Capítulo 2 Colina arriba
El ruido de sus pisadas era engullido a
medida que corría por la ladera, saltando y resollando silenciosamente de
peñasco en peñasco. El río negro corría
muy bajo sus pies, más allá de lo que su vista alcanzaba. Solo el suave
murmullo que sus oídos captaban la hacía entender el enorme caudal que se
desbordaba salvaje tierra abajo. Se detuvo unos momentos, jadeando. Muy atrás
quedaban sus hermanos, tras la arboleda que les servía de hogar temporal. Volvió la vista, escudriñando la oscuridad
con un par de ojos verdes encendidos en el medio de la noche.
Faltaba muy poco para alcanzar la cima.
Siguió su trote rápido, escalando las
salientes rocosas por las que crecía suave hierba. No había animales grandes en
esa zona. Las cabras que serían capaces de escalar esas roquerías con
naturalidad se hallaban a kilómetros de distancia, aún internadas en lo
profundo de las montañas, muy lejos de su bosque como para ir a buscarlas.
Pequeños conejos, escondidos en sus cuevas de sus mandíbulas siempre
hambrientas, eran los que poblaban esas soledades azotadas por el viento. La
altura no era suficiente para que el invierno fuera crudo, o la nieve eterna,
pero el viento desestabilizaba en ocasiones sus pies seguros y mantenía a raya
a los animales grandes que intentaran adentrarse descuidadamente por esos
lugares. Alcanzó una roca plana que
servía de base a una pequeña planicie en el camino de subida. Nuevamente se
detuvo, registrando el cielo para medir el tiempo que había gastado en el
ascenso.
Debía estar de regreso para el amanecer.
Cuando el río negro se tornara nuevamente
cristalino.
Y sus hermanos se despertaran,
preguntándose por la cacería de ese día.
La estrellas no habían recorrido gran parte
del cielo, tenía horas y horas antes de que fuera necesario el descenso. Se
puso nuevamente en marcha, cortando camino por un sendero imperceptiblemente
trazado para el ojo ignorante. La roca seguía una veta oscura, que trazaba un
sendero que se desviaba hacia la derecha. Lo habían marcado las patas de su
familia desde hacía generaciones, siempre a la espera de la luna escogida para
alcanzar la Madre, la Raíz.
En su caso la luna nueva, la oscuridad
completa de las noches desnudas.
Siguió el sendero, su lengua afuera
refrescando su cuerpo de la escalada. Cuando finalmente alcanzó el fin del
recorrido se sentó, mirando inquisitivamente la piedra adornada por la pequeña
muesca. Era la tapa de su secreto.
Un secreto pasado por generaciones y
generaciones.
El que los mantenía unidos a esos
territorios.
Cinco dedos aferraron la pequeña muesca,
levantando la pesada piedra.
Al amparo de la noche la mujer sonrió,
poderosos caninos rompiendo incuestionables en su sonrisa, demasiado abierta
para seguir siendo humana.
////
Completó una vuelta más antes de rendirse y
regresar, desandando el camino recorrido y regresando con su manada. Necesitaba
una excusa para su comportamiento. No le era ajeno cazar a solas, pero llegar
sin una presa sería demasiado extraño como para tener el resto de la tarde en
paz. Desvió sus pisadas hacia el río pequeño que los abastecía de agua.
Saltando un tronco caído alcanzó la ribera del río, cubierta de pequeños
matorrales antes de las rocas que marcaban el curso del cauce. Entre ellas se
escondían ratas, conejos y otros pequeños animales con los cuales podría
saciarse de momento y llevar algo de comer a sus hermanas pequeñas. Se detuvo sobre un gran peñasco, cuidando que
su figura no fuera reflejada por las aguas en ese remanso de la corriente.
Sólo debía ser paciente, tarde o temprano
un animal correría bajo sus pies, necesitado de agua.
Y sus mandíbulas sería lo último que
sentiría antes de exhalar el último respiro.
Sentada, atenta, con la espalda recta,
esperando.
Aún en esa posición podía darse el lujo de
pensar, su cuerpo acostumbrado a reaccionar, actuaría por su cuenta en cuanto
la presa apareciera. No era necesario esmerarse tanto cuando la vida no corría
peligro.
Su mente volvía a las imágenes que la
carcomían hacia tiempo. La niña ya joven que seguía acercándose al bosque, que
seguía buscando el amparo de un lugar tan peligroso para ella.
Ella la había encontrado, por casualidad,
hacía un par de años. La primera y la única de su clan que la había visto. Si
el resto se enterara de la situación era probable que organizaran una partida,
una cacería. Algo para ahuyentar a la humana de sus dominios.
No matarla.
La venganza y la sed de sangre cuando se
derramaba la vida de un humano eran mortales. Exigían al menos cuatro veces lo
perdido para sentirse satisfechos.
Y ni su familia, ni ella, podían
entenderlos.
De una manera u otra estaba siendo desleal,
debía de avisar al resto. Si un humano se aventuraba dentro de sus terrenos
tarde o temprano traería a otros. Y el peligro latente que escondían no
tardaría en desencadenarse.
Hambre.
Muerte.
Enfermedades.
Su orgullosa raza no estaba hecha para
convivir cerca de esas criaturas.
Pero no se decidía, no quería.
No se entendía.
Pero deseaba seguir viendo los ojos
extraños de esa humana.
De una manera extraña sentía un vínculo
hacia ella, como si de la primera vez que la viera algo las uniera de manera
indisoluble. No podía explicárselo, no podía comprenderlo. Pero estaba ahí, no
para ser explicado o comprendido, sino vivido y aceptado.
Saltó, atrapando la enorme rata de agua que
se aventuraba fuera de su escondite.
Se desvanecía, cuando intentaba mirar hacia
ello y asirlo entre sus dientes se perdía. Incluso más difuso que el reflejo
que ahora su cuerpo proyectaba sobre el agua.
Engulló al pequeño animal, limpiando con su
lengua la sangre que salpicó el pelaje de sus patas.
Dos otoños completos y parte de esa
primavera. Esa era la primera vez que la había visto. Si la mujer tuviera más
cuidado y abriera más los ojos vería el sendero que había trazado alrededor
suyo, cuando caminaba en círculos, observando sus rasgos desde todos los ángulos
posibles. No se cansaba de ello. Le gustaba observar sus mejillas suaves, su
frente pálida, un mentón recto, su boca con la marca de una sonrisa estática
trazada a sus alrededores. Le gustaba mirarla, luego la recreaba, con seguridad
absoluta.
Conocía a esa humana más de lo que se
conocía a sí misma en ocasiones.
O por lo menos eso creía.
Y sentía el aroma, suave, cuando el viento
lo acarreaba. Le avisaba de su inevitable presencia y ella se escabullía,
contentándose con ratas de agua, demasiado fibrosas y amargas para su gusto.
Atraída por el olor de la sangre, una
serpiente reptó cerca de ella. También la alcanzó, sin hacer diferencias entre
especies o razas. Todos eran presa en ese bosque, nadie se opondría al poder de
su familia, nadie podía oponerse ante los lobos que cruzaban esas tierras.
Excepto
los humanos…
Pero ellos vivían más allá de sus terrenos,
en los confines de una planicie inagotable.
Con el cuerpo de la serpiente bamboleándose
entre sus colmillos reemprendió el viaje. Su familia esperaba.
////
-¡Natsuki, dónde estabas!- El pelaje
oscuro, casi negro, de su Alfa restrelló en la luz del atardecer. Los ojos
oscuros, pero no negros, la examinaron. Tras la dureza de la pregunta se podía
leer la naturaleza profunda y bondadosa de su líder, más dada a la reflexión
pausada que a las respuestas rápidas e iracundas que solían caracterizar a sus
líderes. La aludida abrió el hocico, un conejo aún tibio cayó al suelo, como
excusa a su desaparición.
Era la cuarta vez en cinco meses, ¿Pero qué
podía hacer ella si la humana seguía viniendo con más frecuencia?
El lobo olisqueó la presa y luego dejó
escapar un resoplido. No le llamaría la atención, seguramente la dejaría ser.
Le bastaba con que intentara darle algún tipo de explicación. Después de todo,
Natsuki no era alguien que obedeciera o presentara excusas porque sí. Observó
cómo se perdía, su cola a ras de suelo. Tomó la presa y se alejó, el pequeño
animal quedaría bien para los cachorros aún inexpertos en despellejar animales
grandes.
Natsuki caminó a paso tranquilo hasta un
enorme árbol que extendía sus raíces sobre el suelo. Le gustaba echarse bajo
esa maraña de ramas y ver el mundo recortado por ellas. Escurrió su cuerpo en
una abertura apenas suficiente para dejarla pasar, echándose en una alfombra de
pasto aplastado que ya tenía su forma. Desde allí podía observar al resto de la
manada en su ajetreo diario sin que la observaran ellos del todo. Podía
responder rápido si la necesitaban y, lo más importante, podía escabullirse
hacia la inmensidad del bosque cuando deseara estar sola.
O
cuando el viento se torna violeta.
Violeta. A pesar del color de su pelo o sus
ojos ese era el color que le había adjudicado a la esencia de la humana. Un
cargado perfume color violeta, como el cielo antes de tormenta eléctrica.
Su estómago se removió, insatisfecho, pero
hizo caso omiso. No sentía deseos de cazar ese día y no pediría los restos, si
es que quedaban, de la caza. Prefería aguantar el hambre hasta la próxima vez
que la manada se moviera en la búsqueda de algo para comer. Apoyó su hocico
sobre sus patas delanteras y cerró los ojos, tratando de dejarse llevar por el
sueño. Imágenes distorsionadas del día
ocupaban su mente, divagando sin sentido de recuerdo en recuerdo.
Adormilada se dejó llevar por la corriente
sin sentido que la atrapaba. Quizás, con ella, podría descansar por unos
momentos antes que su mente se abriera nuevamente al abismo de posibilidades
sin respuestas.
Tenía que visitar la montaña.
La siguiente noche de luna nueva lo haría.
Cuando el cuerpo no lo sintiera caliente y
adormilado.
-Nat… Natsu… Natsuki- Alguien la llamaba,
una de sus orejas se giró, inconscientemente. Podía reconocer la voz y el olor
que se aproximaban, pero no deseaba levantar sus párpados. La pequeña tendría
que esperar al día siguiente si quería escucharla.
Ahora no existía nadie definido en la
maraña de olores y rostros que componía el mundo.
La cachorra observó a su hermana. La loba
dormía, su pelaje azul oscuro se confundía con las sombras que se extendían
alrededor del escondite a medida que la noche tomaba su lugar. Pisando con
cautela el lecho de hojas secas y tierra se acercó a ella, acomodándose a su
lado para pasar la noche.
Estaba segura que Natsuki había olvidado
que ese invierno se cumpliría el tiempo para encaminarse a la montaña.
////
La mujer examinó nuevamente la ventana,
parecía imposible, pero el animal había escapado usando el resquicio que daba
al patio y, en una exhalación, había desparecido de su campo visual. La mujer
observó el lugar, una mano sobre la tibieza que había dejado el cuerpo del lobo
al registrar la madera, no veía la brecha por la que había logrado
escabullirse. Pero debía estar ahí, oculta, inadvertida para los ojos que
miraban sin ver. La idea de seguir el rastro y averiguar esa brecha jugueteó
unos momentos por su mente antes de desecharla. El sol ya se estaba poniendo y
no quería llamar la atención innecesaria sobre ella.
La atención indeseada sobre ella.
En el mundo bullicioso que la rodeaba estar
silente era la mejor arma que poseía para mantenerse al tanto de lo que ocurría
en los asuntos gubernamentales de su padre.
Su padre…
Una mano que no parecía la suya se crispó
sobre la madera, apretando los dedos sobre ella hasta que las uñas perdieron el
color y la sangre.
Su padre.
Con una leve sacudida de cabeza intentó
alejarse de esos pensamientos, de esa situación. No valía la pena preocuparse
por ellos en ese momento.
No cuando no podía hacer nada por cambiar
la situación en la que se encontraba.
Bajó la vista al delicado entramado que
conformaba el suelo de su habitación. Sobre él las marcas oscuras de las
huellas del animal seguían frescas, tibias. Se arrodilló junto a ellas, posando
suavemente la palma sobre la más clara. La marca casi cubría su mano.
Eran patas enormes.
Era un animal enorme.
Uno que, increíblemente, había huido al
verla entrar, casi con una expresión de sorpresa y vergüenza trazada en su
rostro alargado.
Shizuru limpió cuidadosamente el piso,
borrando todo vestigio de la presencia del lobo en su cuarto.
¿Por qué no había gritado?
¿Por qué ahora borraba la existencia de la
visita?
Podía ser peligroso, muy peligroso. Si el
animal regresaba y la encontraba sola acabaría con ella sólo cerrando sus
mandíbulas una vez.
Pero…
no, no me lo explico. Observó su trabajo, el suave
color oscuro inmaculado, sin rastro alguno de la suciedad que cargaba en sus
patas la bestia. Suspirando se levantó, nuevamente hacia la ventana.
No se lo explicaba y no quería
explicárselo.
En esos momentos el sol terminaba de
ponerse en el horizonte.
Ni siquiera quería pensar en ello. Como si
nunca hubiera ocurrido, como si nunca hubiera salido de su rutina, su aburrida
rutina, la mujer cerró la ventana e inició el largo proceso para alistarse y
reunirse con su padre y hermano para la cena.
Una cena en la que permanecería en
silencio, escuchando sin opinar, viendo como esos dos hombres empezaban a
destruir el destino de su familia.
En silencio.
Como un adorno más que hiciera sobresalir
la fortuna y el buen gusto de la familia.
La flor más hermosa aún conservada en su
tallo.
Frente al pequeño espejo en el tocador
observó su reflejo cansado unos momentos antes de tomar su pelo e iniciar el
proceso de convertirse en un adorno. El que le permitiría, al menos, el favor
del oído.
Sin embargo, esa noche, mientras seguía
atentamente el intercambio de impresiones entre su hermano y su padre sobre los
últimos movimientos del emperador una parte de su mente no podía despegarse del
lobo oscuro.
La inquietante visita que había
interrumpido, abruptamente su día.
Su rutina.
En buena parte toda una seguridad
derrumbada por ese animal extraño.
Conteniendo un suspiro, intentando
mantenerse en silencio y anonimato, tomó otro bocado entre los palillos antes
de comerlo recatadamente.
Su atención otra vez con su padre y su
hermano.
Las nubes de tormenta se armaban en todos
los frentes a los que miraba, al parecer.
Se encontró deseando estar otra vez en su
remanso, en el bosque.
Muy lejos de allí.
////
Tropezó en una de las ramas sobresalientes
del tronco, perdiendo el equilibrio y rodando por el suelo
Una
Dos
Tres
Cuatro volteretas antes de perder el
impulso de su carrera y quedar tendida en el suelo, respirando agitadamente y
maldiciendo en silencio el dolor de su cuerpo magullado.
La había visto.
La había visto.
Se habían visto.
Se levantó, ponderando el daño sobre su
cuerpo, una de sus patas adolorida por el golpe, una pequeña herida sangrante
en un hombro, nada serio. Volviendo la vista atrás una punzada de duda atenazó
sus entrañas.
3 comentarios:
Buen capitulo, espero saber pronto que ha sucedido con Natsuki, y si a quien vio es justamente quien estoy pensando.
Ahhh ya quiero que interactuen entre ellas! *-*
demaciado bueno y misterioso todo me gusta bastante y si haver cuando ellas interactuan estare pendiente del proximo capi.....
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