Capítulo
3
Memorias
vírgenes
Despertó sobresaltada.
El mundo girando vertiginosamente a medida
que tomaba conciencia de su propio cuerpo. Podía sentir como palpitaba la
sangre en la punta de sus dedos y orejas, podía escuchar el suave sonido de la mañana
levantándose y de la tierra despertando. El pulsar del corazón a su lado, el
susurrar de las patas de la manada a medida que se desemperezaban. El aire
removido bajo el ala de un pájaro.
Sus sentidos se agudizaban con su vista
cegada por la luz y por el mundo que no paraba de cambiar, adaptándose a su
cuerpo.
Parpadeo un par de veces, nuevamente cómoda
en su propia piel.
A su lado la oscura bola de pelos se
removió, quejándose suavemente entre sueños.
Levantó la cabeza, olvidando el sueño
detrás de ella. El viento soplaba suavemente desde el sur, acarreando esencias
y olores diversos.
Su estómago rugió cuando captó el olor de
la presa herida.
Ese día habría cacería, estaba segura.
Después de todo, cada miembro de la manada
giraba la cabeza siguiendo el sendero invisible que dejaba el olor al ciervo.
Los ojos de los cinco miembros adultos se fijaron en los senderos ocultos que
usaban para movilizarse por su territorio. La sangre traída por la brisa que
levantaba unas hojas era fresca. No habría pasado más de un par de horas desde
que el animal había sido herido y, en su dolor y ceguera, se había internado
sin pensarlo en sus dominios.
Un error fatal.
El último que cometería en su vida.
Pronto estuvo en sobre sus pies, trotando
suavemente hacia el centro de los cazadores, arremolinados en torno al alfa. El
negro lobo repasaba sus miembros con una mirada ámbar, debía elegir a quienes
llevaría consigo, quienes se quedarían cuidando de los pequeños cachorros, aún
incapaces de acompañarlos en las cacerías.
-Youko- Llamó el Alfa, fijando la vista en
la hembra oscura que oteaba el horizonte sentada. La sed de sangre no destilaba
de sus pupilas oscuras, calmada y serena la loba imaginaba los movimientos que
seguiría de la manada y ya intuía su papel. –Te quedas a cargo de los pequeños-
Ordenó, señalando vagamente a los cachorros que empezaban a despertarse y
percatarse de la agitación contenida que poseía a sus mayores. Mikoto, más alta
y activa que sus dos compañeros, corría alrededor de ellos, estirando los
músculos con todas sus energías renovadas. Akira la miraba de reojo, silenciosa
y reservada como solía ser. Su presencia podía camuflarse con facilidad en
medio de toda la algarabía y el ruido. Natsuki la evaluó con la mirada. No
sería muy alta, pero sí muy peligrosa. La loba sacudió la cabeza, eran muy
pequeños, prefería sólo dejarlos crecer aún. Por el momento eran nada más que
trazos de lo que algún día alcanzarían, en la adultez.
Mikoto saltando, gruñendo, mordiendo,
cazando.
Akira silenciosa, rastreando, buscando,
hallando.
Y Takumi…
Su mirada se detuvo unos segundos más en el
pequeño cachorro marrón, una puntada de dolor atenazó su costado al sentir el
recuerdo de la hermana del cachorro acudir a su memoria.
No
hay nada que hacer con eso.
-¡Hey!, ¡Cachorra!- No se giró, no era
necesario para saber quien la llamaba. El rojizo salvaje color de su camarada
se coloco a su lado, sonriendo de lado, la loba azul podía oler la excitación
ante la caza inminente escapándose por sus poros. -¡Mueve la cola!, tengo
hambre- Sentenció, empujando suavemente su cuerpo con un hombro. Natsuki gruñó
sin agresividad, girándose se encaminó junto a ella hacia el resto que las
esperaban, impacientes. Midori rió con suavidad antes de adelantarse, a su
propio papel en la cacería.
El Alfa se giró para encararla, no era
necesario.
Natsuki sabía perfectamente cuál sería su
papel en medio de ese salvaje ritual.
Adelantándose abrió las fauces y dejó que
su lengua cayera hacia un costado entre los dientes.
El olor de la presa estaba muy cerca para
fallar en encontrarla.
La manada inició el movimiento como una
masa compacta, el agudo sentido del olfato de Midori guiándolos sin desviación.
Por quince minutos atravesaron el bosque unidos, guiados a la cabeza por el
lobo rojizo. A una orden del lobo negro que corría tras la cabecilla Natsuki y
Tate se adelantaron, imprimiendo más fuerza a sus pisadas se alejaron del
grupo, dejándolos atrás en cuestión de segundos. Su compañero de pelaje claro
sonrió, sin atreverse a hablar. La presa estaba a unos trescientos metros, si
su nariz no lo engañaba. Prefería dejarse caer sobre ella sin un ruido en
especial. Los ojos verdes de la loba le sonrieron de vuelta, sintiendo en el
aire la misma emoción que él antes de iniciar su trabajo. Calculó con rapidez
el tiempo que les tomaría alcanzar al animal herido antes de empezar la cuenta.
-Diez- Susurró, las orejas de su compañero
se movieron en un asentimiento. Mantuvieron el paso rápido, controlando la
respiración para no acezar y llamar la atención. Saltaron un tronco caído hacía
mucho tiempo sin desacelerar.
Cinco segundos más.
En el momento en que Tate lanzaba su cabeza
hacia atrás e iniciaba el prolongado aullido Natsuki se dio cuenta que tanta
preparación no había sido necesaria.
Bastarían los dos para acabar con el
ciervo.
Pero las razones no eran una alegría para
ellos.
El animal intentó iniciar una huída cuando
escuchó el llamado del lobo aproximándose. Pero era inútil, una de sus patas
traseras tenía una flecha enterrada hasta la mitad de su longitud,
imposibilitándole cualquier movimiento. Habría podido presentar batalla con una
cortada, habría podido emprender marcha con una costilla rota o con una de las
piernas herida por un cuchillo o una dentellada. Pero la flecha alojada en sus
ancas impedía cualquier movimiento repentino. La madera imposibilitando
cualquier tipo de reacción muscular.
Su sentencia había sido firmada desde que
la flecha perdida lo había fijado de blanco.
Los dos lobos saltaron al unísono,
derribando al animal cuando cayeron sobre él buscando el cuello con las
mandíbulas. Fue Tate el que desgarró las venas principales apretando los
dientes con la fuerza suficiente para despedazarle los huesos. Natsuki miró
hacia atrás, esperando al resto de la manada alertada por el cambio de
entonación en el aullido del lobo amarillo.
Que la primera facción terminara tan pronto
era extraño. El ataque organizado presuponía que el papel de ellos dos era
cansar a la presa. No matarla y terminar el trabajo. Observó el cuerpo caliente
de la presa, goterones de sangre colgaban de los dientes de su compañero, su
estómago rugió, exigiendo comida, pero no podía iniciar sin el Alfa ahí, no se
arriesgaría a desestabilizar los poderes otorgados a cada quien en la manada
sólo por un poco de hambre y antojo controlables aún. Se sentó al lado del
animal caído, su vista aún en la flecha que se erguía, orgullosa, del cuerpo.
No le gustaba, eso significaba que los humanos estaban adentrándose aún más
cerca de su territorio.
La imagen de la humana castaña cruzó su
mente como un relámpago, apagando por un momento las voces de alarmas que
disparaban en su mente esa flecha, indicio de la presencia indeseada. Sólo el
suave rojo de los ojos rubíes quedó en su memoria, atontándola y sacándola de su
mundo. Parpadeó un par de veces, volviendo a la realidad.
No era esa clase de humanos la que se
aproximaba. Aunque ni siquiera sabes qué
clase de humana es… Sus recuerdos reconstruyeron la extraña habitación de
madera impregnada por el olor de la mujer. Seguramente ese era su hogar, y en
su arranque de estupidez la había dejado expuesta a ella.
No lo había comentado con ninguno de sus
compañeros.
Pero seguramente la mujer sí lo había
comentado con los suyos.
Quizás ese arranque de idiotez tendría alcances
más profundos de los que había supuesto en un inicio. Su hombro ardió, una
pequeña protesta de la herida ante el esfuerzo físico.
-¿Una flecha?- Se giró al escuchar la
interrogante. El lobo amarillento tocaba con el hocico el pedazo de madera,
sorprendido. Los ojos verdes lo repasaron sorprendidos, ¿No la había notado al
saltar sobre la presa?, la loba bufó por lo bajo, tomando nota mental de no
confiar en las observaciones del lobo aún demasiado joven. El corpulento animal hizo el gesto de arrancarla,
quitar el molesto implemento para no tener problemas a la hora de comer.
-No lo hagas- Lo cortó Natsuki –Reito
querrá ver esto…- Se levantó, a lo lejos ya los escuchaba acercarse. Caminó en
círculos alrededor del animal, buscando más rastros de heridas en él. Pero,
además del cuello abierto, estaba limpio.
La imagen no encajaba para Natsuki, algo
extraño había allí.
Pero no podía dar con ello aún, no podía
pensar ni siquiera con claridad mientras su estómago se retorcía contra sus
huesos exigiendo un mordisco de esa carne suculenta.
Suspiró suavemente de alivio cuando la
manada los alcanzó. Tate observó al Alfa con ojos suplicantes, implorando el
permiso para iniciar el banquete que los aguardaba. Una sombra oscura cruzó las
pupilas ámbar del lobo negro al observar la flecha. Abrió la boca para decir
algo, pero las palabras murieron en su garganta.
Con un dejo de asentimiento permitió al
grupo dar cuenta de la presa, sin que sus ojos se apartaran de la flecha.
Natsuki se acercó junto al resto para dar
cuenta de su porción, aún con las dudas rondando su cabeza.
////
Hizo el camino de memoria, sin reparar esta
vez en las maravillas que solían desconcertarla e impresionarla. Perdida en sus
recuerdos, en las palabras que su padre dijera tan a la ligera, en las palabras
que marcarían su destino sin que los demás al parecer se dieran cuenta. No le
gustaba el color que tomaba la situación.
Y era la única que parecía impacientarse
por ello.
Los demás seguían durmiendo con la certeza
de que el día siguiente sería en cierta manera igual al que se alejaba. Un mal
presentimiento, sin embargo, comía sus sueños y sus deseos de dormir. La dejaba
dando vueltas en la noche, su cabeza sin descanso dando vueltas a las
circunstancias que se precipitaban hacia ella. Consumía lentamente sus
energías.
Se acercaba al peligroso punto, el punto
sin retorno, en que sus meditaciones podían llevarla a ser sorprendida en sus
pensamientos más de lo que era necesario o deseable.
Y esa era la razón por la que estaba ahí,
caminando, bajo un cielo de verano que sofocaba con un calor húmedo aplastante.
Shizuru sabía que se arriesgaba, era la segunda vez en dos semanas que se
escapaba de la villa, pero necesitaba alejarse y pensar con calma. Una calma
que no conseguía reunir en esas murallas demasiado altas para retener algo más
que el calor del sol por las tardes. Deslucidas en algunas ocasiones, sin
pintura o adornos. Simples murallas de madera que se elevaban protegiendo o
conteniendo todo lo que dentro de ellas sucedía. La castaña no guardaba un
cariño por ellas, ni tampoco poseía un odio hacia ellas, le eran indiferentes.
Una parte de la rutina que estaba acostumbrada a seguir.
Llegó al pequeño claro sin dejar de pensar,
de dar vueltas, de buscar. Las palabras encerraban demasiados significados y
misterios para dejarlos a la ligera. No podía dimensionar en toda su extensión
hasta donde llegaba su alcance.
“Son solo refuerzos, tropas en
entrenamiento”
Una sonrisa y una bocanada de humo habían
acompañado esas palabras. La mujer se sentó, cuidando de no derramar o
maltratar el contenido del pequeño paquete que llevaba en las manos. Depositó
suavemente la caja de finas hebras de madera trenzada, sacando el contenido por
partes. Dispuso a su alrededor los
pequeños implementos y, cuando su trabajo estuvo terminado, desató su cabello,
permitiéndose la comodidad de dejarlo libre en esas soledades. El viento
acariciando su cabellera castaña la hizo suspirar. Por fin libre de esas
estiradas normas y ataduras.
Sola.
Completamente sola.
O, al menos, eso creía.
////
Cerró con fuerza las fauces, arrancando de
cuajo el pedazo de carne con el que jugueteaba.
Ahora…
¡Mierda, ¿Por qué ahora?!
El olor era inconfundible. Aún en medio del
frenesí alimenticio, de la mezcla de olores de sus camaradas, de la carne, de
la tierra calentándose y exhalando suaves vapores, estaba ahí. Podía sentirlo.
El olor morado que traía esa mujer.
Intentando mantener la calma levantó la
cabeza, sin apresurarse, sin mostrar la ansiedad y el golpe de adrenalina que
hacía sus músculos temblar. Quería correr y correr hasta no dar más, cruzar
todo lo que fuera necesario y llegar hasta ella. Muy cerca de ella. Miró de
soslayo la manda que se alimentaba, limpiando los huesos del venado antes de
llevarle a los cachorros y a Youko el resto de la presa. No podía huir de
ellos, no podía salir corriendo.
No podía simplemente exponerse así y, de
paso, exponerla a ella.
Volvió a ocupar sus mandíbulas con la
carne, intentando controlar su corazón salvaje. Si no lograba calmarse sus
camaradas pronto sentirían el olor a exaltación y miedo que escapaba de ella.
Se preguntarían qué pasaría. Se preguntarían si Natsuki había detectado algo
peligroso para el grupo.
Se preocuparían.
¿Cómo podría responderles?
Si el Alfa lo pedía, incluso, no podría
negarse.
No sin desertar de la manada, al menos.
No estaba dispuesta a pagar ese precio.
Tragando el último bocado se retiró de la
presa. Reito levantó la cabeza, siguiendo sus pasos y asintió levemente con el
hocico, dando por terminada la cena y organizando el viaje de regreso. La loba
suspiró casi imperceptiblemente mientras tomaba su parte de la carga e iniciaba
el camino de regreso. Esos bosques no estaban plagados por ningún tipo de
depredador más que ellos, todos alejados por la presencia demasiado cercana de
los humanos, por lo que el viaje de regreso no contaba con la sincronización o
la organización de la cacería.
Cada uno acarrearía lo que pudiera hacia el
punto de reunión.
Tate y Midori se lanzaron de inmediato a la
carrera, cargando cada uno una gran porción de carne. La manada no cazaría por
días. Reito los observó perderse unos momentos antes de tomar él mismo el
siguiente pedazo. Su hocico se detuvo unos momentos, la mirada perdida antes de
girarse abruptamente y enfrentar a la loba azulada.
-Tenemos que hablar- Sentenció, su cola demasiado quieta para el agrado de
Natsuki. La bestia esperó, mientras frente a ella el lobo se decidía a hablar,
ordenando sus pensamientos un momento.
-Reito- El aludido levantó la vista,
extrañado por el tono de reproche que llevaba ese llamado –Olvídalo, no lo sé-
Sentenció, señalando con la nariz la flecha sobresaliente en el pedazo que
restaba. Aún con la vista amarilla fija en el asta sobrante el líder meditó unos instantes, sin moverse
un centímetro.
La loba esperó a que su Alfa le diera el
permiso para retirarse, solo el viento revolvía el pelaje oscuro del animal
pensativo frente a ella.
-Tenemos que hablar, entre todos…- Volvió
la vista hacia ella, Natsuki leyó la resolución en ellos y su estómago se
contrajo al sentir la fuerza de la orden tras ellos. No podría negarse a lo que
pidiera. –Hoy, a la noche, te quiero de regreso temprano- Susurró, girándose e
iniciando el regreso, sin esperar la respuesta. Pronto su pelaje oscuro se
perdió en la senda oculta que utilizaban para moverse. La loba esperó hasta
estar segura que el animal estuviera muy lejos y bufó por lo bajo. Tendría que
apresurarse si quería cumplir con su extraña ‘rutina’.
Inició un trote rápido, su estómago pesado
le hacía imposible avanzar a carrera, luchando con la somnolencia siguió su
nariz hasta el paso que la llevaría nuevamente a la ruta del pequeño claro. Su
lengua repasó los contornos de sus labios aún manchados de sangre. Natsuki
siguió el camino, sintiéndose más animada a medida que se acercaba al lugar
indicado. Sus pisadas mullidas se detuvieron unos momentos, a solo unos minutos
de camino de la mujer humana.
Esta
vez volvió muy pronto…
Demasiado pronto, menos de una luna había
pasado entre una visita y la otra. Normalmente la mujer castaña tomaba entre
una o dos lunas en regresar.
Aspiró nuevamente el olor, buscando algo
distinto en él. Algo que explicara el comportamiento inusual.
Un leve rastro del amargo olor a miedo se
filtró en su nariz, junto al habitual olor a tranquilidad y serenidad que esa
mujer exhalaba.
Nuevamente sus pasos iniciaron, esta vez
suaves y lentos. Midiendo cada pisada se aproximó al lugar, intentando mantener
su propia calma.
Algo no estaba bien.
Sus instintos se lo decían.
Algo no estaba para nada bien.
La imagen de la flecha volvió a sus
recuerdos.
Apretó los dientes para intentar
tranquilizarse. No le servía de nada sacar conclusiones apresuradas al caso.
Tendrían toda la noche para deliberar sobre eso.
Por ahora sólo volvería a la extraña
felicidad que le provocaba rondar a esa humana.
La silueta sentada de la mujer se recortó
contra la luz, sola en medio del claro, su lugar favorito. Parecía hacer sus
movimientos de siempre, parecía seguir los mismos pasos de cada vez.
Esos pasos que la loba ya había memorizado.
Verter agua en un extraño recipiente.
Beberla.
Volver a verterla.
Beberla.
Agua con olor a hierbas, debía de ser buena
para que la mujer tomara tanta.
Inició el recorrido habitual, rodeando a la
mujer para verla desde el frente. El lugar de la cacería se encontraba más
adentro del bosque, por lo que su camino la había llevado hasta la vista de la
espalda, del pelo largo, de los cuidados movimientos vistos desde atrás. La
loba fijó los ojos verdes, atenta aún a cualquier sutil cambio que pudiera
explicarle el por qué del repentino cambio.
Del por qué la situación parecía tan
extraña.
Del por qué, de pronto, se sentía tan
nerviosa.
Ansiosa.
Asustada.
Su caminar al fin la llevó a la vista
completa de la mujer. A sus facciones firmes, sus manos decididas, sus ojos
rojos Como el sol del verano… o las
sagradas lunas rojas.
Y ahí estaba.
Antes de que pudiera pensarlo.
Antes de que pudiera evitarlo.
Antes incluso de que pudiera entenderlo.
Natsuki había roto su propio pacto y
avanzado las tres zancadas que la ponían en vista de la mujer.
Su cejo fruncido, sus labios temblorosos,
la sombra de las lágrimas en sus lunas.
Todo un conjunto extraño para la mujer.
Algo había pasado y, Natsuki, siguiendo sus
instintos de protección había saltado para proteger a la humana de cualquier
peligro, de quienes o quien o que la hacía sentir intranquila, desprotegida,
abandonada.
Mierda…
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