gente opina eso de usted, miladi.
- Aun así, recuerdo que anoche usted me dijo que no era como
la mayoría de la gente.
- Me temo que así es.
Una ancha sonrisa estiró los labios de Natsuki.
- Bien, en ese caso simplemente tengo que hacerle cambiar de
idea y convencerla de que está en un error.
Ella rió, un sonido delicioso que le produjo a Natsuki un
agradable calor en todo el cuerpo.
- Puede intentarlo si quiere.
- ¿Ve lo bien que está funcionando nuestra tregua? Ya me ha
hecho una invitación. –Se detuvo y contempló fijamente a Shizuru.
El sol arrancaba destellos de rojo profundo y oro bruñido a
su cabello y sus ojos chispeaban a causa de la risa. Su mirada se posó más
abajo, sobre aquella extraordinaria boca y aquel tentador lunar que adornaba la
comisura del labio superior. La tibia sensación que le había inspirado su risa
se transformó al instante en ardor.
- Por nuestra tregua –murmuró.
Se llevó una mano a los labios, besándole suavemente los
dedos. Un aroma a miel inundó sus sentidos y apenas logró resistirse al deseo
de tocarle la piel con la lengua para ver si sabía tan dulce como olía.
Sus miradas se encontraron y, sin dejar de sostener su mano
a escasos centímetros de la boca, Natsuki observó cómo de los ojos de la joven
desaparecía lentamente todo vestigio de humor.
En ese momento una expresión de sorpresa cruzó el semblante
de Shizuru, sorpresa convertida en confusión, que coloreó sus mejillas de un
encantador tono rosa. Su piel era suave como los pétalos de una flor, y Natsuki
sintió un súbito hormigueo en los dedos provocado por el ansia de palpar
aquella suavidad. Levantó la mano libre muy despacio, como en un trance, hacia
aquella piel sonrosada por el rubor. Shizuru abrió los ojos desmesuradamente y
contuvo la respiración, un gesto muy femenino que cautivó a Natsuki.
- ¿Vienes ya, Shizuru? –se oyó la voz de Hiroshi al otro
lado de los rosales.
Ella dejó escapar una exclamación ahogada y dio un paso
atrás, al tiempo que retiraba la mano de la de Natsuki como si se hubiera quemado.
- Sí –exclamó casi sin aliento. Entrelazó las manos con
fuerza y señaló el sendero con la cabeza-. ¿Quiere acompañarme, ladi Kruger?
Natsuki la siguió. No hizo intento alguno de ofrecerle el
brazo, pues intuía que ella no lo aceptaría, y además no estaba nada segura de
que debiera tocarla otra vez. Aquella mujer ejercía un extraño efecto en sus
sentidos.
Diablos, el deseo de tocarla casi había anulado su sentido
común. ¿Qué demonios le estaba pasando? No estaba allí para cortejar a Shizuru Fujino,
sino para cerciorarse de que ella no tramaba ningún plan absurdo para ayudar al
Ladrón de Novias. Aun que mostraba
claramente su simpatía por aquella mujer, cosa que a Natsuki le complacía,
también resultaba obvio que era una joven inteligente y sensata. No había
necesidad de preocuparse por su bienestar; de hecho, en cuanto terminara de ver
el telescopio se marcharía de allí.
Shizuru observó a la condesa mientras Hiroshi le enseñaba su
Cámara de los Experimentos, esperando ver signos de aburrimiento o gestos
despectivos dirigidos a su hermano.
Pero parecía fascinada por el laboratorio y por la amplia
colección de vasos, frascos y experimentos en curso. Formulaba muchas preguntas
(preguntas inteligentes, tuvo que admitir). Se veía a las claras que no sólo le
interesaba la química, sino que también poseía conocimientos de ella. Y ni una
sola vez miró despectivamente a Hiroshi ni le habló en un tono de superioridad
o censura. De hecho, por mucho que lo mirara, se comportaba de un modo que sólo
podía calificarse de....
Amigable.
Arrugó la frente. Maldita sea, no quería que aquella mujer le
resultara amigable, prefería con mucho considerarla fastidioso y arrogante.
Pero al verla inclinarse sobre el microscopio de Hiroshi y luego mirar al
muchacho con una sonrisa en su apuesto rostro, no pudo negar que había otra
palabra con a para describir a la
condesa: atractiva.
-Shizuru ¿por qué no le enseñas a ladi Kruger tu sección,
donde preparas las lociones de miel y cera de abeja?
La pregunta de Hiroshi la sacó bruscamente de sus
inquietantes cavilaciones, y se sujetó el estómago para sosegar el nerviosismo
que aleteaba en su cuerpo. Por más que su naturaleza de científica la instase a
reunirse con ambos en el otro extremo de la habitación, sus instintos femeninos
la advirtieron que se quedase donde estaba, tan alejada de ladi Kruger como
pudiera.
Esforzándose por sonreír, señaló la esquina más alejada del
granero y dijo:
- No hay nada emocionante que ver, miladi. Sólo quemadores,
crisoles y moldes, y las pocas jarras de miel que me quedan.
- Está siendo modesta, ladi Kruger–replicó Hiroshi-. Shizuru
es una científica de primer orden, y también una gran profesora. En realidad,
ella despertó mi interés por la ciencia, y es mi mejor fuente de aliento e
inspiración. Sus experimentos con cremas y lociones son fascinantes, y es
posible que pronto lleve a cabo un descubrimiento importante.
Un intenso calor ascendió por las mejillas de Shizuru, que
sintió ganas de taparle la boca a Hiroshi. Si bien apreciaba su entusiasmo y
sus amables palabras, no sentía ningún deseo de ver la reacción de ladi Kruger:
de consternación, horror, asco, aburrimiento, desdén o cualquier combinación de
todo ello. De modo que la miró, decidida a cambiar de tema, pero se sorprendió
al ver que ella la contemplaba con franca curiosidad.
- ¿Qué clase de experimentos está realizando, señorita Fujino?
– En su voz no había ni un ápice de sarcasmo, sólo genuino interés.
Ella titubeó unos segundos y a continuación la condujo hasta
su zona de trabajo.
- Anoche le mencioné a una de mis amigas, la señorita
Waynesboro-Paxton.....
- La dama que no pudo asistir a la velada por motivos de
salud – recordó Natsuki.
- Así es –repuso Shizuru, sorprendida de que se acordara-.
Padece graves dolores en las articulaciones, sobre todo en los dedos. He comprobado
que hay dos cosas que le alivian el dolor: envolverle las manos en toallas
calientes y húmedas y darle masajes con mi crema de miel. Estoy intentando
descubrir un modo de hacer que mi crema se caliente por sí sola.
Ladi Kruger se acarició la barbilla y asintió.
- Así incorporaría las propiedades del calor directamente a
la crema. ¿Y está cerca de lograr el éxito?
- Recientemente he hecho ciertos progresos, pero me temo que
aún me queda mucho trabajo. No obstante, estoy empeñada en conseguirlo.
Alzó levemente la barbilla, retándola en silencio a que se
burlara de ella, a que le quitara importancia tildándola de presumida, pero en sus
ojos no percibió más que admiración.
- Ingeniosa idea –dijo ella al tiempo que desviaba la mirada
para examinar los materiales-. Deseo sinceramente que obtenga éxito. Dígame,
¿recoge usted misma la miel?
- Sí. Tengo media docena de colmenas detrás de la cámara
.- Atesora esas pocas jarras que le quedan como si fuera una
avara – bromeó Hiroshi-. Pero cuando recoja la miel el mes próximo, podre escamotearle
una jarra sin que se dé cuenta. Tengo debilidad por la miel.
Ladi Kruger volvió a centrar la mirada en Shizuru y la
escrutó con una expresión indescifrable que a ella le oprimió el estómago.
- Sí, me temo que a mí me ocurre lo mismo –musitó.
Acto seguido volvió a prestar atención a Hiroshi, y Shizuru estuvo
a punto de soltar un gemido de alivio.
Dios santo, aquella mujer ejercía un perturbador efecto
sobre sus sentidos. Era como si su mutua proximidad les devolviera vivacidad y les
pusiera en alerta todos los sentidos. La sensación de su brazo bajo la palma de
su mano cuando la acompañó por el jardín, aquel olor suyo a bosque y a limpio
que le había provocado el deseo de acercarse y respirarlo. Sensaciones
turbadoras que había conseguido ignorar, hasta que ella se detuvo y la miró con
aquella intensidad que le hizo encoger los dedos de los pies y le causó un
ardor abrasador.
Hasta que ella le rozó la mano con sus labios.
Notó que le ardían las mejillas y se apresuró a acercarse al
telescopio para fingir que lo inspeccionaba y disimular su confusión. No se
podía negar que aquella mujer la confundía. Había empezado enfureciéndose con
ella, pero cuando le pidió disculpas, de algún modo había conseguido desarmarla
y divertirla, igual que había hecho en la fiesta de la señora Midori. Disfrutó
de aquel lance verbal, pero una vez que dejaron de hablar y ella la miró de aquella
forma... de repente se le quitaron las ganas de reír, de repente no deseó otra
cosa que ella le tocase la cara, tal como estuvo a punto de hacer.
Se sorprendió en el acto de exhalar un largo suspiro y se
abofeteó mentalmente; cielos, ¿en qué estaba pensando? No era posible que estuviera
albergando ideas románticas respecto a ladi Kruger. Algo así sería como invitar
a su casa a una rompecorazones. Necesitaba mantener sus fantasías románticas
enfocadas en mujeres imaginarias que jamás pudieran tener su corazón en las
manos, o incluso en una mujer como “el
Ladrón de Novias”, que existía sólo en su recuerdo, más como figura heroica
que como mujer de carne y hueso.
Un murmullo de voces atrajo su atención al otro lado del
recinto, donde Hiroshi y ladi Kruger conversaban. Su hermano tenía el semblante
iluminado por aquel entusiasmo que siempre lo embargaba cuando hablaba de sus
experimentos o inventos. Era una mirada que por lo general fijaba en ella.
Experimentó una súbita punzada al ver que ahora su hermano la estaba dirigiendo
a aquella mujer desconcertante..., una mujer que tal vez no fuera digna de la admiración
que irradiaban los ojos de Hiroshi. O quizás el problema fuera la incómoda
sensación de que pudiera llegar a gustarle, si se lo permitía a sí misma, y de
que la admiración de Hiroshi no estuviera fuera de lugar.
Miró de nuevo a ladi Kruger, que asentía con expresión seria
y la vista fija en el vaso lleno de líquido que Hiroshi le enseñaba. Trató de desviar
los ojos, pero se encontró admirando el perfil da la condesa, la curva de la
frente, los pómulos altos, la nariz recta, los labios firmes y su exquisita
figura acentuada por sus prendas ceñidas. Como si ella hubiera percibido el
peso de aquella mirada, se volvió y la miró a los ojos. Shizuru sintió una
oleada de calor y a punto estuvo de darse una palmada en la frente. ¡Santo cielo,
la había sorprendido mirándola! Tosió para disimular su vergüenza y se apresuró
a aplicar el ojo al telescopio nuevo, rogando que sus mejillas no estuvieran
tan coloradas como se temía.
Ajustó el enfoque de la lente más por la necesidad de
recobrar la compostura que para ver nada. El jardín se volvió nítido y se
maravilló de las posibilidades de aquel instrumento. Las rosas de su madre parecían
tan cerca como para tocarlas y.....
De pronto su campo visual fue atravesado por una ráfaga
azul. Volvió a ajustar la lente y observó. Era su madre, con un vestido azul flotando
tras ella, que se dirigía hacia el laboratorio a una velocidad de la que Shizuru
la creía incapaz. Dios del cielo, se había olvidado por completo de que su
madre había ido a preparar un refrigerio para ladi Kruger. Probablemente se
había alarmado y se preguntaba dónde se habría metido la condesa, rezando para
que estuviera en cualquier sitio excepto en la cámara.
Shizuru apenas se había incorporado cuando la puerta se
abrió de golpe y su madre apareció en el umbral. Tuvo que morderse el labio para
no echarse a reír al ver el aspecto desaliñado que ofrecía su siempre impecable
madre. El pecho le subía y bajaba a causa de la carrera por el jardín, el
echarpe le colgaba lacio del corpiño, a un costado, y su complicado moño, al
que le faltaban varias horquillas, se sostenía torcido en lo alto de la cabeza.
- Está aquí, ladi Kruger–consiguió decir entre una
inspiración y otra-.Creía que se había escapado.... eh... marchado antes de que
tuviéramos la oportunidad de charlar. La he buscado por todo el jardín, hasta
en los establos. –Lanzó a su hija una mirada de horror que decía a gritos: “Sea
lo que fuera en lo que estabas pensando para traerla aquí, ya hablaremos de eso
más tarde”.
Ladi Kruger movió la mano abarcando todo el recinto.
- Hiroshi se ofreció amablemente a enseñarme su telescopio
nuevo. Es una pieza magnífica. Y su laboratorio no es menos que asombroso. Debe
de estar muy orgullosa de él.
La mirada de Misato se clavó en Hiroshi, el cual parecía
haber crecido cuatro centímetros tras los elogios de la condesa, y una sonrisa ablandó
sus ojos. Amaba con pasión a su inteligente hijo, al que no comprendía en lo
más mínimo.
- Muy orgullosa –convino. Se las arregló para sonreír y
mirar ceñuda a Hiroshi a un mismo tiempo-. Aunque mi querido hijo tiende a
olvidar que no debe aburrir a nuestros invitados con toda esa complicada charla
científica.
- No se preocupe, mi querida señora –dijo la condesa en tono
suave-. Su hijo –su mirada se desvió brevemente hacia Shizuru - y su hija constituyen
una compañía deliciosa. He disfrutado inmensamente.
El desconcierto cruzó el semblante de Misato, como si
intentase discernir qué palabras de las pronunciadas por el conde eran ciertas
y cuáles mera cortesía. Por fin, decidió que lo mejor era hacerlo regresara la
casa. Le ofreció su mejor sonrisa de anfitriona antes de anunciar:
- Hay té y galletas en la salita
Él extrajo su reloj del chaleco y consultó la hora.
- Pese a lo mucho que me agradaría acompañarlas, me temo que
debo marcharme.
El rostro de Misato se desencajó. Sabiendo que a
continuación su madre invitaría a la condesa a que acudiera otro día a tomar el
té, Shizuru se dispuso a intervenir; no deseaba que su madre imaginase que ladi
Kruger iba a complacerlas con una segunda visita, ni que se sintiera decepcionada
cuando ésta rechazase la invitación. Apartó con firmeza la perturbadora idea de
que ella también iba a sentirse decepcionada.
Pero antes de que pudiera decir palabra, ladi Kruger se
volvió hacia ella.
- Cuando llegué, un mozo de cuadras se hizo cargo de mi
montura. Tal vez quiera usted acompañarme a los establos, señorita Fujino.
- Oh, sí. Naturalmente....
- Te agradezco mucho que me has enseñado tu laboratorio –le
dijo a Hiroshi antes de darse la vuelta para despedirse de Misato con una reverencia
formal-. Gracias, señora Fujino, por su amable hospitalidad.
- Oh, no tiene por qué darlas, miladi –replicó Misato. De
hecho....
- Acompáñeme, ladi Kruger–se adelantó Shizuru a su madre.
Y salió rápidamente del laboratorio resistiendo el impulso
de tirar del brazo de la condesa.
Ambas atravesaron el prado a toda prisa en dirección a los establos.
Al cabo de unos segundos, la oyó reír suavemente.
- ¿Es esto una carrera, señorita Fujino?-
-¿Cómo dice?
- Va usted corriendo como si la persiguiera el mismísimo
diablo.
Sin aminorar la marcha, Shizuru le dirigió una divertida
mirada de reojo.
- Puede que así sea.
La risa acabó en carcajada.
- Soy más bien todo lo contrario, se lo aseguro.
- ¿Intenta convencerme de que se le podría describir como
“angelical”?
- Bueno, ésa es otra palabra que empieza por a.....
Sus palabras terminaron en una risita, y por alguna razón Shizuru
aceleró aún más el paso. Cuanto antes se fuera, mejor. Aquella mujer la ponía
nervioso, de un modo horrible que, estaba segura, o casi segura, no le gustaba
nada.
Llegaron a los establos en menos de un minuto. Mientras Rei iba
a buscar el caballo de la condesa, Shizuru intentó recuperar el resuello después
de aquella carrera casi al galope por el prado. Cuando Rei regresó con un corcel de color chocolate,
no pudo reprimir una exclamación.
- Es magnífico, condesa–dijo, tocando el brillante pescuezo
del animal, que se volvió y le hociqueó los dedos emitiendo un suave relincho
que le hormigueó en la palma-. ¿Cómo se llama?
- Emperador
Montó con elegancia. Shizuru se apartó y se protegió los
ojos del sol para mirarla. La cálida brisa le revolvía el cabello. Su mano
sujetaba las riendas y sus piernas ceñían el caballo con la soltura de un
jinete experto. Estaba increíblemente hermosa a lomos de aquel corcel, y Shizuru
anheló poseer talento artístico para captarla en un dibujo. Ya casi la
imaginaba a galope tendido por una pradera, saltando por encima de una valla,
formando un solo ser con su montura.
- Gracias por su hospitalidad, señorita–dijo ella sacándola
de su ensoñación.
- No tiene por qué darlas, miladi.
Sintió una punzada de pesar al comprender que el tiempo que
habían pasado juntas tocaba a su fin. La condesa había demostrado poseer
sentido del humor y ser educada y encantadora, y el hecho de que hubiera
mostrado tanta amabilidad hacia Hiroshi la había conmovido profundamente. Si
las circunstancias fueran distintas.... Si ella fuera una mujer que atrajese su
atención durante algo más que un instante fugaz...
Pero, por supuesto, no lo era. Ella era una condesa y Shizuru
simplemente una... curiosidad pasajera. Alzó la barbilla y le dijo:
- Gracias por las flores.
Ella la miró fijamente con una expresión indescifrable
durante varios segundos, como si deseara decirle algo. Shizuru sintió que el corazón
se le aceleraba, esperando a que hablara. Sin embargo, la condesa se limitó a
inclinar la cabeza y murmurar:
- De nada
Una inexplicable desilusión embargó a Shizuru. Hizo un
esfuerzo por sonreír y dijo:
- Le deseo un buen trayecto de regreso, ladi Kruger. Adiós.
- Hasta pronto, señorita Fujino–contestó ella con tono grave
y seductor.
Espoleó a Emperador y
se alejó al trote por el sendero.
Shizuru la contempló hasta que desapareció por el recodo, mientras
intentaba calmar su pulso errático.
“Hasta pronto”. Seguro que no había querido significar nada
con aquella frase de despedida; no era más que una fórmula. Sería una idiota si
pretendiera ver algo más, creer que ella tenía la intención de visitarla otra
vez. ¿Y por qué iba a querer ella eso? Aunque en ese momento no pudiera seguir
pensando mal de la condesa, ciertamente no guardaba ningún parecido con la mujer
valiente que siempre había imaginado que haría aletear su corazón. No, “aventurera”,
no era una palabra con A que pudiese
emplear para describir a la condesa.
Por lo tanto, sería una estupidez desear que regresara.
Sin embargo, de pronto se sintió bastante estúpida.
.
.
.
5 comentarios:
Vayaa... lo estaba esperando ^^! me encanta esta historia! aunque varias veces habla de Nat como "él" pero bueno... xD no pasa naa!! ;D! a esperar el siguiente!
o.o creí que había pulido bien esos detalles, aunque si te refieres a las partes donde hablan de ella como "el ladrón de novias" pues esos los dejo así porque todos piensan que es hombre ^ ^
Me encantoO!!!!
estoy enamorada de este fic
aunque es cierto que en algunas partes se refieren a Natsuki como Él
PD: Esperare la conti con ansias ;D
Ja-ne
me fascina ^^
esta muy buena la historia, estaré al pendiente de la continuación =)
waaa estuvo bueno ahora solo me resta esperar el proximo capi,espero que no tarde mucho,hay pequeños detallitos pero bueno la historia los permite porque esta muuuy buena.saluditos
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